lunes, 29 de septiembre de 2008

Nosotros, los depredadores de la cría humana

Hoy me llegó este texto de Laura Gutman por una lista de correos, y es inevitable, cada vez que lo leo me vuelve a dar escalofrío...y así con la piel chinita y el corazón encogido me da por no entender a quienes tienen hijos y no los huelen. Lo leo tan claro y contundente que me da para explicarme el por qué a mi me costó -y me cuesta- retomar esa parte instintiva que tengo como mamá-mamífera, como mamá-mamífera con instinto "amputado" entre otras cosas por no haber vivido eso que J.Liedloff llama "Imprimación", a ninguno de mis dos hijos los toqué primero yo después del parto, es más ni siquiera los alimenté yo la primera vez...que duro reconocer los errores, pero más duro vivir con ellos sin verlos. Si la racionalización escondió mi insinto ahora espero que esta misma me sirva para desenterrarlo, a ver si leyendo me acerco cada vez más a ese sitio de donde ninguna madre debiera alejarse.




Laura Gutman
Las lobas, las perras, las gatas, las vacas, las focas, las elefantas, las leonas, las gorilas, las ovejas, las ballenas, las yeguas, las monas, las jirafas, las zorras y las humanas tenemos algo en común: el instinto de proteger nuestra cría.

Sin embargo somos especialmente sensibles si algo se interpone entre nosotras y nuestros cachorros después del parto: por ejemplo, si alguien toca a uno de ellos impregnándolos de un olor ajeno, perdemos el olfato que los hace absolutamente reconocibles como propios. Si permanecen alejados del cuerpo materno, vamos perdiendo la urgente necesidad de cobijarlos.

Cada especie de mamíferos tiene un tiempo diferente de evolución hacia la autonomía. En reglas generales, podemos hablar de autonomía cuando la criatura está en condiciones de procurarse alimento por sus propios medios y cuando puede sobrevivir prodigándose cuidados a sí mismo sin depender de la madre.

En muchos casos va a necesitar de la manada como ámbito de vida, y es la manada que va a funcionar también como protectora contra los depredadores de otras especies o de la propia.

Entre los humanos del mundo “civilizado”, pasa algo raro: Las hembras humanas no desarrollamos nuestro instinto materno de cuidado y protección, porque una vez producido el parto, tenemos prohibido oler a nuestros hijos, que son rápidamente bañados, cepillados y perfumados antes de que nos los devuelvan a nuestros brazos. Perdemos un sutil eslabón del apego con nuestros cachorros.

Luego raramente estaremos bien acompañadas para que afloren nuestros instintos más arcaicos, difícilmente lograremos amamantarlos, -cosa que todas las demás mamíferas logran siempre y cuando no hayan parido en cautiverio-, muy pocas veces permaneceremos desnudas para reconocernos, y seguiremos reglas fijas ya sean filosóficas, culturales, religiosas o morales que terminarán por enterrar todo vestigio de humanidad. Si es que a esta altura podemos llamarla como tal.

El niño sobrevivirá. Cumplirá un año, dos, o tres. Seguiremos nuestras reglas en lugar de seguir nuestros instintos. Estimularemos a los niños para que se conviertan velozmente en personas autónomas. Los abandonaremos muchas horas por día. Los castigaremos. Nos enfadaremos. Visitaremos especialistas para quejarnos sobre cómo nos han defraudado estos niños que no son tan buenos como esperábamos.

A esa altura sentimos que estos niños no nos pertenecen. Esperamos que se arreglen solos, que duerman solos, que coman solos, que jueguen solos, que controlen sus esfínteres, que crezcan solos y que no molesten. Hemos dejado de “oler” eso que les sucede. No hemos aprendido el idioma de los bebés, no sabemos interpretar ni traducir lo que les pasa. Cuando estamos ausentes, o incluso cuando estamos cerca -con tal de estar tranquilos- los dejamos completamente expuestos. Entonces puede aparecer el más feroz de los lobos feroces. Ya que en realidad somos nosotros, sus más temibles depredadores.

1 comentario:

karina dijo...

Hola
Aterrizo por primera vez en tu página, es muy completa! Te felicito, los felicito a los cuatro.
Estaba leyendo este artículo y recordé que instintivamente pedí que no bañaran a mi bebé al nacer. Y así se hizo, y lo agradezco tanto, qué olorcito inolvidable!!! Qué hermoso saber y sentir que así salió de mí, que esos fuimos los dos juntos! Varios días le duró el olor a cachorrito.