domingo, 10 de mayo de 2009

Reflexiones de mi 10 de mayo

Estoy de acuerdo con Laura Gutman, no necesariamente nos convertimos en madres al momento de parir, sino cuando decidimos entregarnos verdaderamente a ese nuevo ser que reclama entrometerse hasta en los rincones que no conocemos de nuestra propia historia. Por lo menos así funcionó en mi caso.
Recuerdo esa mañana con todos sus olores y colores como si hubiese quedado enmarcada en mi memoria para soportar el paso del tiempo. Iba manejando con mis dos hijos, en un alto del semáforo mire hacia la sillita de mi hija que entonces tendría unos cinco meses. La miré, tan linda, las manitas regordetas y la piel tan tersa, tan viva, de pronto sentí una revolución de mariposas en el estómago y se me fué por un momento la respiración: me dí cuenta que esa nena no había ingerido otra cosa en su vida que no fuera la leche que MI cuerpo producía! Esa niña, así de hermosa y viva, era toda mía, toda de mi.

Fué entonces cuando comencé a voltear hacia mi, hacia mi cuerpo, ese cuerpo que medio anestesiado había engendrado y parido dos veces sin haberse dado cuenta del placer robado en ello, de los pedazos de mi historia perdidos y registrados como "expediente médico". Que había "medio-lactado" un hijo y luego lo había entregado a los horarios del biberón. Que salía de casa dejando dos crías atrás, fajado, disfrazado, perfumado, huyendo del instinto.

Mi segunda lactancia, la de "adeveras", vino a enterarme del poder que poseo, que poseemos todas las mujeres y que se acrecenta en la maternidad, el poder que de chicas nos enseñan a omitir para integrarnos al sistema.

Y desde entonces ando tratando de hacer las paces con mi propia historia, de reapoderarme de mi cuerpo, de desenterrar mis instintos. Afortunadamente he encontrado muchas linternas en el camino, unas de viva voz y otras plasmadas en textos escritos por mujeres tan conocedoras de su propio poder interior que al leerlos casi se sienten palpitar. Uno de ellos es El Matricidio, de Casilda Rodrigáñez. Un buen regalo para darnos a nosotras mismas este diez de mayo, alimentar esa Madre salvaje que todas llevamos dentro.

Y a quién se quede con hambre, recomiendo continuar leyendo Recuperando a la mujer prohibida, o cualquiera de los textos de la página de Casilda.



El matricidio
Casilda Rodrigáñez Bustos

Este artículo, a excepción del último párrafo, fue publicado en catalán en Ca la Dona
Num. 51, gener 2006.

Dice Victoria Sau que el Crimen de la madre es el gran secreto de la Humanidad.
Creo que después de 4000 años de matricidio (más o menos, según los sitios), las
mujeres hemos empezado a tomar en nuestras manos la recuperación de la maternidad.
La sociedad patriarcal se levantó sometiendo a la mujer, privándola de sus deseos e
institucionalizando (Adrianne Rich) una maternidad corrompida. Una maternidad a la
que se le sustrajo el impulso de la libido y se la desvinculó de la sexualidad, haciendo
funcionar la fisiología del aparato reproductor de la mujer de manera robotizada, sin
deseo ni placer (Merelo-Barberá).
En general, nuestra sociedad se construyó sobre un tabú sobre el sexo que acabó con la
sexualidad espontánea, para a continuación ordenar una sexualidad falocéntrica (y
falocrática); esta ordenación patriarcal de la sexualidad suprimió de manera específica,
toda la sexualidad no falocéntrica de la mujer, incluida la sexualidad vinculada a la
maternidad. Freud lo resumió asegurando que sólo había un sexo y que la mujer era un
varón castrado (no creo que nadie haya descrito de manera tan cruda la devastación de
la mujer y el vacío de maternidad). Simbólicamente, la serpiente que durante milenios
había representado la sexualidad y la libido de la mujer, se convierte en el demonio, en
el peor de los males posibles, y las primeras leyes sobre la propiedad y la paternidad
adoptiva se graban sobre un falo de basalto de más de dos metros de alto (1850 a.c) que
se conserva en el Museo del Louvre.
Nuestra libido, nuestros deseos profundos se codifican en términos exclusivamente
falocéntricos, y las otras eróticas desaparecen.
El deseo del cuerpo a cuerpo con la madre, la pulsión vital básica humana por
excelencia, fue codificado como coital y falocéntrico; fue calumniado, insultado,
condenado a los infiernos, desterrado al Hades y enterrado con todo el peso del tabú del
incesto; y al mismo tiempo se inventó la lascivia femenina, y se calumnió, se insultó, se
condenó y se enterró, con todo el peso de la Ley encima, la percepción misma de la
verdad de nuestros cuerpos y de la función benefactora de su libido. La verdad de lo
que somos las mujeres quedó fuera de nuestra imaginación. Porque al negársenos el
cuerpo materno-y su deseo- se nos niega la conciencia de nuestro propio cuerpo –y de
nuestros deseos- (Luce Irigaray); es una violencia interiorizada que niega nuestras
pulsiones corporales para contemplarnos a través de ese filtro que es la mirada
falocéntrica del hombre (Lea Melandri). El orden falocrático inconscientemente
asumido, codifica el deseo, despieza nuestros cuerpos, apaga nuestras pulsiones, mata a
la madre. En la superficie aflora la sin razón, la locura (L.Irigaray), la violencia; por
debajo, subyace el vacío de maternidad (V.Sau).
Las mujeres fuimos privadas de nuestros deseos, de nuestros espacios, del
reconocimiento social de nuestra sexualidad específica, de nuestra existencia como
mujeres, de la maternidad impulsada por el deseo y el placer. Las danzas del vientre,
los baños compartidos, desaparecieron. La mujer se hizo esclava del señor, se cubrió de
túnicas para ocultar la sensualidad de su cuerpo.
Ser esclava ante todo significa dejar de vivir en función del deseo para sobrevivir en
función de la necesidad, en las condiciones impuestas por la autoridad competente. ‘El
hombre te dominará’, ‘parirás con dolor’ y ‘pondré enemistad entre ti y la serpiente’...
así resume el Génesis la nueva civilización que se levanta contra las sociedades
maternales (Bachofen), matrifocales, vertebradas desde la díada madre-criatura (Martha
Moia), en la abundancia de la líbido materna y de su función social benefactora. La
mujer viviendo sin deseo, su cuerpo violado, engendra, gesta y pare sin deseo, con
dolor. El útero en lugar de relajarse, distenderse y abrirse tiernamente y con suavidad,
con lentos latidos de placer, lo hace con espasmos violentos y dolorosos calambres de
los músculos contraídos (Leboyer). La mujer desconectada de su serpiente, pare con
dolor, generación tras generación, y se desconecta de los deseos de sus criaturas; se
vuelve madre patriarcal capaz de reprimirlas y de escuchar su llanto sin conmoverse.
Las criaturas humanas hemos sido privadas del más elemental de los derechos: el de
tener madre. Todas (prácticamente) hemos carecido del cuerpo a cuerpo con la madre,
del contacto piel con piel con la madre, de la sexualidad básica de nuestra vida, donde
se cargan las pilas y se organiza todo el desarrollo ontogénico. Esto ha sido
comprobado recientemente por la neurofisiología (Nils Bergman...): lo han llamado
‘survival mode’: nos desarrollamos en un estado de supervivencia, que no es el propio
de nuestra condición humana. Al quitarnos la madre, nos cortan las raíces de la vida,
como a los bonsais. El matricidio biológicamente es una alternación profunda del
ecosistema básico de la vida humana, que tiene por objeto impedir el desarrollo de las
criaturas humanas según su deseo de bienestar y de complacencia, y poder socializarlas
según la Ley del Padre.
Decía Amparo Moreno que “sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas ‘lo
que no debe ser’ desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y
la canalice hacia ‘lo que debe ser’, no podría operar la Ley del Padre que simboliza y
desarrolla de una forma ya más minuciosa ’lo que debe ser’”.
San Agustín lo dijo de una manera muy sucinta: “dadme otras madres y os daré otro
mundo”. Un mundo con falsas madres. En verdad, como dice Victoria Sau, todas y
todos hemos sido huérfanos de madre.
La recuperación de la maternidad
Durante muchos decenios las mujeres hemos luchado por recuperar la dignidad, y dejar
de ser socialmente inferiores o sometidas. Hemos rechazado la maternidad patriarcal,
que nos esclavizaba y nos encadenaba a la tarea de reproducir y socializar a las criaturas
conforme a la Ley del Padre, tal como decía A.Moreno. Aunque todavía tenemos
mucha sociedad patriarcal interiorizada inconscientemente, la recuperación de este
mínimo de dignidad, nos ha permitido vivir de otra manera la experiencia de la
maternidad (Adrienne Rich).
Como el mismo Freud reconoció, ‘el continente negro inexplorado’ sigue estando ahí, y
los vientres todavía palpitan; socialmente fuimos vencidas, pero, en la sombra de la
cultura, nuestros cuerpos y su libido permanecieron. La experiencia de la maternidad
convulsiona nuestros cuerpos y hace latir el útero; y desde ese pedazo de dignidad
recuperada, recuperamos retazos de la sexualidad perdida, algún atisbo de la mujer
prohibida y de la madre entrañable desterrada en el Hades. Después de haber sido
socializadas gen-erizada-mente, nos desconstruímos para vivir gen-eros-a-mente (Isabel
Aler)
La experiencia de la maternidad desde la dignidad recuperada, produce y recupera
también el deseo materno (el ‘mutterlich’ de Bachofen). Hoy las ciencias
experimentales han venido a corroborar la correlación entre deseo y fisiología, entre
privación de la sexualidad y parto con dolor, entre privación de placer y la violencia que
asola el mundo; entre el Poder y el sufrimiento humano.
En lo que alcanzo a ver, creo que las mujeres hemos empezado a tomar en nuestras
manos la recuperación de la maternidad. Nuestros hermanos nos ayudan. Nuevos
arturos se tatúan serpientes en las muñecas y se niegan a bajar el estandarte del dragón.
Y aunque la transición sea lenta, y la Santa Inquisición todavía queme algunas brujas,
ni Hércules ni Perseo; ni San Jorge, ni San Patricio, ni la Virgen María ni el Arcángel
San Miguel podrán volver a aplastar la serpiente, al menos de una manera tan tajante y
tan definitiva como en los comienzos. La conquista de la cuota de dignidad alcanzada
por el feminismo es irreversible; y la in-dignación nos ha permitido tocar fondo en
nuestro cuerpo, despertar sus pulsiones y su libido, recuperar la fuerza del deseo
materno. El deseo materno nos impide mantener los ojos cerrados, porque necesitamos
un mundo habitable para nuestros hijos e hijas.
La Mimosa, diciembre 2005

5 comentarios:

MartaSada dijo...

Uf, Alejandra, qué valiente!! enfrentarte a lecturas como las de casilda!! es toda una revolución interior, y muy dura de leer!!!
Un beso!!

Silvia Amador dijo...

Oye Ale, que lecturas mas interesantes! Que bendecidas somos de poder re-descubrir ese poder de madres. Esa capacidad de dar vida y alimentar, de ser la unica e indispensable fuente de sustento fisico y emocional para nuestros bebes. Yo como tu, estuve "ausente" o "mutilada" con mi primera, pero en el segundo parto y lactancia ha sido un encontrar el conocimiento, la verdad en mi misma. Siempre estuvo ahi, pero fue suprimido por la cultura a mi alrededor en mi primera experiencia.
Que barbara, me has hecho sentirme toda inspirada de escribir al respecto... a ver si luego pongo algo en mi blog citando esta nota tuya.

Un abrazo mujer!...oye, y los conocimientos de medicina...no sirven pa´nada ;D

Ale dijo...

Uff vaya que es dura Marta, un mazazo por cada párrafo...Y luego se requieren días y días para masticar y digerir lo leído...en esas andamos, el José incluído.

Silvia, me sacaste la primera carcajada de la mañana jajaja, es cierto, la profesión poco ayuda y en estos temas tan íntimos a veces estorba. Muchas veces en la escuela de parteras cuando me cuestionaban mi estancia ahí, yo les explicaba que cuando estás frente a una paciente la medicina te queda corta, antes de ponerte en frente de alguien para ayudarle a resolver un problema tienes que armarte de muchas fuentes, las más que puedas...

Un abrazo cariñoso a ambas.

Silvia Amador dijo...

Pues acabo de publicar mi nota inspirada en la tuya. Te cito en ella. Espero no te importe ;D

Un abrazo mujer.

Ale dijo...

Yo encantada Silvia, voy a ver!