jueves, 26 de agosto de 2010

Elogios

Es fácil explicar el por qué los castigos no caben en una relación padres e hijos. Y una vez asimilado es relativamente fácil llevarlo a la práctica en el día a día de la crianza.

Pero, los elogios... Para gente como yo, que crecí nutriéndome de ellos, es sumamente dificil desterrarlos. Sobretodo porque vivimos en un mundo atado, hay más personas esclavas que libres, y lo triste es que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Pero si la vida de casi todo el mundo está regida por las leyes de la recompensa...

Y de pronto, quien haya usado alguna vez el elogio con niños pequeños se da cuenta del poder que hay en ello, y pocos son los que se resisten a usar ese poder para beneficio propio.

Es fácil pensar que con elogios podemos moldear el comportamiento de nuestros hijos, pero cuánto cuesta eso? Es muy caro, cuesta la libertad, cuesta la autonomía de los niños sometidos a este juego.

Como padres el camino corto es modelar con palabras, con elogios, pero ni es ético ni funciona a la larga. Los niños hacen lo que ven, no lo que oyen. Los grandes deberíamos ser los adultos que queremos que nuestros hijos sean en el futuro.

Hoy encontré un artículo que me gustó:
(click en el título para ir a la fuente original)

Esa es una pregunta interesante. Ahora mismo está de moda elogiar. Elogiar a los niños, y también a los adultos. Y pareciera que de ese modo estamos premiando lo que queremos que las personas hagan, el modo en que queremos que actúen. Ahí empieza el primer "escollo". Premiamos cómo queremos que otros actúen. Y eso nos pone en la posición de "jefes". En la posición de saber cuál es la mejor opción. Y si bien, premiar a un niño es relativamente fácil, no tanto premiar a un adulto.

Cuando premiamos, al igual que cuando elogiamos, necesitamos estar en una posición de poder. Es la posición de "soy más fuerte" o "más sabio" o más "..." . Porque en situación de igualdad, no premiamos ni elogiamos. Simplemente describimos la acción y a veces (que no siempre) decimos nuestro parecer sobre el hecho.

Pongamos un ejemplo: Nuestro hijo de ocho años ha ordenado la cocina y fregado los platos. Así que le decimos "qué amable y trabajador has sido" (elogio), te mereces "..." (en los puntos suspensivos va desde un beso, abrazo, hasta una chuchería, es decir premio). Nosotros hemos decidido qué es lo que se puede y debe hacer en casa. Y premiamos por ello. Cuando nuestro hijo lo hace dos semanas seguidas, nos "acostumbramos" a lo amable y trabajador que ha sido y nos "olvidamos" de elogiarle y/o premiarle. En ese punto pueden suceder dos cosas. El niño necesita nuestra aprobación e intentará hacer aún "más cosas" para que le veamos. Así ha traducido que le queremos cuando "trabaja" para nosotros. O bien se siente castigado, por la ausencia de premio y decide dejar de hacerlo.

A simple vista, la primera opción es la mejor, sólo que si depende de nuestra aprobación, dependerá muy probablemente de la aprobación de otras personas, con los riesgos que eso lleva. Y la segunda opción, queda claro que no es muy adecuada.

Supongamos que es nuestra amiga "Juanita" quién ha ordenado nuestra cocina y fregado los platos. Posiblemente le daríamos las gracias. Y si lo hacemos de modo sincero, hasta le diremos lo bien que nos sentimos por disponer del tiempo que ibamos a dedicar a fregar, para charlar, leer un libro, descansar, etc. De ese modo le hemos comunicado a nuestra amiga, lo que ha supuesto para nosotros su ayuda. Pero no le hemos premiado ni elogiado por ayudarnos. Cosa que nos sentimos a veces "obligados" a hacer con nuestros hijos, debido a la tan llevada y traída educación.

Si yo fuera "Juanita", me sentiría feliz de haber sido útil para una persona a la que aprecio. Y si fuera el niño y me trataran cómo a "Juanita", también me sentiría feliz de haber sido útil a alguien a quién aprecio. ¿Por qué negarle a un niño ese sentimiento? ¿Es eso realmente educativo?
** La imagen es de Eugenia Nobati

1 comentario:

Ana P. dijo...

A esta alturas de la vida y sigo aprendiendo de crianza =) Este texto me confirma mi idea que a los hijos hay que responderles como le responderíamos a nuestra mejor amiga, ya sea si nos lava los platos o si rompe un vaso. pero por qué es tan difícil verlo siempre así?