miércoles, 11 de junio de 2008

Las madres: para siempre


Tal vez soy la menos indicada para quejarme porque el compañero que la vida me dió para acompañarme en mi maternidad es un hombre maravilloso. Y sin embargo, en el poco tiempo que tengo de ser madre, he aprendido que hay agobios que se sufren sola, hay cargas y desvelos en donde, por más que hagan el esfuerzo, Ellos no ayudan.

Nunca antes de ser madre me hubiese imaginado lo pesado que resulta llevar este título a cuestas, definitivamente ahora admiro mucho más a mi Madre que lo cargó siempre sola.



Las madres: para siempre
Paula Serrano.


Ser madre es tal vez el más complejo de los roles que nos toca vivir. Primero porque es para toda la vida, los hijos se quedan, hasta nuestra muerte, si tenemos la suerte de no verlos morir. No son una crisis que se resuelve y dura poco. Dura para siempre. Eso es único.


Las madres dan la vida, una vida que se hizo de a dos, pero que cobija sólo uno, que amamanta sólo uno. Y esa relación que es dada por la biología, es definitoria y definitiva. Hay muy pocas cosas definitivas en el mundo de hoy. Ser madre se hace entonces algo cada vez más único. Los vínculos familiares son cada vez menos obligatorios y sólidos, en los tiempos modernos que vivimos. Sin embargo y a pesar de cualquier conflicto, las madres son las madres. De una manera peculiar, inexplicable a veces, la madre ya sea por su ausencia o su presencia, por su solidez o fragilidad, por su calidad o su defecto, es un vínculo que aparece siempre en las crisis, en la cercanía de la muerte, en la soledad, en los momentos límites. De casi todos los seres humanos en casi todas las épocas de la vida.

No es fácil entonces aceptar ese rol para las mujeres, porque concentra lo más sublime y lo más peligroso, lo más querido y lo más temido. Dicen que lo único peor que ser madre es no serlo. Eso habla de un vínculo difícil. Porque hagamos lo que hagamos, no tenemos como hacerlo todo lo bien que quisiéramos.

San Pablo dice en una de sus primeras cartas, que se vuelve a la vida desde la muerte en el amor. Eso es lo que les pasa a las madres, que para bien o para mal, aprenden a querer porque son madres.

Las mujeres de hoy sufren porque se cansan, se enojan, se desesperan, se decepcionan, sufren, por causa de los hijos. ¿Quién dijo que el amor era sin dolor? A veces es más fácil aceptar de partida que todo lo sublime tiene un pedazo de infierno. Así es. En la vida sin certezas y llena de peligros en que viven los jóvenes, las madres tienen poca protección que ofrecer y poco que decir. No importa. Nadie les pide eso. No somos responsables de la vida de nuestros hijos. Somos responsables de quererlos a pesar de lo que sea. Y eso es mucho, muchísimo. Somos el lugar más seguro, aunque los eduquemos y los castiguemos y obliguemos a asumir sus responsabilidades, seguimos siendo lo más gratis que tendrán jamás.

¿Hay algo gratis y seguro en nuestras vidas? Nada o casi nada.

Ser gratis y segura es un regalo, el mejor, el más único, el más original, el más definitivo.
Invito a las madres a celebrar este nuevo día de la madre sin culpas, sin recriminaciones. Somos las que somos, mejores o peores, pero somos única

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