martes, 30 de septiembre de 2008

Las patas de la araña (matemáticas)


De la escuela nos envían un boletín quincenal, ahora venía un artículo que me pareció útil sobre las matemáticas de la vida diaria, me da gusto que mi niño las vea así, como son, tan naturales y tan "de diario". Para él es un juego divertidísimo esto de contar o clasificar -por tamaños, por colores, por formas- o seguir líneas rectas, y sobretodo es totalmente espontáneo. Como anoche en la cama, cuando esperabamos a que viniera el sueño, comenzó a contar las patas de su arrana patona (araña patona): mira mamá así son tres como los años que tengo, y si pongo otra pata son cuatro, y si pongo otra son cinco, y si quito estas dos, quedan tres ota vez!!
No sabemos aún la grafía de los números, no interesa por ahora; además de clasificar y construir, ya contamos, sumamos y restamos del uno al cinco.


Las matemáticas en nuestra vida diaria:
¿Ocasionalmente ha escuchado usted decir: "¡Vamos a ver los números!?". Esta expresión puede referirse a estadísticas de deportes, al presupuesto para una casa, a recibos de compra, a números de votos o una lista de invitados, entre muchos otros aspectos. Aunque le gusten o no le gusten, es importante que se dé cuenta que las matemáticas involucran mucho más que sólo números. De hecho, se usan las matemáticas en forma de rutina y cómodamente en nuestra vida diaria, a menudo sin siquiera percatarnos que lo estamos haciendo.
Por ejemplo, ¿Se ha visto alguna vez en la necesidad de reacomodar su cuarto porque desea introducir un nuevo mueble en su habitación? Las distintas alternativas de ubicar el mueble en diferentes lugares lo sumerge en un proceso aparentemente decorativo. Sin embargo, trabajar con las formas de los muebles y el espacio disponible en la habitación involucra manejar la geometría. Al dividir el problema en pasos e ir trabajando con cada etapa metódicamente involucra lógica y orden, que es similar a resolver series de ecuaciones
algebraicas.
Las matemáticas también están presentes cuando aplica o modifica una receta de cocina en la que el platillo resultante debe ser servido para un mayor o menor número de personas. Las utiliza cuando estima cuánta composta se requiere en su jardín, lo cual puede hacer de varias maneras. Una posibilidad es que puede medir el largo, ancho y profundidad de la cama de tierra donde crecen sus flores y calcular la cantidad necesaria de acuerdo a la dosis recomendada en un antiguo costal de composta.
Otra opción puede ser que, basado en su experiencia en el jardín, echar un vistazo sobre el área en que se va a plantar y estimar la cantidad que necesita. Las actividades mencionadas ilustran cómo es la habilidad para trabajar con propiedades matemáticas de eventos y objetos comunes, a través del razonamiento matemático en nuestra vida.


A continuación proporcionamos una lista de actividades para apoyar el pensamiento matemático de sus hijos de acuerdo a la edad:

1 a 2 años:
Siéntate frente al espejo con tu hijo o cuando lo bañes, vayan tocando y nombrando las diferentes partes del cuerpo. Puedes apoyarte con canciones que hagan referencia a éste para que las cante y mueva las partes de su cuerpo que se mencionan. El cuerpo es ideal para contar: ¿cuántos ojos
tienes?, ¿cuántas manitas?, ¿cuántos dedos hay en cada una?
1. Haz que bañe sus muñecos y haga lo mismo
2. Permítele que experimente con juegos de resaques del cuerpo humano o de animales.
3. Esconde algún objeto en diferentes lugares e incita al niño para que lo busque.
4. Pídele que localice cosas arriba y abajo (la luna, los zapatos, el perrito, etc.)
5. Dale juguetes con ruedas para que los dirija a un lugar determinado. Refuerza las nociones: adelante, atrás, rápido, lento.

3 y 4 años:
1.- Cualquier momento es importante para contar objetos, por ejemplo, cuando estés en tu mesa, puedes ayudarle o pedirle que te ayude a contar por ejemplo, los platos, las sillas.
2.- Puedes poner grupos de objetos y pedirle al niño que observe en dónde hay más objetos y en dónde hay menos.
3.- Déjalo que llene un vaso con agua, en otro recipiente pon menos y deja otro vacío, puedes preguntarle donde hay más cantidad de agua y donde hay menos. Las actividades de comparación son importantes para ayudarlo a fijarse en diferencias.
4.- Puedes comprar una lámina o buscar en un libro una figura humana o muñequitos donde tú puedas darle la indicación por ejemplo, ahora vamos a buscar donde están las cejas, y así repasar las partes del cuerpo. También puede señalarse él mismo.
5.- Pueden divertirse utilizando los cinco sentidos, por ejemplo: tomar una manzana y que el tenga los ojos cerrados y trate de saber que es lo que esta oliendo, como se siente, suave, rasposo, etc.
6. Puedes poner tres objetos iguales en tres diferentes tamaños así el podrá diferenciar en dónde esta, el chico, el mediano y el grande.
7. Puedes pintar en tu piso líneas rectas, curvas y caminar sobre ellas.
8. Puedes construir torres, casas, edificios, esto lo puedes hacer con cubos.
5 años:
1.- Pide al niño que recolecte diferentes tipos de hojas de plantas y árboles y que las ordene de acuerdo a la forma y el tamaño así como graduando la intensidad de color.
2.- Preséntale al niño en forma desordenada una serie de imágenes que representen distintos momentos de el nacimiento de un pollo, la caída de un árbol, el proceso de vestido, etc.
Pídele que ordene las imágenes en la secuencia que él cree que deben seguir y que trate de explicar el procedimiento que siguió para hacerlo.
3.-Dale material de construcción variado, construye una estructura y motiva al niño para que las copie siguiendo el mismo procedimiento que tú utilizaste. Pídele que construya nuevas estructuras y que pueda volver a hacerlo a pesar de que tú se la cambias.
4.- Utiliza cubos para ir formando cantidades. 1-10, 10-20 y pide al niño que escriba el numeral que corresponde a cada formación, que los compare y los ordene de forma ascendente. Ahora puede agrupar los cubos de dos en dos para contar pares y de tres en tres para contar nones.
5.- Pide a tu hijo que ponga de un lado tres objetos y que luego le agregue dos, que los cuente y te diga cuantos son. En el caso de que veas que no logra la suma, hay que hacerlo clasificar más, ya sea por tamaños, color, forma o textura.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Nosotros, los depredadores de la cría humana

Hoy me llegó este texto de Laura Gutman por una lista de correos, y es inevitable, cada vez que lo leo me vuelve a dar escalofrío...y así con la piel chinita y el corazón encogido me da por no entender a quienes tienen hijos y no los huelen. Lo leo tan claro y contundente que me da para explicarme el por qué a mi me costó -y me cuesta- retomar esa parte instintiva que tengo como mamá-mamífera, como mamá-mamífera con instinto "amputado" entre otras cosas por no haber vivido eso que J.Liedloff llama "Imprimación", a ninguno de mis dos hijos los toqué primero yo después del parto, es más ni siquiera los alimenté yo la primera vez...que duro reconocer los errores, pero más duro vivir con ellos sin verlos. Si la racionalización escondió mi insinto ahora espero que esta misma me sirva para desenterrarlo, a ver si leyendo me acerco cada vez más a ese sitio de donde ninguna madre debiera alejarse.




Laura Gutman
Las lobas, las perras, las gatas, las vacas, las focas, las elefantas, las leonas, las gorilas, las ovejas, las ballenas, las yeguas, las monas, las jirafas, las zorras y las humanas tenemos algo en común: el instinto de proteger nuestra cría.

Sin embargo somos especialmente sensibles si algo se interpone entre nosotras y nuestros cachorros después del parto: por ejemplo, si alguien toca a uno de ellos impregnándolos de un olor ajeno, perdemos el olfato que los hace absolutamente reconocibles como propios. Si permanecen alejados del cuerpo materno, vamos perdiendo la urgente necesidad de cobijarlos.

Cada especie de mamíferos tiene un tiempo diferente de evolución hacia la autonomía. En reglas generales, podemos hablar de autonomía cuando la criatura está en condiciones de procurarse alimento por sus propios medios y cuando puede sobrevivir prodigándose cuidados a sí mismo sin depender de la madre.

En muchos casos va a necesitar de la manada como ámbito de vida, y es la manada que va a funcionar también como protectora contra los depredadores de otras especies o de la propia.

Entre los humanos del mundo “civilizado”, pasa algo raro: Las hembras humanas no desarrollamos nuestro instinto materno de cuidado y protección, porque una vez producido el parto, tenemos prohibido oler a nuestros hijos, que son rápidamente bañados, cepillados y perfumados antes de que nos los devuelvan a nuestros brazos. Perdemos un sutil eslabón del apego con nuestros cachorros.

Luego raramente estaremos bien acompañadas para que afloren nuestros instintos más arcaicos, difícilmente lograremos amamantarlos, -cosa que todas las demás mamíferas logran siempre y cuando no hayan parido en cautiverio-, muy pocas veces permaneceremos desnudas para reconocernos, y seguiremos reglas fijas ya sean filosóficas, culturales, religiosas o morales que terminarán por enterrar todo vestigio de humanidad. Si es que a esta altura podemos llamarla como tal.

El niño sobrevivirá. Cumplirá un año, dos, o tres. Seguiremos nuestras reglas en lugar de seguir nuestros instintos. Estimularemos a los niños para que se conviertan velozmente en personas autónomas. Los abandonaremos muchas horas por día. Los castigaremos. Nos enfadaremos. Visitaremos especialistas para quejarnos sobre cómo nos han defraudado estos niños que no son tan buenos como esperábamos.

A esa altura sentimos que estos niños no nos pertenecen. Esperamos que se arreglen solos, que duerman solos, que coman solos, que jueguen solos, que controlen sus esfínteres, que crezcan solos y que no molesten. Hemos dejado de “oler” eso que les sucede. No hemos aprendido el idioma de los bebés, no sabemos interpretar ni traducir lo que les pasa. Cuando estamos ausentes, o incluso cuando estamos cerca -con tal de estar tranquilos- los dejamos completamente expuestos. Entonces puede aparecer el más feroz de los lobos feroces. Ya que en realidad somos nosotros, sus más temibles depredadores.

jueves, 25 de septiembre de 2008

"No me gusta que me muerdas"

Por segunda vez en lo que va del año escolar, al recoger a mi hijo me lo encuentro con un mordisco...Y reprimiendo mi impulso inicial de mamá-loba salvaje (ir a investigar quién lo mordió para morderlo yo) me detuve a preguntarle qué es lo que había pasado...Mi niño de 3 años me dió una lección sobre cómo debo abordar este tema (ya me había yo leído la teoría de qué hacer en estos casos y sin embargo, al verle un bracito mordido a mi cría desprotegida me quedé casi con la mente en blanco)...gracias a este evento pude comprobar (una vez más) que escogimos bien la escuela, porque no me interesa que salga diciéndome que aprendió las vocales o los números...Me doy por bien servida porque hoy mi hijo aprendió cómo resolver un conflicto (de la mano de su maestra claro). Definitivamente, si todos lo hicieramos de este modo este mundo sería otro muy distinto:

- Qué te pasó en el brazo amor?
- Mmhhmm, es que mi amigo Adrian me mordió, estaba enojado porque lo "adelanté", entontes me mordió...
- Ay mi amor, y te dolió mucho? lloraste?
- Si mamá. Lloré porque me dolía, le dije que no me gusta que me muerda, él me dijo que no le gusta que le gane. Luego habló con MarraJosé (la maestra) y me dijo que lo dicupe. Me pusieron un hielito. Mamá, cuando los amigos nos muerden les decimos que no nos gusta y nos ponen un hielito, así se quita el dolor.

Me lo contó tan tranquilo que no hizo falta decir mucho más...a él...pero si me tocó "contener" a toda la familia para no hacer más grande el suceso: papá que quería hablar con los papás del otro niño (y con la directora y hasta con el ministerio público) y abuela que por poco "ensucia" este proceso que a mi niño le había quedado tan limpio con sugerencias de esas que los adultos nos sabemos de memoria: "la proxima vez que...", "si él te muerde tú..."

**la imagen es de Eugenia Nobati, del libro "La tortuga sabia y el mono entrometido".


ENOJO: CÓMO AYUDAR A LOS NIÑOS A MANEJAR ESTA EMOCIÓN COMPLEJA

¿Qué es el enojo?
El enojo es una emoción básica que sentimos todos. Es normal y suele ser saludable. Sin embargo, cuando se pierde el control, el enojo se torna destructivo. A los niños puede traerles problemas con su familia, sus compañeros y su rendimiento escolar. Al igual que otras emociones, el enojo llega acompañado de cambios fisiológicos. Tanto la frecuencia cardíaca como la presión arterial pueden aumentar. El enojo puede deberse tanto a hechos internos como externos. Un niño, por ejemplo, puede enojarse porque siente que sus notas no son buenas (interno) o bien porque un hermano lo empujó (externo).

La manera natural de expresar el enojo consiste en responder con agresión. Es la respuesta instintiva ante la percepción de amenazas físicas o verbales. Sin embargo, responder agresivamente a cada situación de amenaza no es sano ni seguro. La violencia acarrea problemas sociales, dificultades con la familia, problemas con la justicia y un daño físico o emocional.

Por lo tanto, es importante enseñar a los niños, desde pequeños, formas saludables de controlar su ira.

¿Cómo se manifiesta el enojo según las edades?
En la primera infancia, los niños comienzan a adquirir la capacidad de reprimir los impulsos de agresión física (como empujar, golpear, pellizcar, morder, gritar) cuando están enojados. Los niños en edad preescolar van aprendiendo a identificar los estados emocionales básicos en ellos mismos y en los demás mediante el uso de la palabra. Sin embargo, es frecuente ver niños que recurren a conductas de violencia física (arrojan juguetes, empujan o golpean a sus padres o compañeros) debido a que recién se están acostumbrando al uso de la palabra para expresar sus sentimientos. A medida que crecen, adquieren habilidades lingüísticas más complejas y empiezan a tener la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Desarrollan la empatía y llegan a comprender mejor el efecto que sus actos y palabras tienen sobre los demás. En los años más avanzados, ya deberían saber expresar su enojo con palabras, no físicamente. Sin embargo, los niños con dificultades para hablar o controlar sus impulsos suelen bregar para controlar sus sentimientos de enojo y pueden responder usando la fuerza física, gritos o negándose a obedecer las normas escolares o familiares.

Los adolescentes son acuciados por nuevos agentes agresores y preocupaciones que pueden provocar sentimientos de enojo y frustración, como la creciente necesidad de independencia e intimidad, además de que aumentan las exigencias académicas, sociales y laborales. Algunos jóvenes expresan su frustración e ira negándose a verbalizar lo que sienten y piensan mientras que otros reaccionan físicamente arrojando objetos o dando portazos. Algunos jóvenes tienen dificultades para manejar sus impulsos de agresión física y sus reacciones pueden llegar al punto de descargar su agresión en los demás. La cultura de grupo también puede tener un papel fundamental en la aceptación de la agresión física o verbal como respuesta adecuada a los sentimientos de ira.

¿Qué podemos hacer los padres?
La forma en que los padres responden a las situaciones emocionales influye de manera significativa en el aprendizaje del niño a manejar sus propias emociones. Los niños están siempre aprendiendo a controlarse y necesitan una guía para poder expresar y dominar sus emociones y conductas correctamente. Los niños que ganan habilidad para manejar emociones, como el enojo, de manera adecuada pueden sobrellevar y repeler mejor el estrés. Esta capacidad les servirá desde la infancia hasta la adultez y redundará en una mejor salud física y mejor rendimiento académico y laboral.

Reduce, además, los problemas de conducta fomentando a la vez el autocontrol, la confianza en sí mismos y buenas relaciones con los compañeros. Los padres pueden estimular la adquisición de habilidades eficaces para manejar el enojo de la siguiente manera:

 Ayudándolos a desarrollar la empatía. Por ejemplo, pregúntele a su hijo: "¿Cómo piensas que puede sentirse Sam cuando le gritas y le sacas su juguete?" o “¿Cómo te sentirías tú si Sam te hiciera lo mismo?”

 Enseñándoles que puede admitirse cualquier sentimiento no cualquier comportamiento. Es decir, uno puede sentirse frustrado pero no por eso golpear, patear o asir a otro para expresar lo que uno siente.

 Cada situación que lleva a su hijo a afrontar sentimientos de enojo es una oportunidad de aprendizaje. Cuando note que su hijo mantiene la calma ante una situación irritante, remárqueselo y felicítelo. En cambio, si nota que no maneja bien su enojo, acérquese para ayudarlo a resolver el problema. Pregúntele, por ejemplo, qué podría hacer la próxima vez que le suceda algo que suscite su enojo. Ayúdelo a encontrar opciones, como “avisar a un adulto” o “volver la espalda” y luego aliéntelo a que la próxima vez reaccione eligiendo alguna de estas formas socialmente aceptadas.

 Ayudándolos a desarrollar hábitos de control efectivo del estrés para evitar exabruptos de ira. Pidiéndoles que piensen en actividades positivas, como hacer ejercicio, leer, escribir o escuchar música, que los mantengan alejados de lo que los irrita, los entusiasmen y los lleven a participar regularmente de ellas. Y mejor aún, sirva de ejemplo recurriendo a estas actividades usted mismo.

 Aconsejándoles a hacer inspiraciones profundas antes de reaccionar agresivamente cuando estén enojados. Tenga en cuenta que para que dé resultado, es necesario practicar antes. En caso de niños pequeños, es una habilidad que los padres pueden ejercitar con ellos al acostarlos.

¿Cuándo debería buscar ayuda profesional?
Aprender a controlar los sentimientos de enojo es una parte normal del crecimiento. Algunos niños adquieren habilidades efectivas para el manejo de la ira fácilmente mientras que otros necesitan una guía más directa y cierta práctica. Si su hijo tiene dificultades para aprender a calmarse cuando está enojado o sufre episodios frecuentes en los que no puede evitar agredir física o verbalmente, es posible que necesite la intervención de un profesional en salud mental. Los ataques de enojo repetidos pueden dificultar la participación del niño en las actividades regulares de la clase o aumentar el riesgo de que un compañero salga dañado física o emocionalmente. Un profesional podrá evaluar las causas subyacentes y los factores que activan el enojo y la frustración, y ayudarlo a adquirir habilidades específicas para el manejo de la ira. Podrá, además, darle apoyo y orientación a usted y a los maestros de su hijo. Algunos jóvenes descargan sus impulsos de enojo en ellos mismos y pueden desarrollar conductas de autoagresión (golpearse la cabeza, cortarse, actitudes suicidas). Los jóvenes que muestran estas conductas necesitan atención inmediata.

Escrito y desarrollado por Joshua Mandel, Psy.D., Daphne Anshel, Ph.D. y el personal del NYU Child Study Center.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Juguemos juntos


Además de todos los nuevos caminos que he recorrido con la llegada de mis hijos, he tenido que retomar algunos ya caminados -y casi olvidados- hace mucho tiempo, como los del juego, pero en este camino reconozco que ellos me llevan de la mano y yo voy un poco "con los ojos vendados"... Qué dificil es volver con los cinco sentidos a ese mundo en donde todo puede suceder, y al mismo tiempo qué delicia volver a sentir esa magia circulando por en medio.

Si, es verdad que ahora tengo más tiempo para jugar porque dejé un trabajo, pero además he seguido a mi hijo y he interiorizado que para jugar no hay tiempo definido, ni siquiera lugar...podemos jugar mientras conduzco, mientras caminamos a la escuela, mientras nos llega el sueño...claro que cada situación da lugar a juegos distintos...a veces son sólo con voces o cantos, a veces implican despeinarnos y arrugarnos la ropa, a veces son a susurros...lo importante es nunca declinar esa invitación que nos hacen nuestros hijos para hacer nuestra aburrida vida de grandes un poco más mágica.


Laura Gutman
Las personas grandes tenemos muchas cosas importantes que resolver. Y cuando se suma la obligación de criar y educar a los niños pequeños, la lista de prioridades y urgencias aumenta considerablemente. Nos preocupa especialmente el futuro de nuestros niños: decidir cuál es la mejor escuela, el mejor estudio de inglés, cómo lograr que sean educados y amables, cómo hallar soluciones para encarar el problema de los celos por el hermano menor, qué decisiones tomar para que no sufran a causa del divorcio de sus padres o qué médico consultar por las alergias reiteradas. En fin, que la vida se ha convertido en una maraña de preocupaciones, desde que la compartimos con nuestros hijos pequeños.
Son tantas las cuestiones que necesitamos solucionar, que incluso el ocio ha dejado de ser parte de nuestra vida cotidiana, sobre todo para las mujeres que además trabajamos fuera de casa. Ese pequeño espacio de diversión, de no hacer nada, de cantar o de dejar volar la imaginación, ha quedado relegado entre las múltiples tareas atrasadas. Sin embargo los niños -por suerte- aún logran conservar el juego como parte indispensable y constante de su desarrollo.
Los niños juegan todo el tiempo: Cuando comen, cuando caminan por la calle, cuando observan a los demás, cuando les decimos que tienen que ir a dormir, cuando nos llaman, cuando lloran, cuando están distraídos. Juegan aunque nosotros no nos demos cuenta de ello. Juegan a cada instante en medio de la interacción con la realidad, convirtiendo esa experiencia en múltiples posibilidades para atravesarla. Transforman de ese modo cada vivencia en muchas otras, indistintamente si son reales o imaginarias, ya que todas forman parte un momento único. Es posible que los adultos no tomemos en cuenta que ellos están dentro de un juego permanente y que desde ese lugar de creatividad y fantasía, nos invitan una y otra vez a acercarnos a ese mágico territorio de ensueños.
¿Por qué no aceptamos la invitación? Porque no nos resulta fácil. Los niños se mueven dentro de códigos que ya hemos olvidado o utilizando un lenguaje lúdico que tal vez ni siquiera hemos experimentado siendo niños. Jugar nos puede parecer extraño, misterioso o molesto. Y también podemos sentir que es una manera de perder el tiempo. En todo caso, jugar a la par de los niños pequeños, no es sencillo.
Vale la pena subrayar que a las madres no tan jóvenes, nos puede resultar aún más complejo entrar en la lógica infantil del juego. Y también constataremos -si nos observamos y observamos a nuestro alrededor- que habitualmente los varones participan en los juegos con mayor entrega y alegría que las mujeres. O sea que podríamos mirar a los varones -quienes con total despreocupación llegan a casa y se ponen a jugar- para aprender de ellos el manejo del ocio y la diversión.
¿Para qué sirve jugar con los hijos? Es la manera más directa de entrar en relación con ellos. Generalmente les pedimos que se adapten al mundo de los adultos, -cosa que hacen, por ejemplo, soportando largas jornadas escolares-. Jugar con ellos es hacer el camino inverso: nosotros nos adaptamos un rato al mundo de los niños. Parece ser un trato justo.
En ocasiones puede suceder todo lo contrario: que los niños hoy estén tan exhaustos de las obligaciones escolares, tengan tan poco tiempo libre y tan poca vitalidad para explorar el juego y la fantasía -refugiándose en la televisión o el ordenador- que posiblemente las personas grandes queramos ayudarlos y enseñarles a jugar. Lo cual no está nada mal. Siempre y cuando estemos dispuestos a permitirles desarrollar la inventiva y la ilusión, en lugar de imponer juegos reglados, difíciles de asumir, exigentes y donde el niño, una vez más, tiene que obedecer y en lo posible responder a nuestras expectativas. Jugar “bien” se parece demasiado a hacer la tarea de la escuela bien, portarse bien y ser un niño bueno. ¡Es decir que en ese caso ya no se trataría de jugar!
Sin embargo ¿las personas grandes somos capaces de jugar jugando? ¿Qué sucedería si nos dejamos llevar por la alegría y la improvisación, e imitamos lo que de alguna manera los niños proponen? Claro que la “lógica” del juego será diferente a la que estamos acostumbrados, y es posible que nos sintamos perdidos. El secreto para lograrlo será seguir a los niños, e ingresar tomados de la mano dentro de sus escondites preferidos. ¿Cómo saber si lo estamos haciendo bien? Sólo observando al niño. Constatando si está disfrutando o no. Si estamos intercambiando piedras de colores, o saltando uno sobre el otro, o jugando a las escondidas o repartiendo naipes…sabremos si es el juego adecuado en la medida que el niño esté fascinado. Ahora bien, si quienes estamos encantados con el juego somos nosotros, pero el niño está aburrido, nos hemos olvidado del niño real y estamos jugando con nuestro niño interno. Y eso, lo podemos hacer a solas.
Definitivamente, jugar es una cosa seria. Y algunos niños están dispuestos a enseñarnos las reglas.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El rol de los abuelos

Ya era hora de hablar de los abuelos, o en nuestro caso mejor dicho, de las abuelas.
Gracias a ellas se fortalece nuestra forma de llevar la crianza porque mi mamá y mi suegra han significado para mi nuestra "tribu". Qué dificil sería llevar una crianza de apego sin ellas, sobre todo por el hecho de tener yo que salir de casa medio día, sin duda creo que sin ellas nuestra logística se vería seriamente afectada, y no sólo eso, la calidad de cuidados hacía mis hijos, la cantidad de besos-abrazos-contacto físico(rebozo incluido por supuesto) que ellos reciben mientras yo me ausento...Así que, se imaginarán todo lo bueno que puedo yo escribir sobre estas dos mujeres. Independientemente de lo que haya sido su vida hasta hace tres años, ahora se rige por el inmenso amor que prodigan a mis hijos.

Cuando tengo duda acerca de cómo dejarme llevar por mi instinto, de cómo no "imponer" mi voluntad a las de mis hijos, volteo a verlas y aprendo de la forma tan continuum que tienen de llevar el día a día con los niños. He pensado y pensado qué es lo que las mueve, ¿acaso aman a los niños más que yo? No por supuesto, mi conclusión es que los aman con la libertad que les da la experiencia, los aman sin el yugo de tener que "educarlos" o tener que "formarlos". Creo que en esta conclusión está la clave a la que debo aferrarme para criar a mis hijos...
Hoy un artículo al respecto, de Neva Milicic.
**La imagen es del blog de Eulalia Cornejo, del libro infantil "los lentes de las abuelitas".

Neva Milicic
Sin duda que los abuelos juegan un rol esencial en la estructura familiar. Cohesionan, unen y suelen entregar la narrativa de la familia, contando todas esas grandes y pequeñas historias que hacen la saga familiar. En casa de los abuelos hay tradiciones que se mantienen, se respetan y que van haciendo parte de la cultura familiar.
La casa de los abuelos está disponible y abierta para cuidar y recibir los nietos. Las abuelas están atentas a hacer regalos que se conecten con los intereses de los niños. Los abuelos suelen estar más lejanos a la vida de los niños, pero para quienes han tenido abuelos cercanos y comprometidos, ellos son de una enorme significación emocional.
El impacto de algunas personas de la familia en lo que los niños llegarán a ser es indudable. Actualmente no sólo los abuelos sino también los bisabuelos pueden jugar ese rol. El otro día leía en una entrevista que la actriz Leonor Varela decía que una de las situaciones que le producía más felicidad era almorzar con su abuelo, Raúl Varela, quien siendo un hombre muy importante, siempre se dejó tiempo para estar y compartir con sus hijos y nietos. Los adultos significativos que se dan tiempo y permiten el desarrollo de los niños y las niñas es de una influencia incalculable.
Leyendo la historia de Alexander Graham Bell, el escocés que inventó el teléfono, en un libro muy interesante de Jean-Bernard Povy, Serge Bloch y Anne Blanchard, cuyo sugerente título es “Enciclopedia de malos alumnos y rebeldes que llegaron a ser genios”, me surgió la idea de rescatar el valor de los abuelos.
A Graham Bell, como a muchos niños, no le gustaba la escuela.
En el siglo XIX, las escuelas inglesas eran de terror. Alexander Graham Bell nació en 1847; su padre bastante autoritario, era profesor de dicción y le gustaba mucho contar cuentos.
A los 15 años Alexander se escapó de su casa en Edimburgo, por problemas con el autoritarismo de su padre y se fue a vivir a Londres con un abuelo bastante excéntrico. Este abuelo había sido desde zapatero y actor hasta un fonoaudiólogo bastante reconocido.
Los tres años que vivió con él gozó de bastante libertad. Luego regresó a Escocia, y con su hermano Edward, con quien mantenía una maravillosa relación y que falleció después de tuberculosis, intentó crear a pedido de su padre, un autómata parlante.
El teléfono es un invento que surgió cuando él trataba de crear una oreja artificial para los sordos, cuando, en 1876, logró transmitir por codificación la voz humana a través de un cable eléctrico.
En la historia de Bell, la inspiración, de las personas con discapacidad auditiva fueron sin duda un elemento central. Su madre, que era sorda, trabajaba en la Universidad de Bath, en Londres, donde enseñaba a niños con problemas auditivos. Bell también se enamoró de Mabel, una joven sorda.
Su abuelo, el fonoaudiólogo, le entregó algo que a los padres les cuesta más entregar, que es el valor de la libertad y el riesgo y la capacidad de darse el tiempo, para realizar lo que le gusta y le apasiona.
A veces los padres reclaman, porque los abuelos malcrían a los nietos, pero un permiso para hacer algo que se quiere, puede ser un gran propulsor de la creatividad de los niños. Así que valore el hecho de tener abuelos disponibles; ellos entregan una mirada diferente de la realidad que puede ser muy enriquecedora para el crecimiento personal de sus hijos.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuatro en el piso

Ya tenía ganas de venir a presumir nuestro nuevo nido...y de paso decir que ya no somos cuatroenlacama sino cuatroenelpiso jeje...

Colechabamos en cama matrimonial+cuna sidecar, pero ya hacía rato que comenzabamos a dormir peor, nuestros invitados están creciendo y eso se notaba en la cama también: algunos manotazos entre sueños, caídas nocturnas de la cama, papá dormía casi con medio cuerpo en el aire tanto que las últimas noches prefería tenderse en el piso junto a su lado de la cama y yo, bueno, hacía actos de contorsionismo para meter medio cuerpo en la cuna.

Así que, si queríamos seguir durmiendo los cuatro juntos había necesidad de ampliar cama. La solución el maravilloso invento del tamaño king size, dos por dos metros de cama, un paraiso para los colechadores...

Pero aún nos quedaba el problema de los aterrizajes forzosos nocturnos, y después de descartar varias opciones decidimos ser simples: el colchón al piso y punto.

Dormimos tan bien ahora! Ese colchón ha sido la mejor compra de mueble desde que tenemos hijos, bueno, desde siempre. Volvemos a tener sueños cómodos y felices los cuatro, por ahora, por lo menos de aquí al siguiente estirón de los peques, que ya resolveremos en su momento.

Y me acordé que tengo por ahí guardado algo sobre colecho, como para festejar nuestro estreno...En el texto unas respuestas que da Carlos González con respecto al mito del colecho que son divertidísimas:

Una mamá le pregunta preocupadísima qué hacer con su hija que "no puede dormir solita"
-...Finalmente, la situación ha degenerado y prácticamente dormimos juntos los tres durante toda la noche (ella, mi marido y yo).»

Hola Eso no es degenerar, eso es normalizarse. Los niños pequeños necesitan dormir con su madre. Eso es lo normal. Hacia los tres o cuatro años suelen aceptar el dormir solos si se les pide educadamente (aunque, por supuesto, ellos preferirían seguir durmiendo con su madres hasta los 10 o 12).Es muy importante que aprendan desde pequeñitos a dormir acompañados, porque así es como solemos dormir los adultos. Imagínate que no aprende a dormir con otras personas, y que cuando sea mayor no se quiere acostar con su marido. ¡Sería terrible! ¡No la conseguirías casar! ¡Tendríais que aguantarla en casa toda la vida! (o meterla monja...)De todos modos, si encuentras que tres en la cama es demasiado incómodo, habrá que sacar a alguien. Se puede usar un criterio de antigüedad (que se vaya quien más tiempo lleve durmiendo en tu cama), un criterio de maduración (que se vaya el más maduro), un criterio de espacio (que se vaya el que haga más bulto), un criterio de contaminación sonora (que se vaya el que ronque más fuerte), o un criterio operativo (que se vaya el que menos llore al sacarle de la cama). Me temo que todos los criterios apuntan hacia tu marido... :-)
Saludos, Carlos González

Dos preguntitas Carlos:
1) De donde sacas que hacia los tres o cuatro años suelen aceptar el dormir solos? Conozco muchos niños que han dormido solos antes de edad y justamente en esta edad (donde comienzan los temores, a la oscuridad por ej.) es cuando insisten en no dormir solos.
2) Si ellos preferirian seguir durmiendo con sus madres hasta los 10 o 12, por qué no hacerlo? Ya que no parece ser un criterio basado en la comida porque has dado la solución de «sacar a alguien» cuando «tres en la cama es demasiado incomódo».Yo personalmente creo que hay que discriminar entre «necesidad» y «deseo». Y pensar no solamente en la necesidad y deseo del hijo, sino tambien en las de la mamá y también las del papá.
Saludos, Silvia Wajnbuch

Hola, Silvia, como siempre, me encantan tus preguntas.Lo de los tres o cuatro años lo baso en experiencia personal, y en haber hablado con otras madres (huy, qué he dicho, si yo no soy una madre... creo que se me está pegando algo) que han practicado el colecho. Me temo que falta por hacer un estudio descriptivo-observacional sobre la duración habitual del colecho en las familias que lo practican.También estoy de acuerdo contigo, y también precisamente por experiencia, en que hay niños que, habiendo dormido solos, es hacia los tres años cuando quieren dormir con su madre. Mi idea personal (sólo una interpretación, probablemente sesgada y basada en datos incompletos) es la siguiente:
1.- Lo biológicamente normal en nuestra especie, lo que ocurría antes de que las distintas culturas impusieran distintas normas, probablemente era que los niños dormían con su madre hasta los 10 o 12 años, y puede que más. Me baso en que los chimpancés duermen con su madre hasta los 5 (y tienen la pubertad a los 7), y en que no logro imaginarme a un niño de menos de 10 años durmiendo sólo y desnudo en el suelo, bajo las estrellas, y sobreviviendo.
2.- Vestidos, en una cuna, en una habitación, bajo un techo, evidentemente los niños sí que pueden dormir solos y sobrevivir. El problema es que ellos no lo saben.
3.- Hacia los 3 o 4 años, los niños empiezan a comprender que, en efecto, no corren ningún peligro durmiendo solos. Si los padres quieren que duerman solos, y se lo dicen con gracia, pueden convencerlos. Digo por experiencia que preferirían dormir acompañados hasta los 10 o 12, porque más o menos hasta esa edad quieren que les hagas mimitos, que les vayas a arropar, o intentan venir a tu cama ocasionalmente, o aparecen de visita el domingo por la mañana... Los de 15, en cambio, creo que no permitirían tales cosas ni pidiéndoselas por favor.Creo que muchos niños que han dormido con su madre desde el principio, hacia los 3 o 4 se sienten lo bastante seguros para dormir solos sin quejarse mucho.
4.- Este es el punto más polémico, pero también lo creo: pienso que aquellos niños que desde el nacimiento han dormido solos se sienten más inseguros, y que su evolución es precisamente la contraria. Un niño de un año que jamás ha dormido con su madre es incapaz siquiera de imaginar que eso es posible. Nota que le falta algo, pero no sabe el qué. Por eso los libros clásicos de pediatría y puericultura (como el Spock o el mismísimo Nelson) insisten en que «ni una sola noche los admitas en tu cama, porque se acostumbrarán y querrán volver cada noche». ¡Es como descubrir un nuevo mundo de posibilidades! Pero, si no lo ha descubierto antes, hacia los 3 o 4 años probablemente llega a imaginarlo, o a enterarse de alguna manera, y al mismo tiempo tiene más capacidad física para hablar, desplazarse y en definitiva imponer su voluntad. Así que es entonces cuando por fin consigue ir a dormir con sus padres, y luego tardará más en llegar a dormir solo, precisamente porque, al haberle faltado el colecho al principio, se sentirá más inseguro.Desde luego, no es que yo recomiende sacar al niño de la cama a los 3 o 4 años. Como tampoco recomiendo meterlo. Cada familia hará lo que crean conveniente. Lo que quiero es explicar, a aquellas familias que ya lo han metido en su cama (o están pensando hacerlo) que no están haciendo nada malo, que tienen perfecto derecho a seguir así. A quienes preferirían sacar al niño lo antes posible, puedo explicarles que, probablemente, hacia los 3 o 4 años lo conseguirán. Si alguien no ve motivo para sacarlo, y prefiere esperar a que el niño se vaya de puro aburrimiento, también me parece perfecto. Estoy seguro de que todos los niños se irían, tarde o temprano (de esto sí que tengo bibiografía, porque está escrito: «por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne». Eso lo dijo uno que sabía más que Freud, así que no creo que lo discuta nadie :-)Lo de sacar a alguien de la cama, evidentemente era en broma. Nosotros hemos estado la mar de bien tres en la cama, y nadie se tuvo que ir. Lo que pretendo señalar con mi broma es que nuestra sociedad ve perfectamente normal que un adulto de 30 años necesite compañía para dormir, pero no admite que un niño necesite lo mismo. Tanto que los que hablamos de que se vaya el padre lo decimos en broma... pero algunos dicen que se vaya el niño, ¡y lo dicen en serio! Mi mujer me dejó entrar en su cama hace casi 22 años, y todavía no me ha sacado, por lo que le estoy muy agradecido.Por cierto, creo que las necesidades del bebé, la mamá y el papá no son necesariamente incompatibles. Me consta que muchos padres disfrutamos enormemente de esos años en que tenemos niños en la cama. Es algo que más adelante se echa de menos.
Un abrazo, Carlos González

martes, 2 de septiembre de 2008

Sobre la maternidad


Algún día, hace tiempo ya, leí este texto sobre la maternidad en un foro y debí haber estado medio hormonal porque recuerdo que al seguir las líneas iba soltando una que otra lagrimilla por lo cercano que me resulta desde que soy madre.

Al llegar al párrafo donde habla del marido, pensé en el mio, en lo afortunada que soy de habérmelo encontrado en la vida y en que, efectivamente me pasó como a la autora, que nunca pensé enamorarme cada día más de él como me pasa ahora, al verlo en su papel de "Padre de mis hijos" (entrecomillo el resumen de: jugar con ellos, abrazarlos, besuquearlos, bañarlos, limpiarlos, consolarlos, dialogar con ellos cuando su madre se aleja un poco por haber perdido la paciencia, levantarse a media noche para atender a uno mientras la mamá atiende a la otra, levantarse más temprano que toda la tribu para adelantar la logística del día a día, por ser mi sostén emocional y un sinfin de etcéteras que no terminaría de escribirlo todo).

Ayer él mismo me pidió guardar esto aquí para tenerlo a mano, le gusta leerlo porque él ha sido testigo en primera fila (o más bien co-protagonista) del cómo la mujer de la que se enamoró, se convirtió en otra por el "simple" hecho de ser mamá.

Porque antes de ser mamá pensaba que esto de tener hijos era sólo eso: parir, alimentar, vestir y ver crecer niños parecidos a ti y a la persona que amas; luego llevarlos a la escuela, comprarles el juguete de moda en día de reyes para un día verlos salir por la puerta de tu casa y dejarte nuevamente a solas con tu vida.
Ni me imaginaba lo que dos hijos podían ocasionarme, una vuelta de 180 grados que trastocó absolutamente toda mi existencia, un cambio vital que vino a revolucionarme desde mi misma escencia, ví derrumbarse mis preceptos de la mayoría de las cosas, y de pronto me encontré (y me encuentro) reconstruyéndome toda dentro de un nuevo orden de ideas, a la luz de dos pares de ojillos redondos, tomando una regordeta manilla de cada lado mío.

He aquí el texto, (aviso que después de leerlo queda un nudo en la garganta):

Nos juntamos para almorzar cuando mi amiga me comenta que ella y su pareja están pensando en tener familia.Estamos haciendo una encuesta, - me dice medio en broma. - ¿Crees que deberíamos tener un bebé?Te cambiará la vida, - le contesto intentando que mi voz suene neutral.Sí, ya sé, - me dice, - ya no podremos dormir hasta tarde los fines de semana, ya no tendremos vacaciones espontáneas...

Pero eso no era lo que yo pensaba. Miro a mi amiga intentando decidir qué decirle. Quiero que ella sepa todo lo que no aprenderá en los cursos de preparto, quiero que sepa que las marcas físicas que dejará el embarazo sanarán, pero que convertirse en madre le dejará una marca emocional tan profunda que la hará vulnerable para el resto de su vida.Pienso en advertirle que nunca más leerá un periódico sin pensar "podría haber sido MI hijo". Que cada vez que se entere de la caída de un avión, de un incendio se sentirá perseguida. Que cuando vea fotos de niños hambrientos, se preguntará si puede haber algo peor que ver a un hijo morir.Miro sus uñas perfectamente arregladas y su ropa impecable y pienso que sin importar lo sofisticada que sea, convertirse en madre la reducirá al nivel tan primitivo de una osa protegiendo a su cría. Que una llamada urgente: ¡Mamá!, la hará dejar caer un souffle o su mejorcristalería sin pensarlo dos veces.

Siento que debería prevenirla que ya no importarán los años que haya invertido en su carrera, que su profesión pasará a segundo plano por la maternidad.Que podrá arreglar para que su hijo esté bien cuidado mientras trabaja, pero un día, entrando a una importante junta de negocios, creerá oler el dulce aroma de su bebé, y que deberá utilizar cada milímetro de autodisciplina para no salir corriendo a su casa, sólo para asegurarse quesu bebé está bien.Quiero que mi amiga sepa que las decisiones de todos los días ya no serán una rutina. Que el deseo de un niño de 5 años de entrar al baño de hombres en Mc Donald's se convertirá en un dilema mayor. Que en ese momento, entre el ruido a bandejas y los gritos de los niños, sopesará importantes argumentos acerca de la limitación de la independencia de su pequeño y la posibilidad de que un depravado se pueda esconder en ese baño al que ella no podrá entrar. Que sin importar lo decidida que sea en la oficina, cuestionará todas las decisiones que tome con respecto a su hijo.

Mirando a mi atractiva amiga, quiero asegurarle que aunque pierda los kilos de más que le deje el embarazo, jamás se sentirá igual acerca de sí misma.Que su vida, tan importante ahora, pasará a segundo plano cuando tenga a su hijo. Que no dudaría en dar la vida por él sin meditarlo un instante, sin embargo deseará vivir más años, no para cumplir sus propios sueños, sino para ver a su hijo cumplir los suyos. Quiero explicarle que la cicatriz de la cesárea y las estrías se convertirán en medallas de honor.

La relación de mi amiga con su marido cambiará, pero no de la manera que ella cree. Quisiera que ella entendiera cuanto más se puede amar a un hombre que se levanta por las noches a acunar a su hijo y que siempre está dispuesto a jugar con él. Creo que debería saber que se enamorará de él otra vez, por razones que ahora encontraría muy poco románticas.

Quisiera que mi amiga pudiera saber lo identificada que se va a sentir con otras mujeres que a través de la historia han intentado detener una guerra, los prejuicios o choferes alcoholizados. Quisiera que entendiera porque yo puedo ser muy racional acerca de muchos temas, pero me vuelvo temporalmente irracional cuando discuto el peligro que significa una guerra nuclear en elfuturo de mis hijos.Quisiera describirle a mi amiga la exaltación de ver a su hijo aprender a andar en bicicleta. Quisiera poder reproducirle esa risa contagiosa que escapa del alma del bebé cuando toca la suave piel de un gato o un perro por primera vez. Quisiera que saboreara esa felicidad al abrazarlo que es tan real, que duele.

La mirada intrigada de mi amiga me hace comprender que los ojos se me han llenado de lágrimas.Nunca te arrepentirás, - le digo al fin, tomándole la mano y ofrezco una plegaria silenciosa por ella, y por mí, y por todas aquellas mujeres meramente mortales que se enfrentan a los tropiezos de la maravillosa experiencia llamada maternidad.
**La imagen que ilustra se llama "la hija del rey pantano" y es de Loly&Bernardilla.

Palabrotas y palabras...


Ayer mi esposo hurgando en su cuenta de correos encontró este texto que yo le reenvié algún día, hace ya más de un año...lo volvimos a leer juntos y nos pareció importante guardarlo aquí. Es una lástima no recordar dónde me lo encontré o quién era el autor. Y vale mucho la pena la reflexión.
*La imagen, de Patricia Metola.


Palabrotas y palabras de la buena educación


Hace pocos días mi mujer constató un hecho sorprendente. En un parque infantil un padre, movido por cualquier zarandaja, amenazaba a su hijo con mandarlo a "pensar".

No es una anécdota puntual, sino que tal amenaza con "pensar" se va imponiendo como sucedáneo de castigo. (En realidad el tal rincón o cuarto de "pensar" consiste en un castigo de aislamiento).

Al pedagogo que se le ocurriera tal designación para semejante método, tendrán que reconocerle la triste hazaña de lograr que al cabo de unos años, una generación entera de personas sienta aversión cuando escuchen la palabra "pensar", y quiera rebelarse no pensando en absoluto.

No es la única palabra o palabrota de la pedagogía parda moderna que quiere hacer pasar la sumisión de los peques y la conveniencia de los mayores como educación.

Fíjense que la propia palabra de origen latino "educación" (etimológicamente "conducción") ya es considerada por algunos como palabra preferentemente sustituible por la más civilizada griega "paideia" (etimológicamente "crianza").

Otra de estas modas educativas es la que sostiene que a los niños es necesario decirles "no". Mi mujer sostiene que los partidarios de este nihilismo pedagógico al parecer no han tenido ocasión de convivir con un niño en el entorno urbano moderno. Porque si lo hubieran hecho sabrían que en este nuestro mundo lleno de enchufes, hornos, estufas, coches, etc. se le dice muchas veces “no” a un niño y, por desgracia, es difícil evitarlo. De hecho, a parte de "papá" y "mamá", la tercera palabra que algunos niños aprenden es "no", mucho antes del "sí".

Teniendo en cuenta que los niños aprenden mayormente por repetición, las criaturas escuchan un "no" a cada tres palabras.

Paralela al "no" nos encontramos con la palabra "límite". Hay cuantiosos profetas del "límite". Hasta ahora uno había pensado que lo mejor era "abrir perspectivas", "ampliar horizontes", pues no, según estos señores lo que tenemos que hacer con los niños es "imponerles límites", como si las circunstancias no nos impusieran a los niños y mayores suficientes límites.

El planteamiento básico de estas pedagogías hostiles consiste en suponer que padres e hijos pelean en bandos contrarios, y que los padres han de aprovechar su supremacía inicial para no quedar luego en desventaja. Pero, cosa rara, hay familias que constituyen un equipo firme y cohesionado por los lazos del respeto mutuo.

Esta oposición supuesta en las relaciones entre padres e hijos tienen su explicación en la lejanía y extrañeza predominantes en las relaciones de familia de nuestro entorno social. Por primera vez en la historia hijos y padres apenas se ven unas horas antes de acostarse. Esto ocurre desde bien temprano, cuando a las madres se les acaba el rácano permiso de maternidad y tienen que depositar sus bebés en las guarderías. Pues bien, es en esas pocas horas de convivencia donde se nos propone que "impongamos límites" y digamos "no". Supongo que será para recuperar el tiempo perdido para la convivencia, el cariño y el cuidado.

El desamparo social del maternaje hace de las guarderías y los colegios infantiles un negocio seguro. Sin apoyo económico, social o familiar las madres tienen que trabajar y separarse de sus hijos.

Es el estado de Platón llevado a la práctica. Durante mucho tiempo pareció una fantasía lo que el ateniense proponía a los padres: que entregaran al Estado la crianza y la educación de sus hijos.

Hoy, sin embargo, la utopía parece lo contrario, que los padres (y sobre todo las madres) puedan criar y educar ellos mismos a sus hijos.

Al hilo de este fenómeno, otra palabrota de la pedagogía interesada: la "socialización". Resulta que las guarderías no sólo se hacen cargo de los bebés para que sus madres puedan trabajar y así poder afrontar las hipotecas tremendas, sino que además, mira tú por dónde, son imprescindibles porque "socializan" a los bebés.

Menos mal entonces que existen las guarderías: la Humanidad entera ha estado esperando durante milenios a su advenimiento para poder por fin socializarse. Hasta entonces el ser humano no era un ser social y las personas, sin guarderías, permanecían asociales desde su nacimiento hasta el fin.

Además las guarderías hacen a los bebés "independientes" (otra palabreja). Siguiendo con la ironía, (la mía y la de la expresión), para una criatura que no puede moverse o alimentarse por sí misma, la carácterística más natural es la "independencia". Lástima que las hipotecas estén tan caras porque, de otro modo, nada más nacer se le podría poner al bebé (previo paso por la guardería) su propio piso. Hasta ahora todos los bebés y niños del mundo a lo largo de la historia de la humanidad se habían socializado con su padre, madres, hermanos, abuelos y otros familiares, qué cosa más extraña hoy en día.

Algunas de mis palabrotas educativas favoritas son las que en España designan toda una fase formativa: "Enseñanza Secundaria Obligatoria". Dejemos fuera lo de "Secundaria", astutamente interpuesta para escindir la paradoja irresoluble de la "enseñanza obligatoria". Veamos: primero, si lo que es obligatoria es la enseñanza, entonces los únicos obligados son nuestros sufridos enseñantes, como de hecho ocurre. Entonces debería llamarse "Aprendizaje Secundario Obligatorio". Este nombre no se lo pusieron porque constituiría un sinsentido flagrante. El aprendizaje es, por esencia, algo voluntario. Cómo obligarle a alguien a aprender la gramática y el álgebra, por no hablar de las sutilezas de la música, la lírica o la ética kantiana. Lo otro, lo único que puede ser obligatorio es la estabulación.

Ahora bien ante toda esta ringlera de vocablos de la educación hostil, el lector puede proponer todo un decálogo para una pedagogía sensata y de respeto: responsabilizarse, comprender, cuidar, atender, acompañar, custodiar, y mostrar un mundo en una luz más amable.