Además de todos los nuevos caminos que he recorrido con la llegada de mis hijos, he tenido que retomar algunos ya caminados -y casi olvidados- hace mucho tiempo, como los del juego, pero en este camino reconozco que ellos me llevan de la mano y yo voy un poco "con los ojos vendados"... Qué dificil es volver con los cinco sentidos a ese mundo en donde todo puede suceder, y al mismo tiempo qué delicia volver a sentir esa magia circulando por en medio.
Si, es verdad que ahora tengo más tiempo para jugar porque dejé un trabajo, pero además he seguido a mi hijo y he interiorizado que para jugar no hay tiempo definido, ni siquiera lugar...podemos jugar mientras conduzco, mientras caminamos a la escuela, mientras nos llega el sueño...claro que cada situación da lugar a juegos distintos...a veces son sólo con voces o cantos, a veces implican despeinarnos y arrugarnos la ropa, a veces son a susurros...lo importante es nunca declinar esa invitación que nos hacen nuestros hijos para hacer nuestra aburrida vida de grandes un poco más mágica.
Laura Gutman
Las personas grandes tenemos muchas cosas importantes que resolver. Y cuando se suma la obligación de criar y educar a los niños pequeños, la lista de prioridades y urgencias aumenta considerablemente. Nos preocupa especialmente el futuro de nuestros niños: decidir cuál es la mejor escuela, el mejor estudio de inglés, cómo lograr que sean educados y amables, cómo hallar soluciones para encarar el problema de los celos por el hermano menor, qué decisiones tomar para que no sufran a causa del divorcio de sus padres o qué médico consultar por las alergias reiteradas. En fin, que la vida se ha convertido en una maraña de preocupaciones, desde que la compartimos con nuestros hijos pequeños.
Son tantas las cuestiones que necesitamos solucionar, que incluso el ocio ha dejado de ser parte de nuestra vida cotidiana, sobre todo para las mujeres que además trabajamos fuera de casa. Ese pequeño espacio de diversión, de no hacer nada, de cantar o de dejar volar la imaginación, ha quedado relegado entre las múltiples tareas atrasadas. Sin embargo los niños -por suerte- aún logran conservar el juego como parte indispensable y constante de su desarrollo.
Los niños juegan todo el tiempo: Cuando comen, cuando caminan por la calle, cuando observan a los demás, cuando les decimos que tienen que ir a dormir, cuando nos llaman, cuando lloran, cuando están distraídos. Juegan aunque nosotros no nos demos cuenta de ello. Juegan a cada instante en medio de la interacción con la realidad, convirtiendo esa experiencia en múltiples posibilidades para atravesarla. Transforman de ese modo cada vivencia en muchas otras, indistintamente si son reales o imaginarias, ya que todas forman parte un momento único. Es posible que los adultos no tomemos en cuenta que ellos están dentro de un juego permanente y que desde ese lugar de creatividad y fantasía, nos invitan una y otra vez a acercarnos a ese mágico territorio de ensueños.
¿Por qué no aceptamos la invitación? Porque no nos resulta fácil. Los niños se mueven dentro de códigos que ya hemos olvidado o utilizando un lenguaje lúdico que tal vez ni siquiera hemos experimentado siendo niños. Jugar nos puede parecer extraño, misterioso o molesto. Y también podemos sentir que es una manera de perder el tiempo. En todo caso, jugar a la par de los niños pequeños, no es sencillo.
Vale la pena subrayar que a las madres no tan jóvenes, nos puede resultar aún más complejo entrar en la lógica infantil del juego. Y también constataremos -si nos observamos y observamos a nuestro alrededor- que habitualmente los varones participan en los juegos con mayor entrega y alegría que las mujeres. O sea que podríamos mirar a los varones -quienes con total despreocupación llegan a casa y se ponen a jugar- para aprender de ellos el manejo del ocio y la diversión.
¿Para qué sirve jugar con los hijos? Es la manera más directa de entrar en relación con ellos. Generalmente les pedimos que se adapten al mundo de los adultos, -cosa que hacen, por ejemplo, soportando largas jornadas escolares-. Jugar con ellos es hacer el camino inverso: nosotros nos adaptamos un rato al mundo de los niños. Parece ser un trato justo.
En ocasiones puede suceder todo lo contrario: que los niños hoy estén tan exhaustos de las obligaciones escolares, tengan tan poco tiempo libre y tan poca vitalidad para explorar el juego y la fantasía -refugiándose en la televisión o el ordenador- que posiblemente las personas grandes queramos ayudarlos y enseñarles a jugar. Lo cual no está nada mal. Siempre y cuando estemos dispuestos a permitirles desarrollar la inventiva y la ilusión, en lugar de imponer juegos reglados, difíciles de asumir, exigentes y donde el niño, una vez más, tiene que obedecer y en lo posible responder a nuestras expectativas. Jugar “bien” se parece demasiado a hacer la tarea de la escuela bien, portarse bien y ser un niño bueno. ¡Es decir que en ese caso ya no se trataría de jugar!
Sin embargo ¿las personas grandes somos capaces de jugar jugando? ¿Qué sucedería si nos dejamos llevar por la alegría y la improvisación, e imitamos lo que de alguna manera los niños proponen? Claro que la “lógica” del juego será diferente a la que estamos acostumbrados, y es posible que nos sintamos perdidos. El secreto para lograrlo será seguir a los niños, e ingresar tomados de la mano dentro de sus escondites preferidos. ¿Cómo saber si lo estamos haciendo bien? Sólo observando al niño. Constatando si está disfrutando o no. Si estamos intercambiando piedras de colores, o saltando uno sobre el otro, o jugando a las escondidas o repartiendo naipes…sabremos si es el juego adecuado en la medida que el niño esté fascinado. Ahora bien, si quienes estamos encantados con el juego somos nosotros, pero el niño está aburrido, nos hemos olvidado del niño real y estamos jugando con nuestro niño interno. Y eso, lo podemos hacer a solas.
Definitivamente, jugar es una cosa seria. Y algunos niños están dispuestos a enseñarnos las reglas.
Las personas grandes tenemos muchas cosas importantes que resolver. Y cuando se suma la obligación de criar y educar a los niños pequeños, la lista de prioridades y urgencias aumenta considerablemente. Nos preocupa especialmente el futuro de nuestros niños: decidir cuál es la mejor escuela, el mejor estudio de inglés, cómo lograr que sean educados y amables, cómo hallar soluciones para encarar el problema de los celos por el hermano menor, qué decisiones tomar para que no sufran a causa del divorcio de sus padres o qué médico consultar por las alergias reiteradas. En fin, que la vida se ha convertido en una maraña de preocupaciones, desde que la compartimos con nuestros hijos pequeños.
Son tantas las cuestiones que necesitamos solucionar, que incluso el ocio ha dejado de ser parte de nuestra vida cotidiana, sobre todo para las mujeres que además trabajamos fuera de casa. Ese pequeño espacio de diversión, de no hacer nada, de cantar o de dejar volar la imaginación, ha quedado relegado entre las múltiples tareas atrasadas. Sin embargo los niños -por suerte- aún logran conservar el juego como parte indispensable y constante de su desarrollo.
Los niños juegan todo el tiempo: Cuando comen, cuando caminan por la calle, cuando observan a los demás, cuando les decimos que tienen que ir a dormir, cuando nos llaman, cuando lloran, cuando están distraídos. Juegan aunque nosotros no nos demos cuenta de ello. Juegan a cada instante en medio de la interacción con la realidad, convirtiendo esa experiencia en múltiples posibilidades para atravesarla. Transforman de ese modo cada vivencia en muchas otras, indistintamente si son reales o imaginarias, ya que todas forman parte un momento único. Es posible que los adultos no tomemos en cuenta que ellos están dentro de un juego permanente y que desde ese lugar de creatividad y fantasía, nos invitan una y otra vez a acercarnos a ese mágico territorio de ensueños.
¿Por qué no aceptamos la invitación? Porque no nos resulta fácil. Los niños se mueven dentro de códigos que ya hemos olvidado o utilizando un lenguaje lúdico que tal vez ni siquiera hemos experimentado siendo niños. Jugar nos puede parecer extraño, misterioso o molesto. Y también podemos sentir que es una manera de perder el tiempo. En todo caso, jugar a la par de los niños pequeños, no es sencillo.
Vale la pena subrayar que a las madres no tan jóvenes, nos puede resultar aún más complejo entrar en la lógica infantil del juego. Y también constataremos -si nos observamos y observamos a nuestro alrededor- que habitualmente los varones participan en los juegos con mayor entrega y alegría que las mujeres. O sea que podríamos mirar a los varones -quienes con total despreocupación llegan a casa y se ponen a jugar- para aprender de ellos el manejo del ocio y la diversión.
¿Para qué sirve jugar con los hijos? Es la manera más directa de entrar en relación con ellos. Generalmente les pedimos que se adapten al mundo de los adultos, -cosa que hacen, por ejemplo, soportando largas jornadas escolares-. Jugar con ellos es hacer el camino inverso: nosotros nos adaptamos un rato al mundo de los niños. Parece ser un trato justo.
En ocasiones puede suceder todo lo contrario: que los niños hoy estén tan exhaustos de las obligaciones escolares, tengan tan poco tiempo libre y tan poca vitalidad para explorar el juego y la fantasía -refugiándose en la televisión o el ordenador- que posiblemente las personas grandes queramos ayudarlos y enseñarles a jugar. Lo cual no está nada mal. Siempre y cuando estemos dispuestos a permitirles desarrollar la inventiva y la ilusión, en lugar de imponer juegos reglados, difíciles de asumir, exigentes y donde el niño, una vez más, tiene que obedecer y en lo posible responder a nuestras expectativas. Jugar “bien” se parece demasiado a hacer la tarea de la escuela bien, portarse bien y ser un niño bueno. ¡Es decir que en ese caso ya no se trataría de jugar!
Sin embargo ¿las personas grandes somos capaces de jugar jugando? ¿Qué sucedería si nos dejamos llevar por la alegría y la improvisación, e imitamos lo que de alguna manera los niños proponen? Claro que la “lógica” del juego será diferente a la que estamos acostumbrados, y es posible que nos sintamos perdidos. El secreto para lograrlo será seguir a los niños, e ingresar tomados de la mano dentro de sus escondites preferidos. ¿Cómo saber si lo estamos haciendo bien? Sólo observando al niño. Constatando si está disfrutando o no. Si estamos intercambiando piedras de colores, o saltando uno sobre el otro, o jugando a las escondidas o repartiendo naipes…sabremos si es el juego adecuado en la medida que el niño esté fascinado. Ahora bien, si quienes estamos encantados con el juego somos nosotros, pero el niño está aburrido, nos hemos olvidado del niño real y estamos jugando con nuestro niño interno. Y eso, lo podemos hacer a solas.
Definitivamente, jugar es una cosa seria. Y algunos niños están dispuestos a enseñarnos las reglas.
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