Mis notas del artículo “La autonomía como objetivo de la educación: implicaciones de la teoría de Piaget” (de Constance Kamii).
En su libro “La jugement moral chez l`enfant”, Piaget (1932) señalaba la diferencia entre dos tipos de moral: La moral de la autonomía y la moral de la heteronomia. Además afirmaba que los niños desarrollan su autonomía de forma indisociable en el terreno moral y en el intelectual y que el fin de la educación debe ser su desarrollo.
Desarrollar la autonomía significa ser capaz de pensar críticamente por sí mismo, tomando en cuenta muchos puntos de vista, tanto en el terreno moral como en el intelectual.
Autonomía significa ser gobernado por uno mismo. Es lo opuesto de heteronomia que significa ser gobernado por algún otro.
La moralidad concierne a las cuestiones sobre lo que está bien y lo que está mal en la conducta humana. En la moralidad de heteronomia esas cuestiones se responden por referencia a las normas establecidas y/o los deseos de la persona con autoridad. Por el contrario, en la moralidad de autonomía cada individuo decide lo que está bien y lo que está mal, mediante la reciprocidad, es decir, mediante la coordinación de puntos de vista.
“La autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran” Piaget.
Por ejemplo: en la moralidad de heteronomia se considera que mentir está mal porque va en contra de ciertas reglas o del deseo de la autoridad. En la moralidad de autonomía, por el contrario, se considera que mentir es malo porque destruye la confianza mutua y las relaciones humanas. Si no queremos que otros nos mientan, nos damos cuenta que es necesario que nosotros también seamos sinceros.
La moralidad de heteronomia es indeseable porque implica una obediencia acrítica a las normas y/o a las personas poderosas.
Los niños nacen heterónomos e indefensos, y debe ser objetivo del desarrollo el alcanzar la autonomía.
Los adultos refuerzan la heteronomia de los niños cuando usan sanciones y estimulan la autonomía cuando intercambian puntos de vista con los niños para tomar decisiones. Las sanciones pueden ser positivas o negativas (o lo que conocemos como recompensa y castigo).
Ejemplo: un niño dice una mentira. El adulto puede dejarle sin postre o hacerle escribir cincuenta veces “no debo decir mentiras”. O también puede abstenerse de castigar al niño y en cambio mirarle a los ojos con gran escepticismo y afecto y decir: “Realmente no puedo creer lo que dices porque…” Este último es un ejemplo de intercambios de puntos de vista que contribuye al desarrollo de la autonomía en el niño. El niño que comprende que el adulto no puede creerle puede verse incitado a pensar en lo que debe hacer para ser creído. El niño que es educado con muchas de estas oportunidades como esta puede con el tiempo llegar por sí sólo a la convicción de que a la larga es mejor que la gente se comporte sinceramente con los demás.
El castigo lleva a tres posibles consecuencias. La más frecuente es el cálculo de los riesgos. El niño castigado repetirá el mismo acto pero tratará de evitar que le cojan la próxima vez. A veces, el niño decide estoicamente de antemano que, aún cuando lo cachen, valdrá la pena pagar el precio por el placer obtenido. La segunda consecuencia posible del castigo es el conformismo: algunos niños obedientes se convierten en conformistas porque esto les garantiza seguridad y respetabilidad, no tienen que tomar decisiones nunca más ya que lo único que han de hacer es obedecer. La tercera consecuencia posible es la rebelión: niños que son perfectos “ángeles” durante años y en un determinado momento deciden que están cansados de complacer y pueden incluso adoptar ciertas conductas características de la delincuencia.
Aunque las recompensas son preferibles a los castigos, refuerzan también la heteronomia del niño. El niño que ayuda a los papás sólo por conseguir un dulce o un juguete, y el que estudia y obedece las reglas sólo por conseguir buenas calificaciones, están gobernados por otros, al igual que los niños que son “buenos” sólo por evitar ser castigados.
Si queremos que los niños desarrollen la moralidad de autonomía, debemos reducir nuestro poder de adultos absteniéndonos de utilizar recompensas y castigos e incitarles a construir por sí mismos sus propios valores morales.
La esencia de la autonomía es que los niños lleguen a ser capaces de tomar decisiones por sí mismos. Pero autonomía no es lo mismo que libertad total. Autonomía significa tomar en cuenta los factores significativos para decidir cuál puede ser el tipo de acción mejor para todos los afectados. No puede haber moral cuando sólo se considera el punto de vista propio.
La capacidad de tomar decisiones debe ser fomentada desde el principio de la infancia, porque cuanto más autónomo se hace el niño, más posibilidades tiene de hacerse más autónomo. Por ejemplo, a un niño de tres años se le puede pedir que decida si quiere más leche y cuánta quiere. O antes de salir de casa preguntarle si le parecería buena idea llevarse un libro o un juguete para no aburrirse.
Conforme crece se le puede ir consultando para tomar decisiones mayores: si quiere hacer un recado o irse primero a jugar, qué piensa hacer con el dinero que reciba, etc. El niño tiene que empezar por tomar pequeñas decisiones antes de poder tomar otras más importantes.
Cuando le pedimos al niño que elija, la posibilidad de elegir debe ser REAL. No podemos pedirle que elija si acabamos imponiéndole nuestra decisión. Cuando preguntamos por ejemplo si desea ponerse esto o aquello, debemos estar dispuestos a la posibilidad de que elija algo que no nos guste. Si el niño elige algo que a nosotros no nos parece correcto (short en día de frío) podemos darle nuestra opinión, como una opinión sin el afán de imponer nuestro criterio. Si no podemos dar al niño una posibilidad real de elegir es mejor que le digamos desde el principio lo que queremos que haga (Yo en los días que necesito que vaya vestido “decentemente” –no con un zapato de un color y otro de otro como a veces decide-, lo que hago es elegir dos o tres opciones y pedirle que elija entre ellas).
En su libro “La jugement moral chez l`enfant”, Piaget (1932) señalaba la diferencia entre dos tipos de moral: La moral de la autonomía y la moral de la heteronomia. Además afirmaba que los niños desarrollan su autonomía de forma indisociable en el terreno moral y en el intelectual y que el fin de la educación debe ser su desarrollo.
Desarrollar la autonomía significa ser capaz de pensar críticamente por sí mismo, tomando en cuenta muchos puntos de vista, tanto en el terreno moral como en el intelectual.
Autonomía significa ser gobernado por uno mismo. Es lo opuesto de heteronomia que significa ser gobernado por algún otro.
La moralidad concierne a las cuestiones sobre lo que está bien y lo que está mal en la conducta humana. En la moralidad de heteronomia esas cuestiones se responden por referencia a las normas establecidas y/o los deseos de la persona con autoridad. Por el contrario, en la moralidad de autonomía cada individuo decide lo que está bien y lo que está mal, mediante la reciprocidad, es decir, mediante la coordinación de puntos de vista.
“La autonomía sólo aparece con la reciprocidad, cuando el respeto mutuo es lo bastante fuerte como para hacer que el individuo sienta desde dentro el deseo de tratar a los demás como a él le gustaría que le trataran” Piaget.
Por ejemplo: en la moralidad de heteronomia se considera que mentir está mal porque va en contra de ciertas reglas o del deseo de la autoridad. En la moralidad de autonomía, por el contrario, se considera que mentir es malo porque destruye la confianza mutua y las relaciones humanas. Si no queremos que otros nos mientan, nos damos cuenta que es necesario que nosotros también seamos sinceros.
La moralidad de heteronomia es indeseable porque implica una obediencia acrítica a las normas y/o a las personas poderosas.
Los niños nacen heterónomos e indefensos, y debe ser objetivo del desarrollo el alcanzar la autonomía.
Los adultos refuerzan la heteronomia de los niños cuando usan sanciones y estimulan la autonomía cuando intercambian puntos de vista con los niños para tomar decisiones. Las sanciones pueden ser positivas o negativas (o lo que conocemos como recompensa y castigo).
Ejemplo: un niño dice una mentira. El adulto puede dejarle sin postre o hacerle escribir cincuenta veces “no debo decir mentiras”. O también puede abstenerse de castigar al niño y en cambio mirarle a los ojos con gran escepticismo y afecto y decir: “Realmente no puedo creer lo que dices porque…” Este último es un ejemplo de intercambios de puntos de vista que contribuye al desarrollo de la autonomía en el niño. El niño que comprende que el adulto no puede creerle puede verse incitado a pensar en lo que debe hacer para ser creído. El niño que es educado con muchas de estas oportunidades como esta puede con el tiempo llegar por sí sólo a la convicción de que a la larga es mejor que la gente se comporte sinceramente con los demás.
El castigo lleva a tres posibles consecuencias. La más frecuente es el cálculo de los riesgos. El niño castigado repetirá el mismo acto pero tratará de evitar que le cojan la próxima vez. A veces, el niño decide estoicamente de antemano que, aún cuando lo cachen, valdrá la pena pagar el precio por el placer obtenido. La segunda consecuencia posible del castigo es el conformismo: algunos niños obedientes se convierten en conformistas porque esto les garantiza seguridad y respetabilidad, no tienen que tomar decisiones nunca más ya que lo único que han de hacer es obedecer. La tercera consecuencia posible es la rebelión: niños que son perfectos “ángeles” durante años y en un determinado momento deciden que están cansados de complacer y pueden incluso adoptar ciertas conductas características de la delincuencia.
Aunque las recompensas son preferibles a los castigos, refuerzan también la heteronomia del niño. El niño que ayuda a los papás sólo por conseguir un dulce o un juguete, y el que estudia y obedece las reglas sólo por conseguir buenas calificaciones, están gobernados por otros, al igual que los niños que son “buenos” sólo por evitar ser castigados.
Si queremos que los niños desarrollen la moralidad de autonomía, debemos reducir nuestro poder de adultos absteniéndonos de utilizar recompensas y castigos e incitarles a construir por sí mismos sus propios valores morales.
La esencia de la autonomía es que los niños lleguen a ser capaces de tomar decisiones por sí mismos. Pero autonomía no es lo mismo que libertad total. Autonomía significa tomar en cuenta los factores significativos para decidir cuál puede ser el tipo de acción mejor para todos los afectados. No puede haber moral cuando sólo se considera el punto de vista propio.
La capacidad de tomar decisiones debe ser fomentada desde el principio de la infancia, porque cuanto más autónomo se hace el niño, más posibilidades tiene de hacerse más autónomo. Por ejemplo, a un niño de tres años se le puede pedir que decida si quiere más leche y cuánta quiere. O antes de salir de casa preguntarle si le parecería buena idea llevarse un libro o un juguete para no aburrirse.
Conforme crece se le puede ir consultando para tomar decisiones mayores: si quiere hacer un recado o irse primero a jugar, qué piensa hacer con el dinero que reciba, etc. El niño tiene que empezar por tomar pequeñas decisiones antes de poder tomar otras más importantes.
Cuando le pedimos al niño que elija, la posibilidad de elegir debe ser REAL. No podemos pedirle que elija si acabamos imponiéndole nuestra decisión. Cuando preguntamos por ejemplo si desea ponerse esto o aquello, debemos estar dispuestos a la posibilidad de que elija algo que no nos guste. Si el niño elige algo que a nosotros no nos parece correcto (short en día de frío) podemos darle nuestra opinión, como una opinión sin el afán de imponer nuestro criterio. Si no podemos dar al niño una posibilidad real de elegir es mejor que le digamos desde el principio lo que queremos que haga (Yo en los días que necesito que vaya vestido “decentemente” –no con un zapato de un color y otro de otro como a veces decide-, lo que hago es elegir dos o tres opciones y pedirle que elija entre ellas).
Esta es la primera parte, como intro, próximamente hablaré de las "sanciones" que Piaget considera como "válidas y aplicables" y que no atentan contra la Autonomía del niño.
**la imagen es de Pippin Mathur
5 comentarios:
pero que interesantisimo! gracias...espero mas con impaciencia
esta buenisimo el articulo , espero la 2da parte.
besos
Muy interesante, gracias por compartir Ale. Esperamos la segunda parte.
besos
No habia tenido tiempo de leerlo con calma, esta muy interesante, igual espero la segunda parte. =)
Un articulo excepcional ya que estoy estudiando todo eso y realmente lo explica de una forma clara y asombrosa. De hecho me ha quedado mas claro que en los apuntes de la oposición . Gracias y sigue haciéndolo.
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