miércoles, 10 de junio de 2009

Sobre mis límites

Hace unos momentos nos preparabamos para salir como todas las mañanas. Santi estaba por ahí mientras yo salí de bañarme y me disponía a vestirme, miraba mi cajón de blusas cuando llegó mi hijo y me señaló una de ellas -ponte esta mami! (una roja de manga larga, con el calor que hace!) y le expliqué que no, que tenía calor y esa blusa era para días de frío. -Mmhhmm, entonces esta! señalando una que la verdad no era mala opción pero simplemente no "me´latía" para hoy, y así se lo hice saber, le dije cuál tenía ganas de ponerme y que mañana me pondría la que él sugirió. Y tan-tan, se fue a seguir jugando.

Luego lo llamé para que se vistiera y ahí fue donde me cayó el balde de agua fría, él no quería ponerse el short - eligió otro, no quería la playera - eligió otra. Hasta aquí lo normal, claro si a mi no me gusta que él elija mi ropa por qué tendría que gustarle a él lo que yo elegí ¿no?

Bueno, llega la hora de los zapatos...Como traía short le ofrezco: crocs o huarache? Me dice -quiero ponerme tenis y calcetas. Y yo replico: hijo pero cuando te pones shorts no se usan calcetas, o eliges crocs o eliges huarache. -Quiero ponerme tenis!

Empezaba yo a sentirme frustrada, el tiempo corriendo, el desayuno aún pendiente, vestir a Azul...Suspiro hondo y recuerdo lo que leí apenas anoche, que me dejó una nota mental: Debo reconocer cuando las limitaciones son mías, cuando son reducto de las limitaciones de mi propia infancia y que son absurdas a los ojos de mi hijo. Y digo, bueno, qué pasa, que use los zapatos que mejor le plazca y punto...Conflicto evitado.

Ya digo que puede parecer tonto el ejemplo pero es que quise ponerlo precisamente por lo insignificante que es, porque qué trabajo nos cuesta respetarlos en las cosas más insignificantes, en sus pequeñas decisiones.

A mi la verdad me cuesta mucho trabajo permitirle que vaya vestido como él escoja, y hago todos los días un esfuerzo titánico por contenerme y respetarle su "libertad de expresión", de verdad, es una cosa en la que yo soy muy quisquillosa y parece que la vida me pone a prueba con este hijo. Y es que no son minucias, no se trata que vaya descombinado sino que va a la escuela con pijama, con la playera de la pijama atada al cuello a modo de capa, con casco de bombero y gogles, con guantes de spiderman y lente oscuro, un zapato de un color y otro de otro...en fin. Viéndolo en frio, mi hijo está inmerso en una sociedad dada y ésta tiene sus "normas no escritas" entonces creo que él eventualmente será capaz de darse cuenta de ello y tratará de seguirlas -o no-, así que no tengo que ser yo quien desgaste los minutos de la mañana en conflictuarme con él por la ropa que llevará puesta.

Este pequeño avance en mi forma de ver las cosas me da la pauta para descubrir cuáles son mis limitaciones absurdas. En qué puntos fuí manipulada de niña para ser "niña buena y obediente" y entonces no perpetuarlo en mis propios hijos, socavando su autonomía.

Y aquí, se mezclan en mi cabeza Jean Liedloff (con su Continuum) y Alice Miller (El saber proscrito).

Hay un artículo buenísimo de Liedloff (Normal neurotics like us) en donde queda claro el daño que traemos "de serie" en el mundo occidental, quienes fuimos recibidos en un quirófano y lloramos sólos en la cuna y al ver que no fueron cumplidas nuestras expectativas de continuum nos sentimos No bienvenidos o no totalmente aceptados en este mundo; Qué cosas hacemos durante toda la vida para lograr sentirnos "bienvenidos y aceptados"?

Y de éstas cosas que hacemos, que consideramos "vitales" (porque ciertamente es vital para cualquiera seguir su continuum), cuáles les imponemos a nuestros propios hijos, convirtiéndolas en un LÍMITE más.

Voy a transcribir a Alice Miller en su libro "El saber proscrito" para concretar mis divagaciones:

El niño pone límites.

En el marco de la pedagogía de la que hemos venido disfrutando, se sigue considerando natural que el adulto ejerza sobre el niño un poder ilimitado. Al fin y al cabo, la mayoría de las personas no conocen otra cosa. Sólo un niño al que no se haya herido puede darnos un ejemplo de comportamientos totalmente nuevos, siceros y verdaderamente humanos. Tal niño no asume sin cuestionarlos los argumentos pedagógicos que a nosotros tanto nos impresionaron. Se siente con derecho a preguntar, exigir explicaciones, defenderse y expresar sus necesidades. Una jóven madre estadounidense me explicó lo que sigue:

Una vez llevé a mi hijo Daniel, de tres años, a pasar dos días en casa de mi madre. Lo hice con ciertos reparos pues sabía que durante mi infancia mi madre se había empeñado en educarme y que daba gran importancia a los buenos modos. Por otro lado, mi madre quería mucho a Daniel, y el niño también le tenía cariño a la abuela, pues cuando ésa venía a visitarnos le leía cuentos. Pero cuando pasados esos dos días volví para llevármelo a casa, Daniel me dijo en el coche: "no quiero ir nunca más a casa de la abuela". Cuando, asombrada, le pregunté por qué, me dijo: "me ha hecho daño". Algo más tarde llamé por teléfono a mi madre y le pregunté qué había pasado. Mee explicó que Daniel se había puesto a llorar cuando, sentados a la mesa, ella había intentado explicarle que un niño bien educado no coge sin más lo que le apetece, sin decir "por favor" y "gracias". En opinión de mi madre, yo estaba mimando a Daniel y enseñándole muy malos modales. Ella se sentía obligada a corregir esa tendencia, para que más adelante el niño no sufriera viendo que sus maneras resultaban chocantes y que en vez de amor le reportaban el desprecio y el malhumor de los demás. Estaba convencida de que lo que quería era ayudar al niño, y no se daba cuenta de que sólo obedecía a un imperativo surgido de sus miedos infantiles. No sospechaba que lo que hacía era amenazar al niño con retirarle su amor si se negaba a obedecer. Y, sobre todo, no se daba cuenta -al igual que no se había dado cuenta conmigo- de que sacrificaba el alma del niño a unas conveniencias vacías, de la misma manera que sus padres habían hecho con ella sesenta años antes.

Pero Daniel se había dado cuenta. No pudo decirlo, o por lo menos no como lo estoy diciendo yo ahora, pero lo manifestó de la manera en que a él le era posible manifestarlo. Lo supe gracias a la exacta descripción de los hechos que fue surgiendo poco a poco del relato de mi madre. La historia era de lo más sencilla que cabe imaginar: mi madre había cocinado el plato favorito de Daniel, soufflé de requesón. Cuando el niño hubo acabado la porción que le había servido mi madre, echó mano al cucharón con la intención de servirse una segunda ración. En casa hace lo mismo, con un gran sentimiento de orgullo por su independencia. Pero mi madre lo contivo, y según me explicó, puso cariñosamente su mano sobre la del niño y le dijo: primero tienes que preguntar si puedes servirte y si queda suficiente para los demás. "¿dondé están los demás?" preguntó Daniel, y rompió a llorar. Tiró la cuchara al suelo y se negó a seguir comiendo, aunque mi madre le rogó que lo hiciera; dijo que ya no tenía hambre y que quería irse a casa. Mi madre intentó tranquilizarlo, pero al niño le dió un auténtico ataque de rabia. Al cabo de unos minutos, desahogada su ira, dijo: "Me has hecho daño. No te quiero. Quiero irme con mi mamá". Un rato después preguntó: "Por qué me has hecho eso? Si yo sé servirme solo...". "Si" dijo mi madre "pero primero tienes que preguntar si puedes" "¿por qué?" le preguntó Daniel. "Porque tienes que aprender buenas maneras" "Para qué?", preguntó Daniel. "Porque hace falta", contestó mi madre. A continuación, Daniel le dijo con toda tranquilidad: "A mi no me hace falta. En casa de mamá como cuando tengo hambre".

Así puede reaccionar un niño de tres años sano que ha aprendido en casa que le está permitido defenderse, y que tiene derecho a recibir comida de sus padres, simplemente porque éstos se lo deben desde el momento en que decidieron traerlo al mundo. Este niño puede defenderse, puede mostrar su cólera cuando alguien bloquea sus movimientos naturales y aduce para ello argumentos que él no comprende, que no puede comprender ni debería comprender, porque son absurdos y solo esultan comprensibles desde el punto de vista de la historia personal de la abuela. Si un niño pequeño observa que los adultos cuando están sentados a la mesa, se dicen "por favor" y "gracias", él hará automáticamente lo mismo, sin necesidad de adiestramiento. Resulta perfectamente comprensible que semejante adiestramiento provocara la ira de Daniel. Ese niño tenía posibilidad de expresar su ira porque podía comparar el intento de adiestramiento de la abuela con las buenas experiencias vividas en casa de sus padres.
Yo no tuve esa oportunidad, recuerdo desde no hace mucho, que mi madre se dedicaba diariamente a adiestrarme de esa manera, sin que yo pudiera protestar ni una sola vez. ¿Cómo iba a atrevere a hacerlo? Estaba por completo n su manos; no podía decir: "no me gusta cómo me tratas y me quiero ir con mi mamá" porque mi mamá no era otra persona que ella. Tampoco podía darme cuenta de lo que ella hacía, porque no conocía otra cosa. Ese pequeño episodio de Daniel me ayudó a copmprender una vez más que lo trágico de mi infancia no residió solamente en el constante sometimiento a los métodos educativos de mi madres, ni tampoco sólo en el miedo a oponer resistencia, sino sobre todo en la imposibilidad de darme cuenta de lo que estaba pasando...

...Si Daniel se hubiera criado con un bagage pedagógico, habría registrado para siempre en su cerebro y en su cuerpo la siguiente doctrina: no me está permitido disfrutar comiendo, no me está permitido satisfacer mi sano apetito, aunque haya suficiente comida. Antes tengo que hacer una serie de cosas que me son incomprensibles, tengo que plegarme a una ley inconcebible que me quita el apetito, me pone en tensión y me produce sentimientos de culpabilidad y de vergüenza, y ante la que soy del todo impotente. Consecuencias de ello pueden ser, según la posterior evolución, trastornos digestivos crónicos, habitos alimenticios compulsivos, obesidad.

Con todo esto no pretendo dar a entender que una persona haya de enfermar por haber vivido una sola vez una escena similar a la antes descrita. Ya hemos visto que Daniel supo evitar eficazmente el daño. No se trata de una grave experiencia traumática, y presumiblemente este episodio no dejará en Daniel secuela alguna. Pero si nu hubiera sido el nieto, sino el hijo de esa mujer, no habría tenido otra posibilidad que plegarse a esas manipulaciones a las que se llama educacuón y desarrollar, aparte de trastornos de la nutrición, toda una serie de inhibiciones en lo consciente.

8 comentarios:

Eva dijo...

Uy, con el tema de la ropa aquí también tenemos tela. Yo antes también era un poco controladora, me costaba respetar sus decisiones y siempre trataba de convencerla hacia otras. Como el día que se puso su vestido de fiesta para ir a la cena de Navidad con sus tenis.

Sin embargo, en el cole, su profesora nos dijo que respetáramos sus elecciones. Y lo bueno es que como ella no es la única, sino que todos los niños de su clase lo hacen, queda muy divertido a la salida cuando los ves a todos juntos.

Camisetas y pantalones de equipos de fútbol, tutús de bailarina, camisetas de verano sobre jerseys de invierno... Una de las combinaciones favoritas de Martina es ponerse calcetines y zapatillas de ir a la playa.

Yo ya no me meto en nada, salvo que ella me pregunte, o salvo que quiera ponerse un abrigo de pleno invierno en un día de calor. Es más, me he acostumbrado a sus combinaciones y hasta me gustan. Y al que no, pues que mire para otro lado!

Aguamarina dijo...

Que interesante Ale.
Personalmente me da mucho para reflexionar.
La ropa es un ejemplo bastante recurrente, a mi me pasa con eso y con la comida, con los paseos.. y me ha costado mucho respetar sus desiciones o por lo menos llegar a un concenso.

Maite dijo...

Es que estos satelites poco a poco se convierten en planetas ;) me ha gustado mucho la reflexion. Ahora ya no me queda energia para leer el texto de Alice Miller, de la que lei algo hace mucho tiempo y me removio tanto que prefiero estar en condiciones antes de leer lo que has puesto. Y lo comentamos :)

Eva, Martina va ideal!!! se le ve con toda su personalidad, me encanta! Laia igual va vestida de princesa, pero con deportivas, arregla pero informal :D

Lo dicho, que mañana me lo leo y lo comento mas en serio.

un abrazo! que bueno ir pensando en estas cosas, no? yo creo que nos hacen avanzar como personas, tirar lastres o si no los tiramos, al menos ser conscientes de las cosas y encontrar los verdaderos motivos para negar algo, por ejemplo. Y con eso, somos mucho mas honestos con nuestros hijos.

Mireia dijo...

Ale, ¿a que texto de Alice M. te refieres? Me gustaría leerlo, me puedes decir dónde?

Gracias, guapa!
Mireia

Sandra dijo...

Un ejemplo nada insignificante. Muchas veces nos cuesa horrores respetar pequeñas cosas como esas, yo también estoy en preoceso de cambiar el chip que traigo de serie, jeje.

Ale dijo...

Ese es el punto Maite, darnos cuenta de la mochila que traemos cargando para no cargárselas a ellos...y si, en los casos en que no se puede, por lo menos nos queda el ser honestos.
Fémina lo digo en la entrada, las letras en negro las transcribo del libro "El saber proscrito" de Miller, el penúltimo capítulo creo, no lo transcribí todo por supuesto...
Gracias a todas por sus comentarios, qué bueno poder compartir nuestras borucas mentales jeje.
Un abrazo.

lalit dijo...

Ale, muy interesante este tema.

Yo, con el tema ropa, siempre he disfrutado de sus elecciones (nunca me ha chocado) a pesar de que a mi de pequeña me reprimieron mucho eso de que pudiera elegir mi ropa.

Por otra parte, el tema de la comida es uno de los temas clave de mi infancia, y casi se me llenan los ojos de lágrimas al leer las palabras de Alice y lo hermoso del niño defendiéndose!

Muchas gracias!!!

Ale dijo...

Hola Lalit, me encanta que vengas a visitar y compartamos.
Efectivamente el texto de Alice Miller es muy ilustrativo...
Yo con las comidas no tengo problemas la verdad, (gracias a "Mi niño no me come" jeje), con el gracias-por favor tampoco porque como mis hijos lo escuchan y se les dice a ellos también gracias y por favor pues no les cuesta nada de trabajo IMITAR.
Pero me gustó mucho leer el texto que transcribo aquí porque me abre los ojos para todo, para muchas ocasiones en el día en que debo parar antes de hablar o de actuar con ellos y pensar si el límite que voy a poner es realmente vital y básico que lo integren o viene de mi infancia, de los "buenos modales que todo niño debe tener".