Ayer mi esposo hurgando en su cuenta de correos encontró este texto que yo le reenvié algún día, hace ya más de un año...lo volvimos a leer juntos y nos pareció importante guardarlo aquí. Es una lástima no recordar dónde me lo encontré o quién era el autor. Y vale mucho la pena la reflexión.
*La imagen, de Patricia Metola.
Palabrotas y palabras de la buena educación
Hace pocos días mi mujer constató un hecho sorprendente. En un parque infantil un padre, movido por cualquier zarandaja, amenazaba a su hijo con mandarlo a "pensar".
No es una anécdota puntual, sino que tal amenaza con "pensar" se va imponiendo como sucedáneo de castigo. (En realidad el tal rincón o cuarto de "pensar" consiste en un castigo de aislamiento).
Al pedagogo que se le ocurriera tal designación para semejante método, tendrán que reconocerle la triste hazaña de lograr que al cabo de unos años, una generación entera de personas sienta aversión cuando escuchen la palabra "pensar", y quiera rebelarse no pensando en absoluto.
No es la única palabra o palabrota de la pedagogía parda moderna que quiere hacer pasar la sumisión de los peques y la conveniencia de los mayores como educación.
Fíjense que la propia palabra de origen latino "educación" (etimológicamente "conducción") ya es considerada por algunos como palabra preferentemente sustituible por la más civilizada griega "paideia" (etimológicamente "crianza").
Otra de estas modas educativas es la que sostiene que a los niños es necesario decirles "no". Mi mujer sostiene que los partidarios de este nihilismo pedagógico al parecer no han tenido ocasión de convivir con un niño en el entorno urbano moderno. Porque si lo hubieran hecho sabrían que en este nuestro mundo lleno de enchufes, hornos, estufas, coches, etc. se le dice muchas veces “no” a un niño y, por desgracia, es difícil evitarlo. De hecho, a parte de "papá" y "mamá", la tercera palabra que algunos niños aprenden es "no", mucho antes del "sí".
Teniendo en cuenta que los niños aprenden mayormente por repetición, las criaturas escuchan un "no" a cada tres palabras.
Paralela al "no" nos encontramos con la palabra "límite". Hay cuantiosos profetas del "límite". Hasta ahora uno había pensado que lo mejor era "abrir perspectivas", "ampliar horizontes", pues no, según estos señores lo que tenemos que hacer con los niños es "imponerles límites", como si las circunstancias no nos impusieran a los niños y mayores suficientes límites.
El planteamiento básico de estas pedagogías hostiles consiste en suponer que padres e hijos pelean en bandos contrarios, y que los padres han de aprovechar su supremacía inicial para no quedar luego en desventaja. Pero, cosa rara, hay familias que constituyen un equipo firme y cohesionado por los lazos del respeto mutuo.
Esta oposición supuesta en las relaciones entre padres e hijos tienen su explicación en la lejanía y extrañeza predominantes en las relaciones de familia de nuestro entorno social. Por primera vez en la historia hijos y padres apenas se ven unas horas antes de acostarse. Esto ocurre desde bien temprano, cuando a las madres se les acaba el rácano permiso de maternidad y tienen que depositar sus bebés en las guarderías. Pues bien, es en esas pocas horas de convivencia donde se nos propone que "impongamos límites" y digamos "no". Supongo que será para recuperar el tiempo perdido para la convivencia, el cariño y el cuidado.
El desamparo social del maternaje hace de las guarderías y los colegios infantiles un negocio seguro. Sin apoyo económico, social o familiar las madres tienen que trabajar y separarse de sus hijos.
Es el estado de Platón llevado a la práctica. Durante mucho tiempo pareció una fantasía lo que el ateniense proponía a los padres: que entregaran al Estado la crianza y la educación de sus hijos.
Hoy, sin embargo, la utopía parece lo contrario, que los padres (y sobre todo las madres) puedan criar y educar ellos mismos a sus hijos.
Al hilo de este fenómeno, otra palabrota de la pedagogía interesada: la "socialización". Resulta que las guarderías no sólo se hacen cargo de los bebés para que sus madres puedan trabajar y así poder afrontar las hipotecas tremendas, sino que además, mira tú por dónde, son imprescindibles porque "socializan" a los bebés.
Menos mal entonces que existen las guarderías: la Humanidad entera ha estado esperando durante milenios a su advenimiento para poder por fin socializarse. Hasta entonces el ser humano no era un ser social y las personas, sin guarderías, permanecían asociales desde su nacimiento hasta el fin.
Además las guarderías hacen a los bebés "independientes" (otra palabreja). Siguiendo con la ironía, (la mía y la de la expresión), para una criatura que no puede moverse o alimentarse por sí misma, la carácterística más natural es la "independencia". Lástima que las hipotecas estén tan caras porque, de otro modo, nada más nacer se le podría poner al bebé (previo paso por la guardería) su propio piso. Hasta ahora todos los bebés y niños del mundo a lo largo de la historia de la humanidad se habían socializado con su padre, madres, hermanos, abuelos y otros familiares, qué cosa más extraña hoy en día.
Algunas de mis palabrotas educativas favoritas son las que en España designan toda una fase formativa: "Enseñanza Secundaria Obligatoria". Dejemos fuera lo de "Secundaria", astutamente interpuesta para escindir la paradoja irresoluble de la "enseñanza obligatoria". Veamos: primero, si lo que es obligatoria es la enseñanza, entonces los únicos obligados son nuestros sufridos enseñantes, como de hecho ocurre. Entonces debería llamarse "Aprendizaje Secundario Obligatorio". Este nombre no se lo pusieron porque constituiría un sinsentido flagrante. El aprendizaje es, por esencia, algo voluntario. Cómo obligarle a alguien a aprender la gramática y el álgebra, por no hablar de las sutilezas de la música, la lírica o la ética kantiana. Lo otro, lo único que puede ser obligatorio es la estabulación.
Ahora bien ante toda esta ringlera de vocablos de la educación hostil, el lector puede proponer todo un decálogo para una pedagogía sensata y de respeto: responsabilizarse, comprender, cuidar, atender, acompañar, custodiar, y mostrar un mundo en una luz más amable.
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