Mostrando entradas con la etiqueta Reglas y límites. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Reglas y límites. Mostrar todas las entradas

miércoles, 7 de julio de 2010

Niños libres


SUMMERHILL. Un punto de vista radical sobre la educación de los niños.
Alexander Sutherland Neill


Me gustó tanto leerlo que lo leía con marcatextos en mano, hay gente que no soporta que se rayen los libros pero a mi me gusta apropiarme así de sus letras. Me gusta volvérmelos a encontrar más tarde en la vida y ver resaltado en amarillo lo que en aquella ocasión me conmovió leer, y muchas veces descubro en la segunda leìda otros párrafos a los que les hace falta el tinte amarillo neón.

Conforme vaya teniendo oportunidad iré transcribiendo mis párrafos subrayados en amarillo, por ahora, las referentes a una parte del capítulo “La educación de los niños”.

EL NIÑO LIBRE
Hay en el mundo tan pocos niños autónomos que todo intento de describirlos tiene que ser un ensayo titubeante.
La autonomía o gobierno de sí mismo implica la creencia en la bondad humana, creencia en que no hay, ni hubo nunca, pecado original.

La autonomía significa el derecho del niño a vivir libremente, sin ninguna autoridad exterior en las cosas psíquicas o somáticas. Significa que el niño se alimenta cuando tiene hambre; que adquiere costumbres de limpieza sólo cuando quiera; que no se le riñe ni se le azota nunca; que siempre es amado y protegido.
Si todo esto suena a fácil, natural y bello, es sorprendente, sin embargo, cuantos padres jóvenes a quienes les gusta la idea se las arreglan para entenderla mal.
Si una joven madre cree que hay que dejar a su niño de tres años que pinte la puerta de la casa con tinta roja fundándose en que así se está expresando libremente, es incapaz de comprender lo que significa la autonomía.

La diferencia entre libertad y licencia es lo que no pueden comprender muchos padres. En el hogar disciplinado, los niños NO tienen derechos. En el hogar desmoralizado, tienen TODOS los derechos. El hogar apropiado es aquel en que los niños y adultos tienen los mismos derechos. Y esto mismo se aplica a la escuela.
Hay que insistir una y otra vez en que la libertad no implica malcriar un niño. Si un niño de tres años quiere andar por encima de la mesa del comedor, simplemente hay que decirle que no. Debe obedecer, esa es la verdad. Mas por otra parte vosotros tendréis que obedecerle a él cuando sea necesario.
Tiene que haber cierta cantidad de sacrificio por parte del adulto si los niños han de vivir de acuerdo con su naturaleza interior. Los padres sanos llegan a una especie de transacción; los padres insanos o caen en la violencia o estropean a sus hijos permitiéndoles todos los derechos sociales.
En la práctica la divergencia de intereses entre padres e hijos puede mitigarse, sino resolverse, mediante un honrado toma y daca.

Los niños son muy prudentes y no tardan en aceptar las reglas sociales. No debieran ser explotados, como lo son con demasiada frecuencia. ¡Cuántas veces no dice un padre: Jimmy tráeme un vaso de agua” cuando el niño está entregado a un juego absorbente!

Una gran proporción de travesuras se debe a la manera errónea de tratar a los niños.
Mi mujer la dejaba jugar con cosas de adorno frágiles (refiriéndose a su hija Zoe menor de tres años). La niña las manejaba cuidadosamente y rara vez rompió alguna. Conocía las cosas por sí misma. Naturalmente hay un límite a la autonomía. No podemos permitir que un niño de seis meses descubra por sí mismo que un cigarrillo encendido produce una quemadura dolorosa. Es erróneo gritar con alarma en semejante caso; lo que hay que hacer es suprimir el peligro sin alboroto.
Librad al niño de gritos excitados y de voces coléricas, y será increíblemente sensato en su trato con toda clase de materiales.

El argumento habitual contra la libertad de los niños es: la vida es dura, y debemos preparar a los niños para que después se adapten a ella. Así pues, debemos disciplinarlos. Si les permitimos hacer lo que quieren, ¿cómo van a poder servir nunca a un jefe? ¿Cómo van a poder competir con otros que han conocido la disciplina? ¿Cómo van a ser nunca capaces de disciplinarse a sí mismos?
Las personas que se oponen a conceder libertad a los niños y usan este argumento, no advierten que parten de un supuesto infundado, no demostrado: el supuesto de que un niño no crecerá ni se desarrollará a menos que se le obligue. Treinta y nueve años de experiencia en Summerhill desaprueban este supuesto.

La vulgar suposición de que los buenos hábitos que no se nos hayan impuesto durante la primera infancia nunca los adquiriremos después en la vida, es un supuesto según el cual fuimos educados y que aceptamos sin discusión simplemente porque nunca se ha puesto en duda la idea. YO NIEGO ESTA PREMISA.

No es fácil darle libertad a un niño. Ello significa que nos negamos a enseñarle religión, o política, o conciencia de clase.

La naturaleza misma de la sociedad es hostil a la libertad. La sociedad –la muchedumbre- es conservadora y odia toda idea nueva. La muchedumbre exige uniformidad.

Nuestro sistema represivo de educación se basa fundamentalmente en el miedo: miedo a la generación nueva.

El adulto teme dar libertad al joven porque teme que el joven pueda hacer de verdad todas las cosas que él, adulto, quiso hacer. La eterna imposición al niño de las concepciones y los valores del adulto es un gran pecado contra la infancia.

Darle libertad es permitirle al niño vivir su propia vida. Dicho así, parece sencillo. Sólo nuestra desastrosa costumbre de enseñar, moldear, sermonear y coaccionar nos hace incapaces de comprender la verdadera sencillez de la libertad.
¿Cuál es la reacción del niño a la libertad? …Su principal manifestación exterior es un gran aumento de sinceridad y caridad, y además un decrecimiento de la agresividad. Cuando los niños no están bajo el miedo y la disciplina no son patentemente agresivos.

El enemigo malo de la libertad es el miedo… Los adultos que temen que la juventud se corrompa son los que ya están previamente corrompidos… Si a un individuo le impresiona algo, es por lo que más interés siente.

Tenemos que permitir a los niños ser egoístas. Cuando los intereses individuales del niño y sus intereses sociales choquen, debe darse la preferencia a los intereses individuales.

… No quiero decir que el niño tenga un camino de rosas. Hacerlo todo fácil para el niño es fatal para su carácter. Pero la vida misma presenta tantas dificultades, que las dificultades artificialmente creadas que nosotros presentamos al niño son innecesarias.
Creo que es un error imponer algo por autoridad. El niño no debiera hacer nada hasta que se forme la opinión –su opinión propia- de que debe hacerlo. La maldición de la humanidad es la coacción externa, ya venga del papa, o del estado, o del maestro, o del padre. Es fascismo in toto.

La libertad significa hacer lo que se quiera mientras no se invada la libertad de los demás. El resultado es la autodisciplina.

…hay una gran diferencia entre obligar a un niño a dejar de tirar piedras y obligarlo a aprender latín. El tirar piedras afecta a otros; pero aprender latín sólo afecta al niño. La comunidad tiene derecho a reprimir al muchacho antisocial porque interfiere los derechos de los otros; pero la comunidad no tiene derecho a obligar al muchacho a aprender latín, porque esa es una cuestión individual. Forzar a un niño a aprender corre parejas con obligar a un hombre a adoptar una religión por una ley del Parlamento. Y es igualmente necio.

Todo niño tiene derecho a llevar ropas de tal clase que importe un ardite que se manchen o no. Todo niño tiene derecho a la libertad de palabra.

Todo niño libre juega la mayor parte del tiempo durante años, pero cuando llega el momento, los inteligentes se sentarán y emprenderán el trabajo necesario para dominar las materias que piden los exámenes oficiales. En poco más de dos años los muchachos harán el trabajo que los niños disciplinados tardan ocho años en hacer.
El maestro ortodoxo sostiene que los exámenes sólo se aprobarán si la disciplina obliga al candidato a tener constantemente las narices sobre los libros. Nuestros resultados demuestran que con alumnos inteligentes eso es una falacia.
Ya sé que con disciplina aprueban los exámenes alumnos relativamente malos, pero me pregunto qué es de esos aprobados en la vida. Si todas las escuelas fueran libres y optativas todas las materias, creo que los niños encontrarían su propio nivel.

Estoy oyendo a unas madres fatigadas en la cocina preguntar con irritación: ¿Qué es al fin de cuentas todo eso de la libertad? Muy bueno para las mujeres ricas que tienen niñeras, pero para las de mi clase, no es más que palabras y confusión”.
Otra quizá grite: “Me gustaría, pero por dónde empezar?” “¿qué libros debo leer sobre el asunto?”
La respuesta es que no hay libros, ni oráculos, ni autoridades. Todo lo que hay es una minoría de padres, médicos y maestros que creen en la personalidad y en el organismo que llamamos niño, y que están decididos a no hacer nada para torcer esa personalidad y envarar su cuerpo con una intervención equivocada. Todos somos buscadores sin especial autoridad de la verdad acerca del hombre. Todo lo que podemos ofrecer es la exposición de nuestras observaciones sobre niños pequeños educados en libertad.

viernes, 21 de mayo de 2010

Los límites y la complacencia


Hace tiempo leí Poner limites o informar de los límites, de Casilda Rodrigañez, y vino a cimbrar muchos de mis conceptos sobre maternidad.
Hace unos días, me encontré este documento, y me parece como si Casilda se hubiese simplificado y sintetizado a si misma. Y por supuesto, vuelve a poner en tela de juicio mis “dogmas” de crianza.

Pensaba yo que los límites en la crianza debían existir, como en todo. Y que los padres debíamos imponerlos. Eso si, con respeto, con amabilidad, lo cual en principio reduce enormemente la cantidad de limites. Y los que quedan debían hacerse cumplir sin violencia. Pero la verdad es que nunca me había sentido a mis anchas con esta explicación, porque siempre me quedaba un gusanillo de duda, una sensación de que no todo queda explicado, no todo cuadra con la realidad. Y entonces se me ocurría hacer diferencia entre límites arbitrarios y no arbitrarios…

Casilda me ha convencido y me ha hecho redefinirme. No caben los límites en mi relación con mis hijos. No es necesario que yo les IMPONGA límite alguno. Y esta redefiniciòn entreparèntesis no cambia mucho la pràctica, es eso, sòlo una re-definiciòn de visiones, de tèrminos.

Otra cosa son las NORMAS, las normas sociales, las normas de convivencia, las normas de higiene a las que estamos sujetos queramos o no. De ellas no puedo excusarlos, pero tampoco me puedo excusar yo, se cumplen, y como grande me toca hacerlas cumplir sin atentar (o procurando no atentar) la línea de respeto y cordialidad.
Una cosa más que como líder me tocaría establecer son ciertas rutinas, para nosotros en casa la rutina de antes de dormir es importante porque tenemos que despertar y alistarnos para salir por las mañanas entre semana; como es algo que hacemos desde siempre la verdad es que no requiere de esfuerzo, ya todos sabemos más o menos los tiempos y las actividades. Yo creo que no a todas las familias les funcionan las rutinas, para mi son útiles pero porque así he sido desde siempre, me gustan las rutinas, habrá a quien no le gusten y entonces no creo que funcione. Cuando hay que establecer una rutina con los niños creo que hay que cumplir ciertos puntos para no violentarlos: justificarla, tener paciencia, ser flexible, y tener algo de creatividad (puede ser que no sea grato ir a lavarnos los dientes pero habrá forma de encontrarle un atractivo: el cepillo del personaje favorito, a veces la simple compañía de mamà atenta en exclusiva funciona –te ayudo a lavarte los dientes-).
Me imprimí el artículo, porque sigo masticándolo. Las negritas las puse yo.

** imagen de Jevier Termeròn

LOS LIMITES Y LA COMPLACENCIA
Casilda Rodrigañez Bustos.
La cuestión de la educación por la vía de la complacencia, ha suscitado alguna pregunta, lo cual resulta sorprendente dado que, al menos directamente, apenas nadie debate ni rebate nada de lo que digo. En este escrito trato de recoger las cuestiones suscitadas en dos ocasiones, y que de algún modo nos empujan a profundizar en la cuestión.

1.- Recientemente me han preguntado si era verdad en términos absolutos una afirmación que hice de que nunca había recibido una orden ni de mi madre ni de mi padre, pues parece que una cosa así es difícil de creer en el mundo en el que vivimos; y sin embargo tengo que decir que sí, que es absolutamente cierto, en términos absolutos.

La verdad simple y sencilla es que amar es complacer al ser amado, y si yo deseo complacer los deseos de los seres que amo, y si los seres que me aman desean complacer mis deseos, las órdenes carecen de sentido. El sistema libidinal es el sistema de relación humano normal, que para eso existe. Las órdenes y la obediencia pertenecen a un sistema jerárquico artificial.
Complacer a los seres queridos es una cualidad del amor, una cualidad humana; no es cosa exclusiva de las madres-marujas que no tienen nada mejor a lo que dedicarse. Decirlo tendría que resultar casi tautológico, sino fuera por el magma dogmático que impide ver lo evidente.
Cuando ocurre que unos y otros deseos son incompatibles (yo quiero ir al cine y tú quieres ir al fútbol, por ejemplo), se hablan las cosas para tomar una decisión, pero fijémonos que los argumentos que cada cual emplea en general son para favorecer el cumplimiento del deseo del otr@. Entre seres que se quieren no se resuelven las cosas con la imposición de la voluntad de un@ sobre la del otr@, las dificultades transcurren por otro camino.
Y ello es así por la cualidad de la libido, que hace que la felicidad o el bienestar del ser amado sea mi felicidad y mi bienestar: en ello consiste la relación amorosa, que no tiene nada de mágico ni de espiritual, como lo prueba la producción de endorfinas y de las hormonas del estado amoroso; y como lo prueba también la propia sensación y percepción corporal de ese estado amoroso, lo que sentimos, y cómo se fija lo que sentimos, los sentimientos. Los sentimientos que fijan, hacen y conforman la estructura psíquica para la complacencia. Todas las sublimaciones y misticismos se hacen tan sólo para justificar la existencia de lo que sentimos en el estado amoroso, y arrebatarle su función de relación fraterna.
La actitud general de una madre o de un padre de complacer los deseos de sus hij@s es fundamental para que crezcan desarrollando también su capacidad de complacencia y de amar. Dicha actitud implica una confianza en la capacidad de amar de las criaturas humanas y en que se pueden desarrollar de ese modo. En este contexto dar una orden es una ofensa y una humillación, un atentado a la integridad y a la dignidad de sus hij@s, y supone la desnaturalización de las relaciones entre madre-padre e hij@s.
Quiero precisar que el empleo del término ‘vía’ (vía de la complacencia o vía de la autoridad) es porque efectivamente no se trata de actitudes concretas o puntuales, sino de la actitud general que se desprende del estado amoroso, y de las relaciones dinámicas que se establecen desde ese estado.
Si desde el principio una criatura ha sido tratada con actitud amorosa y complaciente, su actitud general será también amorosa y complaciente; y a nadie se le ocurre plantear las cosas en términos de órdenes y de obediencia; tales cosas ocurrirán en el colegio, porque allí es otra cosa, no son relaciones desde los estados amorosos.
Si una criatura desde el principio es tratada con órdenes y sus deseos han sido tratados como caprichos improcedentes, las cosas transcurren por otro camino diferente. El camino de la guerra con l@s niñ@s, de los berrinches, de las pataletas, de los chantajes, etc. Pero aquí lo que he observado es que quizá no a la primera, pero sí a la segunda o a la tercera la criatura humana es capaz de reaccionar y de situarse en la vía de la confianza y de la complacencia, porque todavía no tiene demasiado atrofiada su capacidad amatoria.
Lo que la situación actual esconde es que hay una falsa noción del amor. Lo que se llama amor no es amor verdadero. En el estado amoroso a nadie se le ocurre dar órdenes, sino hablar, explicar las cosas, aplicarse en la resolución de las decisiones con mutuo mimo y cuidado, para conseguir lo mejor para el ser querido.

Detrás de la vía autoritaria hay una ignorancia de lo que es la criatura humana, una ignorancia y una desconfianza en sus capacidades y cualidades.
¿Es posible entonces educar “sin límites”? ¿Por qué la mayoría de los padres creen que son necesarios “los límites”?
Los límites no tienen nada que ver con el tipo de relación entre las personas que se encuentran dentro de esos límites. La complacencia se produce siempre dentro de unos límites, de lo que es posible.
La cuestión no está en los límites (los límites se utilizan como excusa), sino en el tipo de relación desde la que se abordan los límites, lo que podemos o no podemos hacer. Los padres siguen la inercia social y desconocen la vía de la complacencia porque nadie la practicó nunca con ell@s, y por ello no saben que existe ni saben cómo son sus hij@s y de lo que son capaces. Desconocen la capacidad de amar, de complacer, de entender, de tener iniciativas y de ser responsables de sus actos, es decir, las cualidades de sus hij@s. Y tratándoles como si no tuvieran esas cualidades, como si fueran egoístas, tontos, inútiles, irresponsables, etc., les atrofian y les hacen egoístas,
tontos, inútiles e irresponsables. Esto es lo que explica Ruth Benedict en su Continuities and Discontinuities in cultural conditioning. Detrás de la supuesta protección que damos a nuestr@s hij@s lo que se ejerce es una mutilación de sus principales cualidades, un bloqueo de su desarrollo justo en el momento en el que depende su formación. Este es uno de los aspectos más importante de ese magma dogmático que sustenta nuestra sociedad basada en la dominación: no sabemos de que están hechas las criaturas humanas.
La preguntas y el asombro que suscita mi afirmación de que ni mi madre ni mi padre me dieron jamás una orden, ni grande ni pequeña, da la medida del dogma que sustenta la dominación. ¡Si hasta la relación con la carne de mi carne tiene que ser de imposición y de dominación, como no va a ser así en el resto de la sociedad¡ Y sin embargo lo que tendría que ser difícil de creer sería lo contrario, que una madre o un padre mantuvieran con sus hij@s una relación otra que no fuera la basada en la complacencia.

En resumidas cuentas, cuando se ama a una persona se desea complacer sus deseos para hacerla feliz. Y si esa persona también me ama, también desea complacer mis deseos para hacerme feliz. La relación entre las dos personas es de mutua complacencia, y en una relación de mutua complacencia las órdenes carecen de sentido.
Ciertamente la cuestión suscitada nos coloca en la frontera del dogma conceptual básico de la dominación.
2.- El texto Poner límites o informar de los límites (noviembre 2005) suscitó la clásica pregunta de ¿y los ‘deseos’ de las niños de pegar y de hacer daño a las demás? ¿No hay que poner límites a estos deseos? ¿No hay que poner límites al ‘deseo’ de imponer los propios ‘deseos’ sobre los ‘deseos’ de los demás, incluso por la fuerza etc. El debate que subayace a esta cuestión es el sempiterno tema de si las criaturas nacen buenas o si por su propia naturaleza albergan pulsiones malévolas, algún tipo de tánatos innato etc. Mi reflexión parte de una firme convicción en la bondad innata de la criatura humana; así que lo digo de entrada para que los que no partan de este supuesto, no se molesten en seguir leyendo; porque si las criaturas son ‘malas’ por naturaleza, toda la represión y todos los límites estarían efectivamente justificados.

Si partimos o no de la bondad innata de las criaturas, va a condicionar el análisis y la actitud que adoptaremos cuando nos encontramos en esta sociedad con niñ@s violent@s y tiran@s.
En primer lugar, nunca diremos que l@s niñ@s tienen ‘deseos violentos’, sino que diferenciaremos la violencia de los deseos.
La violencia es una reacción secundaria. Emerge primero como autodefensa, y luego pasa a ser ofensiva para imponerse en las relaciones sociales competitivas. La rabia y el enfado generan ante todo in-dignación, rebeldía y defensa de la propia integridad; y no necesariamente están acompañadas de impulsos ofensivos. También es importante saber ver la violencia defensiva de la ofensiva.
La violencia se produce en un estado psicosomático especial y diferente al estado psicosomático normal, del que emergen los deseos. Y a pulsiones que salen de estados psicosomáticos antagónicos no se las puede llamar con la misma palabra. El deseo sale del estado llamado ‘grow mode’ por Bergman, que es incompatible fisiológica y anímicamente con el estado de alerta y de defensa, llamado ‘survival mode’, del que salen las pulsiones agresivas y violentas. Son dos sistemas neuro-endocrinosmusculares, no sólo diferentes sino incompatibles, y que se desencadenan con impulsos diferentes.
Estos sistemas diferentes se activan según el entorno del niño o de la niña, si está en un entorno hostil o en un entorno amoroso, en el que hay empatía.

Cuando hay amor, funcionan los deseos; cuando hay competencia, las imposiciones (las relaciones de dominación). Por lo tanto, los deseos no se imponen, se dejan salir, se dan; lo que se impone es otra cosa, el afán de dominación, de ser superior, de estar por encima, de ganar, en definitiva, de Poder relativo, que es lo que funciona en la competencia.

Entonces hay una gran confusión entre los deseos primarios y las pulsiones violentas, una confusión que se explica porque la educación no está centrada en la expansión de los deseos primarios sino en la adaptación a la violencia normalizada de la competitividad social: las normas y los límites de la violencia, el mínimo de autoestima para sobrevivir en la competitividad, etc..
Esta confusión se debe a que damos (incluída la pedagogía) por buenos los niveles normalizados de la violencia competitiva: las notas, los premios, los puestos, las medallas, son baremos que miden la competitividad; y se inculca que ganar es lo bueno, es decir que lo bueno es que pierda el de al lado, y yo tengo que estar content@ de que pierda el de al lado, lo que equivale a la congelación de la empatía y de los sentimientos de fraternidad. No hay ‘sana’ competencia: competir es querer ganar y –aunque no se diga- vejar al de al lado, y ser psico-afectivamente indiferente a su malestar. El sistema de enseñanza incluye la aceptación de una determinada violencia, y la pedagogía enseña sus normas y sus límites. Los límites de la violencia, de la vejación, del ponerse por encima del otr@, no de los deseos.
El modo de actuar ante la violencia de l@s niñ@s, cuando creemos que hay una maldad intrínseca, es reprimir y poner límites a las manifestaciones de violencia. En cambio el modo de actuar si creemos que la violencia es una respuesta al entorno competitivo y en circunstancias determinadas, se centra en restablecer un entorno no competitivo sino complaciente, un estado de bienestar, y en desarrollar las cualidades primarias que son antagónicas con la violencia, tienen un nivel de tolerancia cero con la violencia, y hacen bajar hasta los suelos el listón de la violencia de la ‘sana’ competencia. Claro que también intervenimos para evitar que nadie haga daño a nadie, pero del mismo modo que nos tiramos a la piscina para sacar a un niñ@ que se ha caído y que no sabe nadar, sin decirle que es mal@, etc.

Los limites de la violencia no están en si es física o psicológica. La violencia psicológica puede hundir a la gente tanto como las balas (y si no ahí están las operaciones psicológicas de los mobbings de alto nivel, los coaching para aguantarlos, los suicidios infantiles, etc.)
La maldad innata de los seres humanos se suele acompañar con una visión de que el entorno es inexorablemente hostil y entonces hay que luchar y pelear para sobrevivir.
Pero biológicamente los seres humanos estamos hechos para vivir una realidad interior y exterior sin conflicto, en armonía; tenemos previstos los sistemas necesarios –el sistema libidinal- para que sea así. Y si la especie humana, o cualquier otra, ha prevalecido en la biosfera, ha sido porque ha habido ese acoplamiento armónico del ecosistema interno y externo. Es nuestra civilización la que rompe la armonía prevista y congela el sistema libidinal, la con-fusión con la carne de mi carne, y transmuta las relaciones de mutua complacencia en relaciones de dominio y sumisión, lo cual es psicosomáticamente muy patológico y fuente demostrada de todo tipo de reacciones de autodefensa y de violencia.
No hay entonces espacios intermedios entre nuestra realidad interior y exterior que están inexorablemente en conflicto, sobre los que negociar; lo que está en conflicto es la vida en este caso, de l@s niñ@s, y el modelo de familia autoritaria y de sociedad; y lo que hay son grietas por donde se filtra la libido y se restablece a ratos y en parte la relación armónica original: la relación de complacencia. Si hacemos caso a Christiane Rochefort y rendimos el Poder a nuestr@s hij@s, podemos abrir más fisuras y hacerlas más grandes.


Invito a la gente que piensa que l@s niñ@s ‘desean’ imponerse o hacer daño a l@s demás’, y que son un@s tiran@s, que se hiciera las siguientes PREGUNTAS :

1) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en l@s niñ@s (que también existen) que no han manifestado nunca el tipo de ‘deseos’ de hacer daño a l@s demás?
2) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en que l@s niñ@s, cuando están en un ambiente relajado y de confianza no manifiestan nada parecido a esos ‘deseos’,
y en cambio sí lo hacen cuando pasan a ambientes de tensión competitiva o autoritaria?
3) ¿Por qué nadie se pregunta o se fija en lo mal que lo pasan l@s niñ@s, cuando pasan de uno a otro ambiente sin tener desarrollada la suficiente capacidad de competir?
4) ¿Por qué nadie se fija en los trucos que se buscan l@s niñ@s para huir de la competitividad y de la lucha?
5) ¿Por qué se llaman ‘asociales’ o ‘poco sociables’ a l@s niñ@s que no han desarrollado las aptitudes para competir y no soportan los niveles de competitividad en los que se les obliga a vivir, añadiendo vejación sobre la vejación (o llevándoles al psicólogo para que les den un empujoncito a su débil autoestima, o sea, a su débil capacidad competitiva)?
6) ¿Por qué l@s adult@s no intervienen en estas situaciones contradictorias para defender de manera consecuente el desarrollo de los deseos primarios; por qué se interviene justificando la competitividad normalizada?
7) ¿Por qué transmitimos las creencias fratricidas y dominadoras? Y si larespuesta es ‘por adaptación, porque el mundo es así’, entonces: ¿Por qué no lo decimos explícitamente en lugar de disimularlas para que pasen desapercibidas?

viernes, 7 de mayo de 2010

No me obedece

O el Continuum roto...
Vamos a partir de un supuesto, a los niños les encanta imitarnos, les complace complacernos y disfrutan enormemente de nuestro buen carácter y disposición. Entonces cuando un padre se queja: No me escucha, no me hace caso, no me obedece (aunque a mi la palabra obedecer me da urticaria). Vale la pena hacer un alto y sincerarnos, estoy siendo clara/o con mis indicaciones y límites?

Cómo pedimos las cosas? "En el pedir está el dar" decía mi abuela, y no andaba tan perdida... En el libro "cómo hablar para que los niños escuchen…" mencionan las autoras varias formas ERRONEAS de dar indicaciones a los niños:


- Culpar y acusar: "nunca me haces caso" “siempre te ensucias” “tiraste otra vez el agua!”
- Calificativos: "eres tan desobediente" “eres terrible”
- Amenazas:"te lo comes o te nalgueo"
- Órdenes: "métete ahora mismo a la casa, ya!"
- Discursos y sermones "cuando yo tenía tu edad bla,bla,bla,bla..."
- Advertencias: “pórtate bien o si no…”
- Comentarios de mártir: “me paso toda la mañana comiendo y tú no lo aprecias”
- Comparaciones: “tu hermano no hace eso, se porta mejor que tú”
- Sarcasmos: “uy, si así hicieras todos los días”
- Profecías: “te vas a caer” “no puedes, es complicado”


Hay que cuidar nuestro lenguaje, qué les decimos y cómo se los decimos, todo es importante. A veces ni siquiera nos damos cuenta que estamos cayendo en una de estas formas erroneas porque muchos de nosotros lo vivimos en la infancia como normal y natural, el chantaje emocional, la humillación también son formas de maltrato y podemos estar repitiendo patrones por el simple hecho de haberlos vivido en la infancia (y haberlos justificado como una forma válida de relacionarnos -recuerdas a Alice Miller, el maltrato que se justifica y se repite como patrón de conducta porque somos incapaces de juzgar a nuestros padres).


Ahora, en el mismo libro, mencionan formas eficaces de dar una indicación (o de recibir cooperación como le llaman ellas):

- Describa el problema: “la luz del baño está encendida y nadie la está usando”, “hay cáscaras de fruta por todo el piso”. De una forma tranquila y no acusadora, no nos interesa buscar culpable sino buscar solución. Describir el problema sin acusar, le da al niño la oportunidad de resolver el problema sin sentirse amenazado: se levanta y apaga la luz, comienza a recoger las cáscaras.

- Dé información: “la ropa sucia va en esta canasta” “los dientes se lavan después de comer” “las frutas se lavan antes de comerlas para eliminarles los bichos”

- Dígalo con una palabra: “niños, a lavarnos los dientes” “niños, los dientes”

- Hable de sus sentimientos: en forma sincera y tranquila. “Me molesta cuando…porque…” “estoy preocupada por…”

- Escriba una nota: “aquí va la ropa sucia”
Hablando de escritos, una idea que funciona bien para que los niños guarden sus juguetes después de jugar es colocar “testigos”: carteles que le indiquen en dónde va cada cosa “carritos” “masa” “rompecabezas” “bloques”.

Un inciso más que a mi me funciona siempre es el “sistema de las tres llamadasme acabo de inventar el nombre, por ejemplo si vamos al parque o a la casa de amiguitos: Nos vamos en 10min, nos vamos en 5min, nos vamos! Esto les sirve para irse haciendo a la idea con algo de tiempo de anticipación, me parece una forma respetuosa de dar la indicación de “nos vamos” sin arrancarlos bruscamente de aquello que les esta divirtiendo, y generalmente, ellos se van alistando desde la segunda llamada. Con el tiempo se van habituando y nos ha llegado a suceder ocasiones en que ni siquiera tengo que mencionar la tercera llamada porque ellos mismos toman la iniciativa: listo mamà, nos vamos?

Cada una de estas “formas eficaces” de obtener cooperación son recursos flexibles que se adaptan a nuestra forma de ser, a algunos les funcionará mejor una que otra. A veces aplicamos una y al no obtener resultadonos pasaremos a otra.

Y no son exclusivas para el trato con niños, son formas eficaces y respetuosas de comunicarnos con quién sea.

Que se dice fácil y luego practicarlo no lo es tanto, claro, como todo, el hábito de establecer mejores vías de comunicación en la familia requerirá tiempo, esfuerzo, paciencia y creatividad. Afortunadamente nuestros hijos nos dan múltiples oportunidades para practicar día a día.

jueves, 15 de abril de 2010

Sobre disciplina y "obediencia" en los preescolares



Me traje una parte del texto Penelope Leach "El niño de dos años y medio a cinco: aprender a comportarse".


Lo leí hace tiempo, cuando San navegaba en los dos años… Y hoy me fui a releerlo porque a veces me faltan las palabras para intervenir en el horrible trato que se les da a los niños de esta edad. Algunas veces me faltan palabras, otras, la mayoría me falta valor… Incluso cuando José interviene ante unos desconocidos por salvaguardar la integridad de un niño a mi me da pavor… si nos ha tocado.
Por qué como adultos podemos hacernos de la vista gorda cuando ante nuestras narices unos padres están maltratando y violentando a su hijo…más allá de preguntarme si como adultos nos damos cuenta o no de cuándo el trato con los niños es violencia, me pregunto siempre: y los pocos adultos que nos damos cuenta, debemos intervenir? O debemos respetar las “formas” de cada familia? ¿Dónde está la línea divisoria entre tolerar que otros no eduquen como yo y tolerar que en mis narices se maltrate a un niño?
No voy a contar muchos detalles, y a lo mejor no es tan grave como parece pero el otro día estaba yo sola en el jardín y tuve que meterme a la casa con un nudo en la garganta porque me cansé de escuchar a una mamà maltratar a su pequeña de dos años mientras la observaba jugando en su propio jardín, lo último que soporté oírle fue un grito lleno de rabia:
“Pero por qué no puedes ser una niña obediente carajo?!”



** Imagen de Timothy Karpinski.


A los adultos les resulta muy dificil convivir con los niños. De hecho, la verdadera razón por la que todo el mundo se muestra tan interesado por la disciplina al principio de la infancia no es porque los niños pequeños sean tan malos, sino porque el mundo de los adultos los encuentra agotadores.



Los niños son ruidosos, sucios, desarreglados, olvidadizos, descuidados, consumen tiempo, son exigentes y siempre están presentes. A diferencia de las visitas que se quedan más tiempo, nunca se marchan de casa. No se les puede aparcar en una estantería durante unas semanas cuando se tiene un trabajo extra o una afición absorbente; ni siquiera se los puede ignorar, como pasa con los animales de compañía mientras se tumba el domingo a tomar el sol, porque tienen la infalible capacidad para hacer que los adultos se sientan culpables. Los rasgos de culpabilidad que provocan los niños son peores que los cuencos de cereales volcados sobre el suelo, los amigos mordidos o las paredes rayadas con pintalabios. Amar a los niños (como hacen casi todos los padres) magnifica el dolor que producen, así como el placer. Amados dificulta incluso el admitir que a veces son un verdadero fastidio. Es importante poder admitido, al menos para sí misma y preferiblemente también ante su pareja o ante otra madre o padre. Todos tenemos días en los que escuchamos nuestras propias e incordiantes voces diciendo continuamente «No», «Ya basta», «No hagas eso» y en los que también escuchamos los sombríos silencios que se producen entre los estallidos. Todos pasamos por momentos en que apartamos a los niños de los objetos, o los objetos de los niños con un poco más de la fuerza necesaria, en los que tratamos a nuestros hijos de formas que recordamos de nuestra propia infancia y que juramos evitar, y en los que odiamos a esos niños por hacemos tan odiosos. Ayuda el saber que ésas son cosas que les suceden a todos los padres y ser conscientes de que no están causadas por delitos específicos de los niños, sino por una irritación general con su naturaleza infantil. Y ayuda a sus hijos porque si no pueden ser infantiles a los dos o a los cuatro años, - ¿cuándo podrán serlo? La ayuda a usted al impedirle llegar a la conclusión de que sus hijos son especialmente desobedientes, indisciplinados y malcriados, echándose por tanto sobre sí la culpa por considerarse una mala madre o un mal padre, que es la mayor trampa de la culpabilidad. Y recuerda a todo aquel que entre en contacto con su hijo que no le aplique una etiqueta como niño problemático, que tan facilmente se convierte en una profecía que se cumple a sí misma. Dígale a un niño que es sucio y malhablado y él procurará ponerse a la altura de esa imagen, porque probablemente la compartirá y hará que también la compartan sus maestras en la escuela. Pero aténgase a la verdad de los hechos: que es muy pequeño, que la vida en familia resulta a veces dificil, que no es usted una persona perfecta y que no debería esperar serlo, y las cosas irán mejorando. Puede "estar segura porque lo único seguro es que, a medida que pase el tiempo, su hijo se hara mayor. La socialización que preocupa a padres y niños, que los transforma de bebés en niños muy pequeños, se centra en el dominio de sus propios impulsos y cuerpos y, en consecuencia, en el control de sí mismos dentro de los confines familiares del hogar o del cuidado diario y en relación con los miembros de la familia y las cuidadoras a las que ama. Una vez que los niños han alcanzado suficiente autonomía de ese tipo y están preparados para entrar en la infancia, ya estarán listos para salir de ese pequeño círculo.



A partir de ahora, el niño necesitará cada vez más del mundo externo en el que se halla situado el hogar y, en consecuencia, es ahora cuando tiene que empezar a comportarse de formas que le permitan ser aceptado por personas no pertenecientes a la familia. Cada sociedad cuenta con innumerables expectativas con respecto al comportamiento de diferentes personas bajo circunstancias distintas, y nadie esperará que un niño de tres años las satisfaga todas al mismo tiempo. A pesar de todo, estos años de la primera infancia son el período ideal para reconciliarse con lo que se esperará de ellos en el futuro, así como para practicar los comportamientos que constituyen una prioridad social en estos momentos. Los niños pequeños aprenderán casi cualquier cosa que los adultos traten de enseñarles porque desean saberlo todo. Desean saber, particularmente, cómo comportarse porque quieren ser como ustedes y complacerlos. Procuren que el proceso no se vea afectado por una palabra de carga tan pesada como «disciplina», con todos sus espectros relacionados, como la «desobediencia» y la «falta de sinceridad». Ese proceso debería ser siempre interesante y a menudo agradable, tanto para usted como para el niño. Si les gusta su hijo, y si además de amado se sienten complacidos por haber realizado hasta el momento un buen trabajo como padres, quizá puedan pasar por su infancia sin pensar siquiera en la «disciplina». Si pueden hacedo así, háganlo.



La ausencia de reglas y normas en el hogar no significa que sean ustedes negligentes. Su hijo experimenta distintos estados de ánimo y ustedes también. El niño comete equivocaciones, como ustedes y a veces hace lo que desea, en lugar de lo que debiera, como todo el mundo. Para poder llevarse bien en la vida, procuren tratarse unos a otros como seres humanos, y es posible que eso sea lo único necesario. Si las cosas funcionan de ese modo, no se moleste en leer este capítulo, destinado únicamente a los millones de padres que necesitan de una seguridad más estructurada con respecto a que sus hijos no se les «escaparán de las manos», o que ya experimentan la sensación de tener algunos problemas con la disciplina. Los diccionarios definen la palabra como «enseñar reglas y formas de comportamiento mediante la continua repetición y el ejercicio», ya una persona disciplinada como alguien de cuya «obediencia no se duda». Pero no es eso lo que la mayoría de los padres modernos entienden por disciplina. Puede insistirse en la obediencia instantánea y en las buenas maneras formales, comprobar que su hijo se comporta como se le ha dicho y que teme disgustados. Pero nada de todo eso ayudará a que se comporte bien, se mantenga a salvo o sea honesto cuando no esté usted presente para decide lo que tiene que hacer. N o va a estar siempre a su lado. Los buenos padres son los que se van apartando lentamente de esa tarea. Aunque todos los padres experimentan momentos en los que desearían que sus hijos les «obedecieran al instante», de tal modo que decides: «Siéntate y estáte quieto» produjera unos niños quietos y silenciosos, la única clase de disciplina que realmente merece la pena es la auto disciplina que algún día le permitirá hacer y comportarse como debe cuando no haya nadie para decide lo que ha de hacer o incluso observar si no lo hace.



Aparte de la necesidad inmediata de mantenerlo a salvo, decirle a un niño lo que debe y no debe hacer sólo es un medio para alcanzar ese fin. Sus continuas exhortaciones e instrucciones sólo son las materias primas, que sólo adquieren valor añadido una vez que él las asume y las convierte en sus propias instrucciones, en parte de su conciencia. Aprender los rudimentos de la auto disciplina exige mucho más tiempo que los años de la primera infancia. Algunos niños no la adquieren a tiempo para mantenerse firmes a través de los trastornos de la adolescencia. El autocontrol de algunos individuos sigue siendo rudimentario, de tal modo que incluso como adultos nunca pueden confiar del todo en sus propios juicios de valor o control de sus impulsos. Cuando el niño era un bebé usted tuvo que ser él, actuar por él en todas aquellas formas en que no podía hacerlo por sí mismo, y en pensar por él cuando ni siquiera sabía pensar. Al convertirse en un niño pequeño, tuvo usted que combinar el permitirle empezar a ser él mismo con la conservación de un control total sobre su seguridad y aceptabilidad social. Ahora que ya es un niño en edad preescolar, está preparado para empezar a aprender a cuidar de su propia seguridad y aceptabilidad social. Le enseñará a comportarse en innumerables situaciones y circunstancias diferentes y le ayudará a comprender que todas esas formas diferentes de comportamiento se resumen en algunos principios básicos y vitalmente importantes, como la sinceridad o la amabilidad. A medida que-aumente su comprensión, irá usted retirando su control, paso a paso, confiando en que sea él mismo quien aplique los principios aprendidos porque hacerlo así ya no es una cuestión de obedecerle, sino de ser fiel a sí mismo. «Mostrar» al niño cómo debe comportarse es clave porque el niño imitará ~ el comportamiento que le dé usted con su ejemplo, antes que adaptarse a lo que usted le diga. De hecho, si existiera un vacío de credibilidad entre lo que usted dice y lo que hace, él hará lo que usted haga, al margen de lo que le diga, así que tenga cuidado con las técnicas disciplinarias anticuadas como «devolver el mordisco» a los niños que muerden.



El «cómo» también es un concepto importante porque a los niños les resulta mucho más facil comprender y recordar instrucciones positivas que negativas: es decir, recuerdan mejor lo que deben hacer antes que lo que no deben, y prefieren la acción a la inacción. Procure decirle: «Así» en lugar de «Así no», y decir «Sí» y «Adelante» al menos con la misma frecuencia con la que diga «No» y «Basta».



Cada padre es diferente y desea que sus hijos se comporten de formas, diferentes, pero hay algunas reglas básicas que pueden aplicarse en todos h sistemas de valores: . «Haz a los demás lo mismo que te gustaría que hicieran contigo.» Su hijo no le ofrecerá mucha más amabilidad, consideración y cooperación de la que usted le ofrezca a él y es muy probable que reproduzca su misma forma de hablar (tanto buena como mala) y muchas de sus mismas actitudes. Aqui no hay estándares dobles. Si usted siempre está demasiado ocupado para ayudarle a resolver un rompecabezas y le grita cuando tropieza accidentalmente con su pie, él no le ayudará a poner la mesa ni le perdonará fací!mente cuando el peine le tire de los cabellos enredados.



Procure recompensar el buen comportamiento y no el malo. Eso parece: algo evidente, pero no lo es tanto. Si se lleva al niño de compras y lloriquea pidiendo dulces, quizá decida comprárselos para tener paz. Pero si no llora para pedir los dulces, ¿recibe alguna recompensa agradable, ya sea el;¡ forma de dulces o con una excursión especialmente entretenida en Su': compañía? . Recuerde que la atención adulta actúa como una recompensa y que los niños pequeños a menudo prefieren contar con una atención malhumorada, antes que con ninguna. Procure no adoptar una actitud sigilosa en sus relaciones con la farniIia. Si no hace caso de su hijo cada vez que está tranquilamente ocupado y sólo le presta atención cuando debe, estará recompensándole por molestar y castigándole por ser un placer. .



Procure ser positiva, además de clara. Ni siquiera las instrucciones positivas son muy eficaces si no son claras: «Compórtate» parece una instruccion:. positiva, pero no tiene significado alguno para un niño de esta edad. Lo que en realidad quiere decirle es: «N o hagas nada que no me guste», lo que es una orden imposible de cumplir porque él no sabe lo que no le gusta a usted. . Aparte de situaciones de emergencia en las que los razonamientos deban esperar para más tarde, dígale siempre por qué debe comportarse (o no) de determinada forma. No tiene por qué entrar en explicaciones complicadas para cada pequeña petición que le haga, y mucho menos en una discusión. pero si insiste en decirle «Porque lo digo yo», no podrá encajar esa instrucción concreta en la pauta general de «cómo comportarse» que se esúchando en su mente. «Vuelve a dejar esa pala donde estaba», le dice. ¿Por qué? ¿Porque es peligrosa, sucia, se puede romper, o porque quiere estar segura de encontrarla en el mismo sitio la próxima vez? Si le dice que pertenece a los obreros de la construcción a los que no les gusta que otros cojan sus cosas y las trasladen de sitio, también podrá aplicar ese mismo pensamiento a otras ocasiones. Pero si le dice: «Haz lo que te digo», no le esta enseñando nada. .



Reserve las negativas para las verdaderas reglas. Decirle al niño que no haga cosas sólo es eficaz cuando usted desea prohibirle una acción concreta de una vez por todas. Si sólo quiere prohibirle un determinado comportamiento ahora, en estas circunstancias concretas, será mejor darle la vuelta y expresarlo positivamente. Por ejemplo: «No me interrumpas mientras hablo» es inútil, porque hay muchas otras ocasiones en que desea usted que la interrumpa, para decirle, por ejemplo, que las patatas ya están hirviendo, que su hermana llora o que necesita ir al servicio. Es mucho mejor decirle: «Espera un momento a que hayamos terminado de hablar».



Las negativas concretas se convierten en reglas. Mientras las reduzca a un mínimo es muy probable que el niño las acepte con facilidad, sobre todo si le explica las razones. Dígale: «No subas nunca a ese árbol porque no es seguro. Si se atiene a ello y no le permite arriesgarse «ni una sola vez», ese árbol en particular se reconocerá como algo prohibido. «No cruces nunca la calle sin ir acompañado por un adulto», es otra regla útil para un niño de tres o Cuatro años, que él aceptará siempre y cuando no lo envíe al quiosco de la esquina a comprar el periódico porque la calle es pequeña. Las reglas son muy útiles para mantener a salvo a un niño pequeño aunque, cuando esté en juego su seguridad, no puede confiar en su autodisaplina para que le obedezca, sin supervisión), pero no tienen mucha importancia a la hora de enseñarle a comportarse porque son demasiado rígidas e inflexibles como para ser útiles en la vida cotidiana.



Así pues, intente que las reglas sean temas definitivos, aquí y ahora, y evite transmtirle reglas sobre temas de principios que le importarán durante toda su vida. Evidentemente, no pueden enseñar al niño a comportarse si ustedes mismos no estan seguros d e como deberia comportarse a gente, asl que es importante ser coherentes con sus propios principios. Su hijo no es un animal de circo al que se le enseña a responder siempre ante una señal determinada con un ejercicio en particular. Es un ser humano, enseñado a responder lo mejor que pueda ante una amplia variedad de señales, lo que implica el darse cuenta de que, a veces, las circunstancias alteran las situaciones. Aunque animar a un niño de dos años a dibujar en una pizarra colgada de la pared de su dormitorio hará que sea más probable que dibuje en las paredes del salón, es muy posible que a la edad de cuatro años, si los adultos se toman el tiempo para explicarle y comentar las cosas con él, termine por comprender dónde es correcto dibujar y dónde no.



Los dulces repartidos generosamente en Navidad no le hará esperarlos una vez terminadas las fiestas y el permiso para saltar sobre la cama de la abuela no le hará olvidar que en su cama de matrimonio está prohibido ponerse a saltar.



Confie en que su hijo tiene buena intención, incluso cuando no la tenga. Si tiene la sensación de que siempre hay un adulto pendiente de él, preparado para corregido o darle instrucciones, probablemente no se molestará en pensar demasiado en lo que debe o no debe hacer. Dentro de los límites propios de su edad y de su fase de desarrollo, procure traspasarle toda la responsabilidad que pueda sobre su propio comportamiento y hacerle sentir que confia en él. Si tiene que ir a casa de unos amigos, por ejemplo, no lo agobie con instrucciones tan estrictas como «Recuerda dar las gracias» y «No olvides limpiarte los zapatos al entrar». Si está dispuesta a dejado ir, también debe estado para permitirle que se haga cargo de sí mismo. Sus exhortaciones no le ayudarán a comportarse con amabilidad, sino que sólo le harán sentirse incómodo con la simple idea de ir.



Cuando se equivoque, y especialmente cuando tenga la sensación de ha ber sido injusto, admítalo. No permita que su falsa dignidad de adulto le impida demostrarle cuál es la forma correcta de comportarse. Hasta cierto punto, él la toma como modelo, por lo que es importante pedirle disculpas. Suponga que lo acusa de haber roto un vaso y no le cree cuando el lo niega. Mas tarde descubre que se ha equivocado. Según lo que usted trata de enseñarle, le debe a l niño una sincera disculpa. No hay forma de evitarlo, de salvar la cara. Usted se equivocó, fue injusta y se negó a creerlo cuando le estaba diciendo la verdad. Se le pide que la perdone por ello, el la respetará más, no menos.





PROBLEMAS DE COMPORTAMIENTO
Si piensa realmente en la «disciplina» como una cuestión de demostrarle a su hijo cómo comportarse, descubrirá que la mayoría de los «problemas de comportamiento» son en realidad de madurez, antes que de moralidad, y que la mayoría de los temas problemáticos de disciplina se pueden resolver con facilidad. Un relativo nivel de comportamiento que «busca atraer la atención», por ejemplo, es una forma normal de responder ante la atención racionada que recibe el niño por parte de adultos siempre muy ocupados. Si se puede aumentar la ración de atención agradable que le dedica, él no tendrá que llamar la atención para que usted le regañe.





DESOBEDIENCIA: Probablemente la obediencia instantánea e incuestionable permitió a los padres victorianos de las familias numerosas llevar una vida pacífica, pero no puede producir niños capaces de pensar por sí mismos y, en consecuencia, de cuidar de sí mismos desde una temprana edad. La diferencia quedó nítidamente ilustrada cuando tres niñas pequeñas fueron secuestradas en un coche frente a su escuela. Una cuarta niña corrió a su casa y dio la voz de alarma tan rápidamente que el coche fue localizado y detenido y las niñas volvieron a estar en sus casas antes de una hora. Uno de los turbados padres preguntó: «Cariño, ¿por qué te fuiste con ese hombre en el coche? Siempre te hemos dicho que no vayas con personas extrañas». Con los ojos muy abiertos y una mirada de reproche, su hija le contestó: «Pero es que ese hombre me dijo: "Tu padre me ha dicho que vengas conmigo en seguida. Me ha enviado para recogerte". Así que me fui con él porque siempre me has dicho que debo hacer lo que tú digas». La niña que dio la voz de alarma fue interrogada por la policía: «¿Qué te hizo correr a casa en lugar de irte en el coche con tus compañeras?», a lo que la pequeña contestó: «Mi papá y mi mamá siempre me han dicho: "¡Piensa!". Así que pensé que si papá hubiera querido que fuéramos con él, habría venido a buscamos y que aquel hombre dijo que un papá le había enviado a buscamos, pero cada una de nosotras tenemos papás diferentes. Entonces pensé que sería mejor preguntárselo a mi mamá y eché a correr». Si se deja de lado la cuestión de la «obediencia» y la «desobediencia», y en lugar de eso se piensa en lograr la cooperación del niño, se solucionan muchas cosas. A veces, el niño no hará lo que usted desea porque quiere hacer algo diferente. No se irá a la cama porque antes quiere terminar su juego. No es la desobediencia lo que causa el problema, sino un simple conflicto de intereses. En lugar de gritarle: «Haz lo que te digo ahora mismo», encuentre un compromiso, como: «Bueno, pero sólo cinco minutos más». En otras ocasiones no hará lo que usted desea porque no lo ha comprendido. Si se le dice que permanezca sentado ante una mesa hasta que se haya terminado de comer, quizá quiera levantarse en cuanto haya terminado su plato. N o había comprendido que usted se refería a cuando todos terminaran de comer. No la ha desobedecido, sino que simplemente no la había comprendido. A veces no hará lo que usted desea porque se dispone a fastidiarla. Siente ganas de demostrarle su independencia. Se siente revoltoso. Si le dice que no toque su libro nuevo, eso será lo primero que hará. De entre todos los ejemplos expuestos, éste y sólo éste es verdadera desobediencia. Se trata de un intento deliberado de provocarla y el éxito que tenga dependerá probablemente del daño que haya causado. Si ha arrancado la cubierta, se sentirá usted furiosa con él. Eso es una realidad. Él mismo se sentiría enfadado si usted hubiera estropeado algo suyo; su acción ha provocado una reacción humana universal. Pero el triste daño causado es lo que merece el regaño, no la «desobediencia». Si no ha causado verdadero daño es mejor quitarle importancia al asunto y negarse a ponese a la altura de la provocación: «¿Te he dicho yo que hagas precisamente lo único quete había pedido que no hicieras? Debes tener ganas de hacer tonterias”¿Dónde está la discusión que él andaba buscando? Los niños viven en un mundo dificil de controlar, y en el que a menudo se les acusa de causar una u otra clase de daño. Negar una cosa mal hecha, por tanto, es la clase de mentira que les suele causar problemas. Su hijo rompe por error la muñeca de su hermana. Enfrentado al hecho, lo niega. Probablemente se enfada más con él por haber mentido que por el estropicio. Si cree usted que el niño debe confesar cuando haya hecho algo mal, facilítele las cosas: «Esta muñeca está rota. Me pregunto qué habrá ocurrido. De ese modo, es más probable que diga: «Yo la he roto. Lo siento», que si le dice: «Has roto esta muñeca, ¿verdad, chico malo y descuidado?». Si el niño admite algo, ya sea porque usted lo obliga a ello o por iniciativa propia, procure no abrumarlo con expresiones de enfado o con castigos. La situación no acabará bien si pretende usted conseguir las dos cosas. Si desea que le diga cuándo ha hecho algo mal, no puede enfurecerse con él. Si se pone furiosa, él sería un estúpido si se lo dijera la próxima vez, ¿verdad? A veces contar cuentos también causa problemas a algunos niños. Los que están en la edad preescolar no suelen saber diferenciar la realidad de la fantasía, o lo que desearían que hubiese ocurrido de lo que realmente ocurrió. Aceptan felices los cuentos sobre el conejo de Pascua, al mismo tiempo que tienen un conejo de peluche propio y nada mágico; no ven que haya contradicción alguna entre ambos. Si está dispuesta a leerle cuentos de hadas y ayudarle a disfrutar de los Reyes Magos, no es razonable regañarle por mentir cuando llegue de un paseo contando una complicada historia sobre cómo se ha encontrado con un león y le ha sacado una astilla de la pata. Disfrute con la historia. Esa clase de fantasías no son mentiras en el sentido moral del término. A veces los padres se preocupan porque sus hijos no parecen tener consideración alguna por la verdad. Quizá les oigan hablar del inexistente vestido nuevo de mamá, o anunciar que se sintieron muy malla noche anterior cuando no fue así, o decirle a un amigo que salieron para ir a una cafetería cuando no lo hicieron. Hay muchas razones que explican esta clase de conversación casual e inexacta, pero una muy importante es que los propios niños oyen decir esas cosas a sus padres. Los adultos mienten por tacto, amabilidad o deseo de no herir los sentimientos de otras personas, o para ahorrar tiempo. El niño los escucha. La oye a usted mostrarse de acuerdo con la vecina y lamentarse del mucho calor, cuando poco antes le ha dicho lo mucho que le agrada el calor. Si no le explica las razones de estas pequeñas mentiras inocentes, no cabe esperar que comprenda por qué él no puede exagerar o falsear nunca las cosas y usted sí. Si el niño cuenta muchas historias inventadas y añade muchos detalles ficticios a lo que cuenta de la vida cotidiana, hasta el punto de que no puede usted estar segura de qué es verdad y qué no, ha llegado el momento de aclararle por qué importa la verdad. No caiga de nuevo en el error de decirle que contar mentiras es «malo». En lugar de eso, cuéntele la historia del pastor que gritaba: «¡Que viene el lobo!». Es un buen cuento y disfrutará oyéndolo. Indíquele que al no saber si lo que él le cuenta es cierto o no, tal vez no sepa cuándo le ha ocurrido algo realmente importante, o cuándo se ha sentido realmente enfermo. Lleve toda la conversación de modo que él tenga la sensación de que lo único que le importa a usted es que diga la verdad porque se preocupa por él y porque quiere estar segurá de que cui da apropiadamente de sí mismo, de que se trata más bien de una cuestión de exactitud de la comunicación, antes que de «ser bueno».

miércoles, 17 de febrero de 2010

Sea un padre, no un amigo de sus hijos

Acepte el hecho de que sus hijos no van a acatar de buen grado todas las normas y límites. Si usted dedica demasiado tiempo a contentarlos, terminará por caer en lo que denomino "trampa de la felicidad"
Siempre recuerdo a los padres que ellos son los impulsores y directores de la vida de sus hijos. No gusta oirlo, pero es verdad. Su trabajo como progenitor suele consistir en decir no cuando los niños desean oír un sí. Durante el período de establecimiento de límites, los niños no siempre estarán encantados con los padres.

Nunca pida permiso a un niño para hacer lo que debe. Si usted dice: ¿Te parece bien que mamá se vaya ahora al trabajo?" Corre el riego de que su hijo responda "no"

Una frase menos directa pero igualmente ineficaz sería: "Mamá se va ahora... ¿de acuerdo?" Nunca diga: "Si me prometes no llorar cuando mamá se vaya, te traeré un regalo" O bien, "Sé bueno y esta noche saldremos a hacer algo especial" Todos estos chantajes emocionales sientan precedente. Usted deberá seguir pagando,y algunos niños aumentará paulatinamente la apuesta. Incluso en los casos en los que usted necesita su aprobación, el preguntar puede tener un contraefecto negativo. Por ejemplo: "¿Te importaría sacar la basura?" En lugar de ello hay que ser claro y decidido sobre lo que se precisa y no andarse con florituras: "Hora de cenar" "Abrigos puestos" "Todos al coche" "En marcha" "Marie, la basura"


Un extracto del libro "Querer a todos por igual" de Nancy Samalin, que está leyendo una amiga mía. Nos lo compartió y a mi me encanta, me suena muy Continuum razón por la cual me lo voy a guardar aquí.

Cuando lo leí me fuí a la cama pensando en dónde estaría la linea que divide el Ser padre del Ser amigo y visceversa, y si es que existe esta línea... Y pensaba si alguna vez en mi vida me hubiese gustado que mi mamá fuera mi amiga... No, es mi madre y punto.

No creo que un hijo espere de su madre amistad sino contención, apoyo, que le cubra ciertas necesidades, que le muestre el camino y que lo deje caminar con sus propios pies... Estoy totalmente de acuerdo, no soy amiga de mis hijos, soy su madre.

Y no creo que sean puntos contrapuestos: Padres O amigos. Se me ocurre que podemos ser Padres Amigables. Es decir, para imponer un límite no es necesario hacerlo con mala cara, mucho menos con violencia o amenazas. Creo que pueden establecerse y hacerse cumplir límites de una forma amigable: trato respetuoso, lo que implica para empezar que los límites son los menos, que son sólo los indispensables, que están bien pensados con anticipación, que son firmes y claros para no dar lugar a malentendidos; y pensando en que se harán cumplir sin violencia, sin chantajes, con ingenio y paciencia.

Claro, eso requiere el triple de tiempo y esfuerzo, pero nuestros hijos lo valen ¿no?

**La imagen es de Melissa Peck

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Comprensión de las reglas


Ando muy metida con las teorías del desarrollo de la moral de Piaget, me parece que explican mucho y dan muchas pistas sobre la vida con niños -y sin castigos-.

Transcribo unos párrafos de un libro muy interesante sobre Pedagogía que me prestaron y estoy leyendo-masticando, ¡qué cantidad de conclusiones que se pueden sacar de aquí!.


Comprensión de las reglas por parte de los niños.

Los estudios de Piaget sobre la comprensión de reglas por parte de los niños se solieron realizar en situaciones de juego, por conversaciones informales con los niños durante el juego. Así por ejemplo, un experimentador le pedía a un niño que le explicara cómo se juegan las canicas: quién gana, cómo se gana, si se tienen que usar siempre las mismas reglas y cómo surgieron las reglas del juego.

Piaget describe cuatro fases en la comprensión de las normas del juego.

En la primera fase, los niños consideran el juego de las canicas como simples actividades en las que uno juega libremente haciendo diversas cosas (tirarlas, hacerlas rodar, contarlas). Los niños no perciben otros límites o reglas que, todo lo más, algunos esquemas particulares que han desarrollado para sí mismos. Por ejemplo, un niño puede "jugar a las canicas" metiéndolas en una botella, dejándolas caer en el suelo y volviéndolas a meter en la botella. Esta primera fase, llamada a veces "fase de las reglas motoras" dura hasta que el niño tiene alrededor de tres años.

En la segunda fase, que tiene lugar entre los tres y los cinco años, los niños juegan imitando los modelos de los adultos. Reconocen que existen reglas; estas reglas son para ellos lo más importante y las consideran fiajs e inalterables. Las reglas rigen y dirigen muchos juegos de los niños, incluso cuando juegan solos. Irónicamente, con su proceder egocéntrico los niños cambian sin querer esas reglas o se centran en algunas de ellas, ignorando otras, cuando ello les conviene. Por ejemplo, los niños pueden saber que "las reglas del juego de los bolos" exigen que se coloquen los diez bolos en forma de triángulo y que se permanezca de pie detrás de una línea dibujada en el suelo para lanzar la bola. Un niño de cinco años puede pensar que el hecho de pasars de la raya que trazó su padre supone hacer trampas, pero puede sentirse muy agusto apartando un poco los bolos de la pared para reducir la distancia entre él y los mismos.

Hacia los siete u ocho años, los niños comienzan a jugar con otros de acuerdo con reglas mutuamente aceptadas. Durante esta tercera fase manifiestan un acusado respeto por las reglas, pero sólo muestran una vaga comprensión de cómo se establecieron éstas. La pregunta "¿Por qué tenemos que jugar de esta manera?" Es a menudo respondida por otro niño con el comentario "las reglas dicen que está bien así". Los niños comprenden que las excepciones o cambios en las reglas pueden estipularse mediante un acuerdo de todos los que juegan. No obstante, es difícil alcanzar ese acuerdo, a no ser que cada jugador considere que los cambios son más ventajosos para él que para los demás jugadores. Estas manifestaciones de egocentrismo disminuyen a medida que madura el niño.

Cuando los niños tienen once o doce años, perciben las regla como guías de actuación establecidas, cambiadas y acordadas por individuos. Probablemente consideran el desarrollo de os juegos y sus reglas como una actividad seria y como una especie de diversión. Los niños desarrollan una actitud relativista con respecto al establecimiento de reglas y al acuerdo sobre los cambios de dichas reglas, pero observan un riguroso respeto por las mismas. Saben que las reglas pueden establecerse y cambiarse libremente, pero una vez que se han fijado, no pueden ignorarse arbitraria o selectivamente. Esta actitud hacia las normas no difiere probablemente demasiado de la de los adultos.
**la imagen es de Paula Metcalf.