miércoles, 4 de noviembre de 2009

El mundo desde el punto de vista del niño


Puntualmente recibo en mi mail el Newsletter mensual de Laura Gutman, lo leo y voy asintiendo en casi todo. Alguna que otra cosa que escribe no me acaba de cuadrar de pronto, pero son puntos muy específicos, mis "vicios" de la profesión creo. Sin embargo, hoy leí la carta de noviembre y me dejó impactada la claridad de sus palabras, la veracidad del texto y la simplicidad con la explica, a los que quieran oir, el punto de vista del niño. Me lo guardo aquí para tenerlo a la mano.
**La imagen es de Aka Lousie

La evolución desde la dependencia física y emocional absoluta hacia una independencia relativa, es un tránsito muy prolongado....de casi veinte años. El camino que tenemos por delante es enorme. Y eso, todos los niños lo sabemos. También sabemos que necesitamos la asistencia de un adulto para que medie entre el mundo y nosotros.
Por ejemplo, si aún no tenemos capacidad para caminar, alguien nos tiene que prestar sus piernas. Eso significa que esperamos estar siempre, siempre, siempre, en brazos de alguien que camine. Y cuando logramos la marcha....que es un éxito significativo, de todas maneras continuamos necesitando caminar con las piernas de otro. Y mientras no contemos con el lenguaje verbal, esperamos que alguien nombre nuestras sensaciones, nuestra hambre, nuestro dolor de panza. Hasta que alguna vez nosotros mismos podamos nombrar cada cosa.
Sin embargo, con frecuencia, no encontramos piernas que caminen nuestro andar, ni brazos que nos otorguen movimiento, ni palabras que canten nuestras canciones. Lo más grave no es el desencanto, sino el peligro en el que efectivamente estamos. Librados a los depredadores, lloramos con desesperación. Pero en lugar de ser comprendidos, llamativamente, somos desestimados. Algo que ninguna otra especie de mamíferos haría: desestimar el llamado de la cría. En estos casos, cambiamos las estrategias del llamado: probamos enfermando. Lamentablemente obtenemos respuestas sobre la enfermedad, pero no en relación a nuestro ser interior. En ese punto, los niños ya no sabemos cómo explicar que necesitamos desesperadamente la presencia y la mediación de un adulto autónomo. También probamos adaptándonos. Es decir, inventamos que no necesitamos eso que necesitamos. Que hayamos sobrevivido disminuyendo las demandas, significa que hemos relegado a algún lugar sombrío las necesidades básicas que no han sido satisfechas. Pero éstas no desaparecen. Sólo desaparecen para la conciencia. Cuando cumplimos tres años, ya comprendemos fehacientemente que no podemos llorar como un bebé recién nacido, a los seis años mucho menos. Aprendemos a pedir sólo aquello que los adultos están dispuestos a escuchar. Así nos alejamos de nuestras almas en pena. En ese mismo instante, hemos perdido para siempre la sabiduría de la infancia.
Laura Gutman

2 comentarios:

Magda Pérez Hervás dijo...

Gracias por compartirlo.
Creo que la sociedad, en donde vivimos, nos mueve con fuerza y en muchisimas ocasiones no somos capaces de pararnos y mirar por donde queremos desplazarnos, menos aun por donde querrán nuestros pequeños.

Un saludo

Ale dijo...

Què bien lo expresas Magda, un saludo =)