jueves, 22 de mayo de 2008

Hija de Hirkani


Navegando por la página de "La Liga de la Leche" me encontré gratamente con el libro Las Hijas de Hirkani, producido por LLL y WABA. Es un libro que recopila testimonios de madres que aún trabajando fuera de casa han tenido lactancias satisfactorias. Traje un pedacito del prólogo y por supuesto, la historia de Hirkani.

Luego me tomaré el atrevimiento de escribir aquí mi propio testimonio porque, orgullosamente lo escribo, soy una hija de Hirkani.

El libro entero está AQUI.


Un pedacito del prólogo, como aperitivo:
Las Hijas de Hirkani ¿sobre qué trata este libro? Es la pregunta que
quizás te estás haciendo ahora que tienes el documento en tus
manos.
También podrías estar pensando pero si hace millones de años que
las mujeres combinamos lactancia materna y trabajo. Cuando uno sale
de las grandes ciudades del mundo y vuelve a lo que fue la vida antes
una puede observar: mujeres lavando ropa en los ríos con sus niños
amamantados y cerca de ellas; mujeres que cortan leña con un niño en
la espalda y quizás otro en el pecho; mujeres que hacen pan o tortillas
con los hijos jugando y participando de la vida familiar; mujeres que
plantan legumbres en el campo también con sus hijos por ahí… pechos
al viento, brazos a la obra. ¿Te suena familiar?
El cambio más grande y profundo es que madres e hijos se separaron.
Ahora parece que trabajar y estar con los niños no fueran compatibles
. Se produjo una ruptura. Además como para separar más las
relaciones a muchas madres les dicen que para volver a trabajar tienen
que comprar leche no humana y hacer biberones. Esto no es cierto y
aquí tendrás muchos testimonios de madres que lograron trabajar
fuera del hogar y amamantar a sus hijos.
Para lograr mantener el vínculo madre e hijo se construyó toda una
estrategia que permite que las madres sigan proporcionando leche
materna. Dejar su leche es como dejar un poco de sí mismas. Esto por
supuesto es muy beneficioso para los niños pero también para la
madre: le alivia un poco la culpa de alejarse. Y le asegura una manera
de reencuentro al final de su jornada de trabajo.
En esta versión en español, de las Hijas de Hirkani encontrarás
mucha información sobre cómo puedes seguir con tu trabajo fuera de
casa y amamantar.


La Historia de Hirkani:
Hirkani fue una repartidora de leche que vivió en un pequeño
pueblo en las faldas de Raigad con su marido y su hijo. Ella y su marido
poseían ganado y sus ingresos provenían de la venta de la leche de
sus vacas. Su historia comienza durante una luna llena en el mes Hindú
de “Ashwin”, un tiempo llamado “Kojagiri Poornima”. Era un tiempo para
celebraciones jubilosas e unificadoras ya que los agricultores habían
finalizado la cosecha. Naturalmente, que los ánimos estaban altos en
estos tiempos de abundancia, especialmente en el reino del Rey Shivaji.
La ocasión demandaba extraordinarias cantidades de leche para la
cocina del palacio por lo que las repartidoras de leche de la vecindad
habían recibido instrucciones con antelación para viajar al fuerte a
entregar más leche. Hirkani nunca había visitado la capital antes; el
viaje le daría la ocasión de hacerlo. Había escuchado impresionantes
historias de palacios maravillosos, de un gran mercado y de muchas
pompas y esplendor acordes con la capital del reino. La noche anterior
a su viaje, soñó con todo lo que había escuchado. Sin embargo,
habían algunos obstáculos que harían este viaje de negocios algo difícil.
Su marido estaba fuera en una expedición militar y no había nadie
para cuidar de su pequeño. Además, debía organizar su viaje en el
intervalo de tres o cuatro horas entre las sesiones de amamantar. Era
una perspectiva atrayente y su familia necesitaba el dinero, por lo que
hizo arreglos para viajar. La tarde siguiente, Hirkani amamantó a su
pequeño abundantemente, lo acostó a dormir y lo dejó con amigos de
la familia.
Con emociones encontradas, se dispuso a cumplir su misión. El
viaje implicaba caminar unas pocas millas hasta la entrada del fuerte y
luego escalar 1,250 pies (420 metros ) hacia arriba, con adicionales
1,460 escalones para alcanzar la puerta principal del fuerte. El palacio
que había dentro estaba a media milla alejado de la puerta principal, y
la calle que llevaba hacia él pasaba por un animado mercado. Cubrir
esta distancia de un lado a otro con las pesadas jarras de leche era difícil
y parecía más complejo por el hecho que Hirkani tenía poco tiempo.
Por razones de seguridad las puertas del fuerte se cerraban a la hora
de la puesta del sol y no se volvían a abrir hasta la mañana siguiente.
Hirkani tenía miedo de ver lo que antes solamente había soñado.
Entregaron la leche en el palacio y ella y las demás repartidoras de
leche recibieron su pago. Naturalmente, el área estaba congestionada
ese día y Hirkani terminó separada de sus amigas. Las buscó en vano.
Finalmente, decidió emprender sola el regreso a casa. Sin embargo, con
la multitud y la confusión, no logró encontrar su camino hacia las puertas
principales. Hirkani había perdido tiempo muy valioso.
Pronto se asustó al escuchar a los cañones sonar, estos indicaban
que las puertas pronto se cerrarían. A cada disparo que escuchaba,
Hirkani corría más rápido. Cuando logró alcanzar la puerta principal,
era demasiado tarde. Las enormes puertas se cerraron bajo llave.
Hirkani rogó a los guardias que le abrieran pero sus suplicas fueron
vanas. Las puertas solo podían abrirse por orden del Rey Shivaji. El
imaginarse a su bebé, ahora hambriento en el pueblo de abajo, la hizo
sollozar. Su blusa estaba mojada de leche. Continuó llorando y finalmente
los guardias accedieron a llamar al oficial a cargo, quien iría a ver
al rey para intentar obtener el permiso para abrir las puertas.
El tiempo pasó y Hirkani se puso más y más nerviosa. Todo estaba
tomando mucho tiempo. El cielo estaba oscuro y la luna llena reflejaba
la preocupación o en su rostro. Su instinto materno la llevó a
explorar otra vía de salida, quizás una menos convencional. Se marchó
de la puerta principal y continuó caminando dentro del fuerte buscando
una vía de escape. Finalmente, encontró un lugar sin guardias. A lo
lejos abajo en el valle podía vislumbrar las luces de su pueblo.
Era imposible; se sentía angustiada separada de su pueblo y de su
hijo. Pero había una pendiente vertical que subía por más de 1000 pies
(330 metros ) de las profundidades de abajo. Ni siquiera el mejor soldado
de la armada del Rey podría aventurarse hacia abajo, era una
muerte segura. Mientras esperó, Hirkani no vio otra cosa sino el rostro
de su hijo y no escuchó sino su llanto. La luz de la luna llena no le ayudaba
pues la pendiente vertical estaba del otro lado. A pesar de ello
decide hacerlo. Comienza a descender y arbustos espinosos y piedras
filosas cortan su piel, inflingiendo heridas y dolor. Continuó su descenso
con gran determinación hasta que no sintió más nada. Para cuando
llegó abajo, sus ropas estaban en jirones y sus piernas temblaban.
Corrió hacia su choza y tomó en sus brazos a su bebé, sosteniéndolo
cerca de su pecho. Era casi la media noche, y la felicidad descendió
sobre la pareja madre-hijo así como los dioses poblaron el cielo para
ver la maravilla de la tierra.
En el fuerte del Rey Shivaji, la conmoción había comenzado. El Rey
había ordenado a los guardias que abrieran las puertas, pero estos no
lograron encontrar a la madre desesperada. Antorchas especiales se
encendieron para buscarla. La búsqueda finalizó junto a la jarra vacía al
borde de un precipicio. El rey se quedó horriblemente disgustado al
escuchar las noticias y asumió que la joven madre había muerto. A la
mañana siguiente, los caballos reales fueron enviados abajo para infor-
mar a su familia. Llegaron para escuchar el cuento de coraje que Hirkani
había vivido. El Rey Shivaji estaba muy impresionado con esta hazaña y
Hirkani fue apropiadamente honrada. El pueblo dónde vivió todavía
existe hoy día y se llama el pueblo de Hirkani; en su honor.
Las mujeres en las historias que ustedes están a punto de leer son,
de tantas formas, las Hijas de Hirkani. En el siglo veintiuno ellas también
están sobrellevando obstáculos para trabajar y amamantar a sus
bebés. Ellas también están buscando sus propios caminos alrededor de
las puertas que las personas cerraron delante de ellas. Y ellas también,
están ansiosas, temerosas y extrañan a sus hijos e hijas. Algunas historias,
comparten el drama de Hirkani; otras hablan con una silenciosa
calma. Todas son historias de mujeres evaluando sus opciones a través
de trepidaciones y latidos de corazón y, al final con coraje toman el
camino que mejor funciona para sus familias.
Hirkani, nuestra amiga de siempre, sabía bien la dificultad de
encontrar un equilibrio con cada uno de los peldaños que tomó cuando
descendió, despacio, pero firmemente la montaña.
_____________

MI TESTIMONIO.

Alejandra

Yo en la escuela de medicina aprendí que la leche materna era el mejor alimento para los bebés hasta los seis meses y a esta edad se comenzaba con la "ablactación": alimentación complementaria y el destete...lo juro, puse eso en mi exámen de pediatría y así me titulé de médico! Todos mis conocimientos de pediatría me han servido sólo para eso, para pasar excelentemente los exámenes pues el camino que siguió mi profesión está alejado de la atención a los niños. Y mi camino personal, bueno, cuando quise aplicar lo que dicen los libros a mi hijo recién nacido todo resultó en un desastre!

Así, mi primer parto fue inducido por pre-eclampsia moderada, totalmente controlado por oxitocina sintética, cuatro semanas antes de la FPP. Por supuesto, el primer alimento de mi hijo fue un biberón de fórmula. Seguido de lactancia mixta durante cuatro o cinco meses, luego, el destete.

Dicen que peor que no saber es pensar que se sabe.

Mi segunda hija vino, afortunadamente, a revolucionar toda mi vida. Nació por cesárea urgente eso si: con dos circulares a cuello, uno en la pierna, uno en el brazo y taquicardia fetal no se escapó de ser alcanzada por todo el rigor del razonamiento médico. Pero llegó a nuestras vidas exigente de lo que le correspondía: estar siempre en brazos, dormir entre nosotros y por supuesto alimentarse única y exclusivamente de lactancia materna. Esto lo traduzco hoy así de fácil, pero en su tiempo fue: llora si no la cargo, no duerme por las noches, llora si la pongo en la cuna, vomita siempre que le doy bibe, moriré de dolor por las grietas en los pezones...Fueron días de cambio, de cambio de ideas preconcebidas sobre todo, que me llevaron a ponerme a leer, por suerte pude cobijarme con las mejores fuentes de información, las que apoyan la crianza con apego y respeto.

Así comencé a ver que no era malo meterla en nuestra cama, que no era ningún "pecado" traerla cargada todo el tiempo sino todo lo contrario, era simple y sencillamente criar con el instinto, con el corazón abierto, con respeto a sus necesitades básicas.

Y comencé a leer sobre la lactancia materna pero no desde el punto de vista científico o médico (ese ya me lo sabía y no me sirvió de nada la primera vez), sino desde el punto de vista de una madre con el corazón recién abierto por todo lo que estaba aprendiendo sobre la vida, dolorida de saber que tenía que dejarla, a sus 30 días de nacida, para trabajar. Contrariada, entre la espada y la pared del instinto (no separarnos) y razón (no nos alcanza con un sueldo).

Por primera vez estaba sintiendo la lactancia como un lazo de amor, el alimentar quedaba en segundo plano ante la maravilla del contacto físico constante, la sensación de plenitud que da el sentirse "indispensable" para tu cría.

Así, cuando comencé a dejarla para irme a trabajar decidí que nuestra lactancia no terminaría ahí, no le iba a dar leche de fórmula NUNCA, para qué si yo era capaz de producir gratuitamente el mejor alimento para mi hija?, para qué si lo normal y natural es la leche materna.

Compramos un extractor de leche, con muchas dudas y temores...hasta entonces el único que yo conocía era un cono de cristal espantoso con una perilla de goma en un extremo que compré con mi primer hijo, lo usé una sola vez, un sólo "jalón" y solté un grito de dolor como pocos he soltado en la vida y se fué al bote de la basura...Así que es de entenderse mi "temor". Mi José, siempre a mi lado, me llevó y me ayudó a buscar el aparato que se viera "más amable". Compramos un extractor manual de Gerber.

Me leí el instructivo como cuatro veces y por fin me animé. Me costó trabajo encontrarle el truco, pero poco a poco, conforme pasaban los días, me iba haciendo una experta en "ordeñarme". Me iba a trabajar todos los días con mi extractor y dos biberones limpios. Afortunadamente en mi trabajo tenía todas las facilidaes, trabajaba en el consultorio de una empresa,tenía refrigerador a la mano, lavabo, y un cuartito -dónde se almacenaban los medicamentos- que acondicioné para sacarme leche: metí una silla cómoda y dejé libre un estante de medicinas para poner ahí mis utensilios. Así que todos los días me desaparecía 10 minutos, dos veces por día, y salía del cuartito con un biberón lleno de leche tibia...me lo guardaba en la bolsa de la bata y lo metía en el refri. Al irme a casa, metía en mi bolsa una bolsa de plástico con los dos bibes y una compresa de gel fría para que se mantuviera la temperatura. Luego en casa, si era entresemana, la leche se guardaba en el refri; si era viernes se iba al congelador.
Un día en plena extracción zaz, se botaron unos tornillos del extractor y dejó de funcionar. Yo medio en pánico salí de mi "cuartito" y en plan urgencia bajé de internet este documento con las instrucciones de cómo sacarse leche manualmente. Lo imprimí y me volví a meter a terminar lo comenzado. A partir de ese día todo fué mucho más fácil, la extracción manual para mi es la más práctica, más rápida y sin complicaciones.

La niña era cuidada por mi mamá y por mi suegra, en días alternos de la semana. Aleccioné a las dos abuelas sobre cómo calentar y descongelar mi leche...tuve todo el apoyo. Nunca las enseñé a darle con vasito o cuchara, eso lo aprendí mucho después, cuando ya estaban todos habituados a darle mi leche en el bibe. Afortunadamente nunca tuvo "confusión tetina-pezón". Todas las tardes, noches y fines de semana eran de "teta a barra libre".

Así estuvimos hasta los 11 meses, cuando dejé de trabajar por una temporada. Por razones que no vienen al caso comentar aquí estuve en casa con mis hijos unos cuatro meses y la más felíz fué la nena, por supuesto con la teta a libre demanda...tan felíz que se olvidó por completo del concepto "biberón" hoy en día no sabe tomar de un bibe, lo que no es teta lo come con cuchara, tenedor o vaso jeje.

Como ahora que regresé sólo trabajo medio día, ella ya tiene 18 meses y come de TODO, dejé de sacarme leche. Ahora desayuna teta antes de levantarnos, luego la dejo con las abuelas y come todo lo comestible que le pongan en frente hasta que llegó por ella...me recibe con una sonrisota de oreja a oreja y un grito feliz: -Mamáaa buba! Y de ahí hasta el día siguiente su dieta es "buba".
No recuerdo si alguna vez se ha enfermado, bueno si, creo que en una ocasión tuvo unas décimas de fiebre...pero nada más...las diarreas las pasamos sin pena ni gloria, igual que los mocos...le duran uno o dos días y tarán -desaparecen. Una vez como a los ocho-nueve meses tuvimos cándidas ella en la boquita y yo en los pezones, nos medicamos -la única vez en año y medio que ha tomado antibiótico- y pasó en unos días.

Ahora que lo veo un poco a distancia nuestra historia ha sido fácil, siempre encontré la forma de ir solucionando los pequeños baches que me encontraba, acompañada de el excelente foro de Crianza Natural y otros documentos que andan por ahí en la red, a pesar del sueño y el cansancio, con kilos de paciencia y mucha perseverancia. Ni mi mamá ni mi suegra lactaron a sus hijos, y sin embargo han sabido apoyarme incondicionalmente. Y cuando sentía que algo me rebasaba, siempre he tenido a mi lado un hombre maravilloso, que me hace ver el lado amable, que me da alas para continuar, que sana todo con un abrazo.

No me desgarré las ropas como Hirkani, sólo un poco el corazón cada mañana que dejo a mis hijos para ir a trabajar, afortunadamente son heridillas que sanan en cuanto nos reencontramos por la tarde y nos sentamos, con mi hija mamando por un lado y mi hijo abrazado por el otro contándome sus aventuras del día.

Llevamos 18 meses y cuando me preguntan que ¿Hasta cuándo? No sé que contestar, lo disfrutamos las dos tanto aún...Supongo que algún día terminará, pero no puedo decir ahora cuándo. YO todavía no me siento preparada, necesito ese vínculo, no tengo prisa por verla crecer, y bueno, no me levantaría a media noche para traerle un bibe teniendo la teta tan a la mano jeje. ¿Cómo será el destete? Creo que la primera de las dos que esté preparada convencerá a la otra y cerraremos el ciclo juntas, espero que con tanto amor y tanta entrega como lo comenzamos.

lunes, 19 de mayo de 2008

Leer al calor del hogar




“El pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; solo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde uno tiene que irse, físicamente o con la imaginación.”
Augusto Monterroso.


En ese mundo pequeño que es el hogar, se aprende lo fundamental sobre la vida. Sin tableros, ni pupitres ni uniformes. Casi por ósmosis, sin que nadie se dé cuenta cómo ni a qué horas, entre rutinas y sobremesas, entre lo que se dice y lo que no se dice, las cuatro paredes de la casa son la primera imagen del mundo. Los valores, las actitudes, los modos de ser, de sentir y de pensar, la manera de mirar, tienen sus raíces en esa primera escuela a la que, por fortuna, no han llegado aún las innovaciones de la tecnología educativa.


Es realmente una fortuna. En las casas no se habla de objetivos, ni de metodologías, ni se evalúan periódicamente los resultados, ni se rinden informes. Se vive, simplemente. Y es en ese fluír de la vida, sin planificar, donde crece la gente. La escuela tiene mucho que envidiarle a ese sistema pedagógico , donde todo sucede de una manera mas espontánea y más real. Sin compartimientos, ni disciplinas separadas, ni horas asignadas para tal o cual destreza. Por eso, hablar de lectura en el hogar es hablar de muchas cosas al mismo tiempo.


En primer lugar, no suena muy apropiado ese nuevo rótulo tan de moda de “Promoción de Lectura” para lo que se hace en un hogar. No creo que en el hogar se hagan promociones de ninguna clase. El término, tomado del lenguaje comercial, tiene un sesgo cuantitativo que me parece sospechoso. Desde siempre ha habido hogares con padres, madres, abuelos, tíos o nodrizas que sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros. Dudo que lo hubieran hecho a propósito, siguiendo unos objetivos predeterminados...Lo más probable es que solo quisieran pasar un buen rato, o domar a las pequeñas fieras que suelen ser los niños, para que se estuvieran quietos unos minutos. Las dos intenciones son, en sí mismas, maravillosas. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura.


Esa creencia no se aprende en talleres ni en libros especializados, aunque ahora estén tan de moda las escuelas para padres. Las creencias se tienen o no se tienen y eso nos remite al círculo interminable de la vida; a las infancias de los que ahora somos padres y a las de nuestros padres y, así sucesivamente, en la memoria colectiva. Indagando en nuestros sentidos y en nuestros sentires, que tienen que ver con una historia personal, podemos encontrar nuestras propias ideas para que los hijos se acerquen a los libros en el hogar.


A simple vista podría pensarse que niego la posibilidad de cambiar lo que ya está dado o de salirse de una “estructura familiar” y eso suena muy pesimista, sobre todo si tenemos en cuenta que en Latinoamérica solo una minoría ha crecido en ambientes familiares cercanos al libro. Pero ése no es el sentido. Lo que propongo es partir de una búsqueda personal , empezando por el principio, que somos nosotros, y no por el final, que son los niños. Porque somos los adultos, con nuestras lecturas y con nuestras palabras, inscritas desde mucho antes de ser padres, el texto de lectura primordial al que se enfrentan los ninos.


Los arrullos y las canciones, los cuentos que otros escribieron en nosotros cuando fuimos niños, las retahílas, los conjuros, las leyendas y todos esos juegos de palabras que hacen parte de la tradición oral, son los más ricos textos de lectura de la primera infancia. ¿Quién no recuerda alguno? Un arrurrú mi niño, arrurrú mi sol, un aserrín aserrán o cualquiera de esas historias que se cuentan en los dedos de la mano... En el campo o en la ciudad, ahora o hace veinte, o cincuenta años, la infancia tiene sus propios textos de lectura.. Y una de las ventajas de ser padre es que uno puede darse el lujo de recrear su propio repertorio. Basta con buscar entre la memoria, preguntando aquí y allá por ese cuento que nos gustaba tanto, por esas fórmulas de comenzar y terminar las narraciones, que nos remontaban al tiempo mítico del “Había una vez hace muchísimos años...”


Todos los padres tenemos el poder de volvernos cuenteros, juglares y trovadores con nuestros propios hijos. Nuestras historias, nuestras canciones -afinadas o no- nuestras voces y nuestros tonos pueden resultarles más interesantes que ningún otro texto. Porque les hablan de sus orígenes, porque vinculan a las palabras con los más cercanos afectos. Porque nombran los temores y conjuran las sombras y establecen otro tipo de comunicación más estrecha, más significativa y auténtica que la que suele entablarse en la vida escolar. Al conocer los intereses, los temores y las características de cada uno de sus hijos, mejor que nadie en el mundo, los padres son los más capacitados para revelar los misterios que encierran las palabras. Esos misterios que constituyen la esencia del placer por la lectura.


Naturalmente, no todo se reduce a estas buenas intenciones. Se necesitan algunos ingredientes. En primer lugar, tiempo. Un tiempo ritual, lejos de las presiones cotidianas para otorgarle otro espacio a la palabra. Además de su función informativa e instrumental, las palabras permiten viajar, soñar, desear, acariciar, cantar y expresar. Un cuento antes de dormir, todas las noches, o una sobremesa para conversar en familia, o un libro apasionante que se lee por entregas, le confieren a las palabras poderes mágicos y vinculan a la lectura con el placer.


Pero, además de tiempo, necesitamos una actitud diferente, abierta al diálogo y al encuentro con todo lo que quieren decir los niños. Escucharlos, para permitirles expresar su mundo, sus fantasías, sus historias, sus opiniones, sus acuerdos y sus desacuerdos. Respetar sus argumentos y ayudarlos a formar su criterio, que no tiene que ser el nuestro. Alimentar sus puntos de vista, proporcionarles referencias culturales, estimular su imaginación y su inventiva, todo ello constituye el trabajo de los padres en la formación de nuevos lectores.


Para responder a esos retos, regresamos al punto de partida: Se necesitan padres lectores, asiduos visitantes de las bibliotecas y de las librerías, en busca de material para alimentar los sueños de sus hijos. Y se necesitan padres lectores, no solo para que eduquen con el ejemplo, sino para que transmitan por ósmosis una idea de lectura más vital y menos académica. Padres que esperan ansiosos el periódico de la mañana y madres que roban tiempo a sus quehaceres diarios para enfrascarse en su novela preferida. Padres que, además de regalar juguetes, regalen libros. Madres que puedan encontrar en las páginas de un libro los mejores secretos de la cocina o de las plantas, la mejor historia para compartir en voz alta con sus hijos o el conjuro más poderoso para dormir a su bebé.


A encontrar esos y muchos otros secretos en la lectura, se aprende en el hogar y lo que está en juego no es el número de ejemplares que pueda tener la biblioteca paterna ni los títulos universitarios que estén colgados en las paredes. Es mucho más sencillo y más barato que eso. Es compartir una cierta fe en las palabras. Es creer en el valor del lenguaje para enriquecer la experiencia, para crear y recrear el mundo. Es dejar una puerta abierta para que los libros y las palabras se instalen cómodamente en el sofá y ocupen un lugar importante en la vida cotidiana.


Yolanda Reyes.

Imagen 1 de Alex Pelayo
Imagen 2 un domingo en casa, San leyendo sin letras y Azul leyendo con la boca.

martes, 13 de mayo de 2008

Sobre el control de esfínteres


Aquí está la historia completa, de cómo dejar el pañal de la manera más fácil posible: cuando se está preparado para ello. Escrita sin letras por mi hijo, y que yo burdamente trataré de traducir para guardarla aquí y que no se pierda en el abismo de los recuerdos.


A una edad en la que por convencionalismo (o comodidad?) de nosotros los adultos los niños deben aprender a ir al baño, comenzamos a proponérselo, hablábamos de ello todo el día, todos los días, todos sus familiares...le compramos libros del tema, calzones, calzones entrenadores, el adaptador para el baño grande y un bañito chiquito. Cuál sería nuestra sorpresa: él sabía perfectamente que no era su tiempo, y afortunadamente se armó de valor y se negó en rotundo. NO. No quiero bañito, no quiero calzones, no quiero dejar el pañal, punto. Y digo afortunadamente porque estoy orgullosa de la fuerza de mi hijo, de que hizo valer sus derechos y se defendió -si no estoy listo, que se esperen!


Lo entendimos y dejamos de insistir en el tema, nos sentamos a esperar, claro, cruzando los dedos para que la espera no fuera tan larga que tuviesemos que comprar pañales para adulto. Un poco-muy angustiados porque le apretaba la talla grande, por la dermatitis que le brotaba justo donde rozaban los resortes, y por qué no decirlo, porque "todos" los niños de su edad ya habían sido "amaestrados" a hacer pipí y popó en el baño.


Y de repente, el día menos pensado, un día normal como cualquier otro, decidió que era el momento, se sintió totalmente seguro de poder hacer lo que los grandes hacemos, ir al baño. Por supuesto que antes había ya estudiado completamente la situación, primero y durante meses, se percató de cómo sale la pipí, de cómo sale la popó. De cómo se hace para retenerlos y desecharlos en los momentos más oportunos. De cómo hace papá en el baño, de cómo hace mamá en el baño, y hasta las abuelas...De cómo se quita y se pone el pañal. De cómo funciona el baño...Y quiénsabe qué otras cosas más fueron medidas y calculadas antes del gran paso.


Y así de simple fue. Después de saber que controlaba sus esfínteres, estuvo de acuerdo en quitarse el pañal, ya no tenía sentido usarlo, ya no lo necesita.

Nunca pasamos por esa etapa en que veo a otros padres: de usar "calzón.entrenador", de lavar toneladas de ropa con pipí o popó, de estar tooodo el día molestando a los niños -vamos al baño, vamos al baño, de oir que "justifican" a sus hijos -es que se le olvidó porque estaba jugando entretenido...


Mi hijo de tres años, de un día para otro, o mejor dicho de un momento para otro, simple y sencillamente va al baño cuando tiene ganas de ir, esté en casa o en casa de las abuelas, o en la calle, o en un restaurante, o jugando -entretenido o no. No usa pañal de noche, no lo necesita. Podría parecer magia y no lo es, es el resultado de todo un proceso evolutivo que fue respetado.

Podrían pensar que "ya es grande" y que ya se estaba tardando...Nosotros estamos muy satisfechos, porque al fin y al cabo, ¿a quién le interesa a qué edad comenzó a ir al baño quién?


Y sin embargo, lo que si interesa, es que no hemos vivido -ni él ni nosotros- ni un sólo mal momento en el proceso, todo ha sido fluido, nadie forzó a nadie, nadie culpó a nadie, no se derramó ni una lágrima, ni un enojo, ni una palabra hiriente. Los tres (papá, mamá e hijo) hemos crecido porque ganamos confianza en el otro, en nosotros mismos y en nuestra relación de amor.


Y dejo las lecturas que me ayudaron a mi a esperarlo y a aprender a respetarlo:


El control de esfínteres y la retirada del pañal son conceptos distintos y, sin embargo, en ocasiones, los confundimos. Un niño al que se le retira el pañal sin estar preparado para ello seguirá sin tener el control de esta función aunque nos empeñemos en lo contrario. E incluso puede ser perjudicial. Hay muchos niños a los que, si fuésemos sinceros con nosotros mismos, deberíamos volver a poner el pañal una vez retirado, pues se ve claramente que lo hemos hecho demasiado pronto. Lo que ocurre es que nos parece un retroceso, asumimos como un fracaso educativo el que nuestros hijos continúen con pañal. Y así, nos empecinamos en seguir adelante, aplaudiendo la mínima señal de continencia. Sin embargo, aunque ya no moje la ropa y el suelo a todas horas, habrá que tener en cuenta otros aspectos. Si un niño se hace pis cuando se ríe, cuando se pone nervioso, cuando se olvida de ir al lavabo, cuando está demasiado concentrado en una actividad quiere decir que no tiene el tema controlado. A los adultos no nos pasa ninguna de esas cosas... simple y sencillamente porque sí controlamos. Así que no confundamos el hecho de que nuestro hijo (y nosotros) pueda andar con cierta dignidad por la calle, sin mancharse ni manchar, con que el control de esfínteres sea una realidad.Ahora bien... ¿por qué no esperamos a retirar el pañal cuando realmente el niño esté preparado? Al margen de las valoraciones en función de un pretendido éxito o fracaso educativo, que ya hemos apuntado, hay otras posibles explicaciones, y vamos a hablar de ellas.En primer lugar, existe un consenso casi unánime en que para que los niños controlen esfínteres, hay que enseñarles, y eso se consigue a través de la retirada del pañal. Sin embargo, lo ideal sería hacerlo exactamente al revés: esperar a quitar el pañal cuando el niño esté preparado para ello, es decir, cuando pueda controlar esfínteres por sí mismo. Esta idea, en general, produce cierto temor. Se suele creer que si uno no le retira el pañal al niño, éste nunca llegará a controlarse, y tendrá problemas de incontinencia. Lo cierto es que, a no ser que haya un problema funcional real, ningún adulto tiene problemas con el control de esfínteres. Lo que nos hace sospechar que se trata de un proceso madurativo propio del ser humano, y no un objetivo educativo que las familias o las escuelas deban asumir como propio. Desde este punto de vista, en vez de retirar el pañal y correr con el orinal detrás de nuestros hijos, sería mucho más cómodo para todos (sobre todo para los niños, que no se sentirían presionados ni evaluados) esperar a que el propio niño nos diga que ya no necesita el pañal.Además de este temor, existe un problema logístico añadido. El inicio de la Educación Infantil. En la mayoría de las escuelas de nuestro país, por no decir en la totalidad de ellas, no se admiten niños con pañal. Sabemos que es un problema real de tiempo y atención para una sola maestra o maestro tener 20 niños a los que cambiar y limpiar, pero habría soluciones intermedias si hubiera verdadera intención, por parte de las instituciones educativas, de encontrar alternativas. Pero la realidad es que no se asumen estas posibilidades porque no es sólo una cuestión de recursos humanos, sino de lo que entendemos que un niño debe o no debe saber a una determinada edad. Y pensar que todos los niños, a los 3 años (algunos a los 2 años y 9 meses) deben tener controlada esta función corporal es, cuanto menos, una idea difícil de materializar.La realidad es que cada niño controla esfínteres a una determinada edad, igual que cada niño habla, anda o salta a una determinada edad. El que se asuma habitualmente que a partir de los 2 años debemos empezar a retirar el pañal tiene más que ver con la universalización de la educación infantil, que aún sin ser obligatoria se ve como necesaria (ésta es otra historia que ya trataremos) y de las condiciones que ésta nos impone para admitir a nuestros hijos. Así que, si estamos hablando de un proceso madurativo que tarde o temprano llega a su fin, ¿por qué empeñarnos en hacer pasar a los niños por este mal trago? Dejemos a cada niño seguir su ritmo y encontrarse seguro con su cuerpo antes de imponerle una convención social.



---------------------------------------


Extraido del "Bésame mucho" de Carlos González:


Muchas veces se habla de «aprendizaje del control de esfínteres » y eso deja a los padres vagamente intranquilos.Porqué, aparentemente, un aprendizaje requiere una enseñanza. ¿Quién y cómo ha de enseñar al niño a controlar sus esfínteres, sea eso lo que sea? Pues no, aprender a no hacerse pipí encima, lo mismo que aprender a caminar, a sentarse o a hablar, son cosas que no requieren estudio ni enseñanza.Existen niños de diez años y también adultos que no saben leer o que no tocan el piano porque nadie les enseñó. Los padres tienen que hacer algo (enseñar a su hijo o buscarle un profesor o una escuela) si quieren que aprenda esa y muchas otras cosas. Pero no hay niños de diez años que no sepan caminar, sentarse o hablar, o que se hagan pipí encima (despiertos).Todos los niños sanos (y buena parte de los enfermos) controlan perfectamente el pipí (de día) y la caca a los cuatro años o bastante antes. Por lo tanto, la pregunta no es «¿qué tengo que hacer para que mi hijo aprenda a usar el retrete?», pues haga usted lo que haga, tanto si lo hace todo «bien» como si lo hace todo «mal», o incluso aunque no haga nada de nada, su hijo aprenderá. La pregunta es «¿qué puedo hacer para que mi hijo no sufra mientras aprende a usar el retrete?» Y la respuesta es «más vale que no haga nada». O que haga lo menos posible.Cuando los padres hacen algo, cuando sientan al niño a ciertas horas en el orinal, cuando le obligan a estar sentado hasta que hace algo, cuando le riñen si se lo hace encima, a la larga el niño aprenderá también a ir al retrete, pero será desgraciado en el proceso (y sus padres también). En casos extremos, es probable que ciertas «enseñanzas» desafortunadas pue-dan retrasar el aprendizaje o producir en el niño un rechazo a defecar que se convertirá en estreñimiento.Pero si no le quitamos nunca el pañal, ¿cómo aprenderá? ¿No seguirá llevando pañal toda la vida? Lo dudo. No conozco a nadie que haya hecho la prueba; pero sospecho que, incluso si los padres no tomasen nunca la iniciativa, todos los niños acabarían por arrancarse el pañal ellos mismos.Nadie va con pañal por la calle a los quince años. Pero el caso es que los pañales cuestan dinero y cambiarlos cuesta un esfuerzo, y casi todos los padres hacen, antes o después, un esfuerzo para quitar el pañal a sus hijos. En principio, eso no debería traer ningún problema.El pañal es algo totalmente artificial, un invento relativamente reciente que no busca la comodidad del niño, sino la de sus padres. Los niños no necesitan pañal. Muchos padres le quitan a su hijo el pañal en verano y que sea lo que Dios quiera. Incluso antes del año, cuando saben que es imposible que el bebé controle el pipí y la caca de forma voluntaria. Para hacerlo, por supuesto, es conveniente no tener alfombras ni moquetas en casa, y es necesario estar dispuesto a fregar cualquier rincón en cualquier momento, sin el menor reproche.Así se ahorra el niño algunas escoceduras por el calor y los padres mucho dinero en pañales. Al final del verano, si (como era de esperar) el niño se lo sigue haciendo todo encima, se le vuelve a poner el pañal y tan contentos. En el primer verano después de los dos años, cuando de verdad hay alguna esperanza de cambio, los padres pueden explicarle al niño lo que se espera de él: «Cuando tengas ganas de hacer pipí o caca, avisa. » Pero, por supuesto, no se harán pesados preguntando cada media hora (basta con que lo expliquen una vez en junio o, como mucho, cada quince días), ni lo sentarán en el orinal cuando no lo ha pedido, ni le reñirán o criticarán ni se burlarán de él por los escapes o por las falsas alarmas, ni mostrarán impaciencia.Puede ser útil preguntarle si prefiere usar el retrete, como papá y mamá, o un orinal (y que elija el que más le gusta) o un adaptador para el retrete.Mientras no haya un mínimo control, es prudente ponerle el pañal para salir a la calle. Algunos niños logran el control en este verano, otros en el siguiente. Algunos, por supuesto, alcanzan la madurez entre medias y piden que se les quite el pañal en invierno («¿Estás seguro?» «Sí. » «Bueno, vamos a hacer la prueba. ») Quitar el pañal, decíamos, no habría de traer ningún problema, pero a veces lo trae. Incluso sin obligarles, sin reñirles, sin ponerse pesado y sin hacer comentarios ofensivos, algunos niños se niegan a que les quiten el pañal.Están tan acostumbrados a llevarlo, que no se imaginan la vida sin él. Explíquele a su hijo que no importa que se haga pipí o caca en cualquier sitio, que no se va a enfadar. Pero si a pesar de todo le pide un pañal, póngaselo sin rechistar. Al fin y al cabo, la idea no fue suya; fueron sus padres los que decidieron ponerle pañal cuando nació y no es culpa del pobre chico si se ha acostumbrado.Es posible que un niño que al año y medio se dejó quitar el pañal, se niegue a los dos años y medio. No insista, no atosigue, simplemente dígale: «Bueno, cuando quieras que te lo quite, avisa», y ya está. Algunos niños están contentos de ir sin pañal, pero se sienten incapaces de usar el orinal. Notan que van a hacer algo, avisan, pero no quieren sentarse en ningún sitio. Quieren el pañal. A veces, durante una temporada, hay que ponerles un pañal cada vez que han de hacer pipí o caca. A algunos, que juegan desnudos en la playa, hay que ponerles un pañal para que hagan pipí. No se asombre, no se queje, no se ría. Póngale el pañal sin discutir, que ya falta bien poco.Algunos niños, más tímidos, no se atreven a pedir el pañal, pero tampoco a usar el orinal, e intentan retenerse lo más posible. Algunos llegan a sufrir estreñimiento. Si observa que su hijo deja de hacer caca cuando le quitan el pañal, pruebe a ponérselo otra vez (incluso si no lo ha pedido). No es malo volver a usar el pañal después de unos días o meses sin él. No es un paso atrás ni un retroceso, ni le hace ningún daño al niño. A no ser, claro, que él se niegue. Nos vamos ahora al otro extremo, al del niño que no es capaz de controlarse, pero insiste en que le quiten el pañal o en que no se lo vuelvan a poner si se lo habían quitado en verano.Como siempre, es importante hablar con el niño y ser respetuoso. Si sólo hay fallos ocasionales, es mejor hacerle caso. Si el control es nulo, tal vez pueda convencerle de que se lo deje poner. Pero si se niega en redondo, si llora para que no le pongan el pañal, si lo vive como un fracaso o una humillación, es mejor también hacerle caso, tal vez intentar llegar a una solución de compromiso («puedes ir sin pañal por casa, pero si salimos a pasear te lo has de poner»).A veces hay que renunciar a salir de casa durante unas semanas para no tener un drama, lo que no deja de ser una lata. Por eso es importante no ponerse pesados con el asunto, no lanzar indirectas y puyas, que nadie le vaya diciendo al pobre niño «qué vergüenza, tan mayor y con pañales», «a ver si aprendes a ir al retrete de una vez», «si te lo vuelves a hacer encima, te tendré que poner pañales como a una niña pequeña» y otras lindezas. Nunca hay que hablar así a un niño, ni en este tema ni en otros. Todos los niños normales saben controlarse de día, sin necesidad de enseñarles nada.Si su hijo se sigue haciendo caca o pipí encima después de los cuatro años (salvo algún accidente muy de tarde en tarde con el pipí), consulte al pediatra. Cuando hay problemas, con frecuencia son de origen psicológico (a veces debido precisamente a intentos de «enseñarles» a usar el orinal por las malas y otras veces, manifestación de otros conflictos o de celos). En algunos casos, la defecación involuntaria (encopresis) es consecuencia del estreñimiento: se forma una bola que irrita la mucosa rectal y produce una falsa diarrea. El niño no lo hace a propósito, y las burlas y castigos no harán más que empeorar el problema. Pero las noches son muy distintas.Aunque muchos niños pueden dormir secos a los tres años, otros muchos se hacen pipí en la cama (enuresis nocturna) hasta la adolescencia o incluso toda la vida. Durante la Primera Guerra Mundial, el 1 por ciento de los reclutas norteamericanos fue declarado no apto para el servicio por enuresis. La enuresis nocturna casi nunca tiene causa orgánica o psicológica, sino que depende de la maduración neurológica y de las características genéticas (va por familias). Algunos niños consiguen no hacerse pipí en un día especial (por ejemplo, en casa de un amigo), a costa de pasar la noche prácticamente en vela. Por supuesto, no pueden hacerlo muchos días seguidos.Por desgracia, algunos padres no comprenden el enorme esfuerzo que han hecho y se lo echan en cara («en casa de Pablo bien que espabilaste, pero aquí no te preocupas, claro, como estoy yo para lavar sábanas»). Este tipo de comentarios, además de cruel, es falso.Hace poco, una madre comentaba en un foro de Internet que su hija de siete años se hacía pis en la cama. Otra madre le contestaba así:Yo estuve haciéndome pis hasta los dieciséis años, y peor que me sentía y más acomplejada que nadie… Me tiraba las noches en vela para no mojar la cama, y en cinco minutos que el sueño me rendía, me hacía pis; estaba desde el medio día sin beber nada, era horrible, y seguía haciéndome pis; me levantaba por la noche a lavar mis sábanas para que no se enteraran… No la regañes, no la responsabilices, es una enfermedad, de pronto un día dejé de hacérmelo. Mi hijo mayor se hizo pis hasta los trece años…Quisiera explicar aquí una anécdota, en homenaje a un gran pediatra japonés, el Dr. Itsuro Yamanouchi, de Okayama. Visité su hospital en 1988, y me fascinó aquel sabio humilde que seguía atendiendo consultas externas de pediatría a pesar de ser director de un gran hospital. Le acompañé una tarde en su consulta, y él me explicaba en inglés lo que ocurría. —Este niño tiene seis años, y se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que eso es normal, que no hay que hacer nada, y que yo me hice pipí hasta los siete años. —¡Qué casualidad! —respondí en mi inglés vacilante—. Yo también me hice pipí hasta los siete años. El Dr. Yamanouchi se apresuró (para mi sorpresa) a traducir mis palabras, y la madre me miró con más sorpresa aún y se deshizo en reverencias y agradecimientos. Un rato después, otra madre, mientras escuchaba las palabras del médico, me miró también con asombro y me hizo otra reverencia. —Este niño de diez años también se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que yo me hice pipí hasta los once años, y tú hasta los siete. —Pero… ¿no me dijo usted que también se había hecho hasta los siete? —Bueno —sonrió el Dr. Yamanouchi—, yo siempre les digo un año más.


-------------------------------------


De María Paula Cavanna, encontrado en la página de Crianza Natural


El control de esfínteres no se aprende. Se adquiere cuando el niño está maduro para ello. Caminar, hablar, comer, son funciones que se adquieren, cuando los niños están lo suficientemente maduros. Son adquisiciones paulatinas, lentas, que llevan mucho tiempo.Aunque la estimulación puede influir en algunos niños, lo cierto es que todos intentarán caminar alrededor del año, comer alrededor de los 6 meses, y controlar esfínteres entre los 2 1/2 y 3 años. No hay ningún apuro, puesto que la edad para comenzar a hacer todas estas cosas, no tiene relación alguna con el desempeño posterior en la vida adulta, y a nadie le van a preguntar en la universidad, a qué edad aprendió a caminar. Los adultos deberíamos preguntarnos qué nos pasa que estamos tan apurados por conseguir logros en nuestros hijos.Al haber fijado como "normal" la edad de 2 años para el control de esfínteres, nos hemos creado un problema y sobre todo, se lo hemos creado a nuestros hijos.Bien entrada la segunda mitad del segundo año de vida (o sea, después del año y medio), algunos bebés pueden empezar a darse cuenta cuando tienen sucio el pañal, e incluso a saber cuando "se lo están haciendo". Este es un lento proceso que puede llevar alrededor de 2 años más, desembocando en el control de esfínteres.Es frecuente escuchar a las mamás excusando a sus hijos que se lo hicieron encima, diciendo "estaba tan entretenido jugando, que se olvidó", o preguntando millones de veces antes de salir de cada lugar, si quieren hacer pis, o limitando la ingesta de líquidos a la noche para que aguante sin mojar la cama. Cuando el control de esfínteres está adquirido, estas escenas son infrecuentes. A los adultos y a los niños mayores no nos ocurren estas cosas.Esperar a que llegue el veranoAprovechar el verano para quitar los pañales es una conveniencia de los adultos. Así aprovechamos con el niño de un año y medio, con el de 2, con el de 2 y medio indistintamente. Perseguimos entonces a los niños incansablemente preguntándoles si tienen ganas de hacer pis, les tocamos las ropas, los sentamos en el inodoro sin ganas, e invertimos preciosas horas en comunicarnos en este nueva escala de valores donde lo más importante, lo que pone feliz o triste a mamá, es "si me lo hice o no me lo hice". Quizás el mito del verano nos haya sido heredado de la época de los pañales de tela, pero hoy en día, con los desechables, con lavadoras automáticas, no hay motivo alguno para apurar los procesos evolutivos de nuestros hijos. Algunos podrán controlar temporalmente esfínteres, cuando todos estamos de vacaciones, y tienen a mamá todo el día consigo, pero al comenzar las clases, las exigencias, las separaciones, vuelven a "retroceder", dejando en claro que aún no pueden ocuparse de controlar esfínteres en situaciones donde están frágiles emocionalmente.¿Qué nos pasa a nosotros?Los adultos no hablamos entre nosotros de pises y cacas. La etapa de adquisición del control de esfínteres de nuestros hijos, nos enfrenta con muchas cosas que quizás nos cuesta ver: el placer de los niños al poder decidir casi por primera vez, si retienen su pis o su caca, y hacerlo donde y cuando lo desean; la delimitación de una zona de autonomía, de la cual quedamos excluidos. Es un espacio de poder, donde son ellos quienes deciden y les causa placer estrenar esta capacidad de hacerlo por sí mismos. Nos cambia radicalmente de lugar: aquí no podemos ordenar, ni forzar, ni apurar las cosas. Cada uno lo hace cuando quiere. Nos incomodan ciertos placeres de nuestros hijos... la succión, la masturbación (mi hijo no!!!, Jamás!!!!!) las conductas autoeróticas, y nos incomodan tanto que arremetemos contra ellos, en lugar de volver sobre nosotros mismos a ver qué nos pasa.De día y de nocheEl control nocturno merece un capítulo aparte. Aunque un niño controle esfínteres durante el día, pueden pasar aún muchos meses más hasta poder hacerlo por la noche. Usualmente se dice que luego de varias noches con el pañal seco, el bebé está listo para dormir sin él.A la hora de pensar en esto, es importante tener en cuenta que:El niño debe estar de acuerdo y saber exactamente qué está ocurriendo, qué se espera de él ("como hace varias noches que no mojas el pañal, ¿te gustaría probar dormir sin él? Te pondré un plástico debajo de la sábana para que no te preocupes si te haces pis, y probaremos. Si no quieres, probamos más adelante")Como todo proceso, el control de esfínteres no es algo lineal, sino que habrá muchos avances y retrocesos. Esto es parte de lo esperable, y lo más importante es que nuestros hijos sepan que los acompañamos en este proceso y lo esperaremos todo lo que haga falta.En cualquier orden de la vida, el reforzamiento positivo es beneficioso ("qué bien lo hiciste, estoy orgullosa de ti", "casi llegamos al baño esta vez, la próxima será mejor aún"). Bajo ningún concepto es aceptable que retemos al niño, que lo humillemos, que lo ridiculicemos o comparemos con otros amigos o hermanos que ya han logrado el control de esfínteres. Recordemos que no hay nada que él pueda hacer para controlar. No depende de que se acuerde, de que esté atento, ni de nada de eso. Se debe estar maduro para eso, y humillarlos o pretender acelerar el proceso es tan ridículo e infructuoso como gritarle a una oruga pretendiendo que se convierta en mariposa.Dobles mensajesUna pregunta muy frecuente en las mamás que consultan, es que temen darle un doble mensaje a su hijo si le vuelven a poner el pañal una vez que se lo han quitado. Siempre se puede volver atrás. Los papás consultan atemorizados porque su hijo se ha vuelto "regresivo". No se puede hablar de regresión en un niño de 2 ó 3 años, porque no se puede regresionar a un lugar del que nunca se ha salido.Otra preocupación muy común es la de los mensajes contradictorios. Personalmente creo que damos tantos mensajes contradictorios a nuestros hijos todo el tiempo, que en el peor de los casos, este sería uno más. Pero no lo es. El único mensaje debiera ser "Te acompaño, y si ayer pudiste estar sin pañal y hoy lo necesitas, te lo pondré". Los chicos tienen cosas mucho más interesantes que hacer a esta edad, antes que estar todo el día preocupados en sus pises y cacas.Es común que lleguen al consultorio chicos con un diagnóstico de enuresis secundaria (que quiere decir que se hacen pis o caca luego de haber adquirido el control de esfínteres), cuando en realidad, indagando, invariablemente son chicos a quienes se les ha "sacado el pañal" demasiado pronto, y nunca han adquirido verdaderamente el control de esfínteres. En estos casos, sin importar la edad de quien consulta, la solución pasa por volver a usar el pañal, por el tiempo que sea necesario, sin vivirlo como algo humillante, como un retroceso o como un castigo, sino simplemente entendiendo que esta función debe terminar de adquirirse, y como adultos, acompañaremos todo el tiempo que haga falta.Algo comenzará a cambiar cuando dejemos de decir "le saqué la teta, le saqué el pañal, lo saqué de nuestra habitación", y podamos tener la paciencia suficiente como para esperar a que sean ellos quienes nos indiquen el camino a seguir.


jueves, 8 de mayo de 2008

¡ Muy bien !


Siguiendo con el tema "recompensas" llegué a este artículo: las recompensas verbales. Ya hace tiempo que buscaba algo sobre las etiquetas positivas. Yo que siempre cargué con carteles pesadísimos como el de BUENA hija, BUENA hermana, EXCELENTE estudiante...¿como haré para que las etiquetas no minen el camino de mis hijos?

Definitivamente tengo mucha tarea para reflexionar.


Cinco Razones para Dejar de Decir “¡Muy Bien!”
Por Alfie Kohn

Salga a un sitio de juegos, visite una escuela o aparézcase en la fiesta de cumpleaños de un niño, y hay una frase que de seguro va a escuchar: “¡Muy bien!”. Incluso los bebés pequeños son elogiados por juntar sus manos (“Bonito aplauso!). A algunos de nosotros se nos escapan estos juicios sobre nuestros niños al punto de que casi se convierte en un tic verbal.
Muchos libros y artículos advierten en contra de recurrir al castigo, desde pegar hasta el aislamiento forzado (“tiempo fuera”). Ocasionalmente alguien incluso nos pedirá que reconsideremos la práctica de sobornar a los niños con stickers o comida. Pero usted tendrá que buscar arduamente para encontrar una palabra que desaliente lo que es eufemísticamente llamado refuerzo positivo.
Para que no haya ningún malentendido, el punto aquí no es cuestionar la importancia de apoyar e incentivar a los niños, la necesidad de amarlos y abrazarlos y ayudarlos a sentirse bien con ellos mismos. Los elogios, sin embargo, son una historia completamente diferente. Aquí explico por qué.

1. Manipulando a los niños. Suponga que usted ofrece una recompensa verbal para reforzar el comportamiento de un niño de dos años que come sin regar, o de un niño de cinco años que limpia sus materiales de arte. ¿Quién se beneficia de esto? ¿Es posible que el decir a los niños que han hecho un buen trabajo tenga menos que ver con sus necesidades emocionales que con nuestra propia conveniencia?
Rheta DeVries, profesora de educación en la Universidad del Norte de Iowa, se refiere a esto como “control con cubierta de azúcar”. Muy parecido a las recompensas tangibles – o, para el propósito, castigos – es una forma de hacer algo a los niños para conseguir que ellos cumplan con nuestros deseos. Puede ser efectivo en producir estos resultados (al menos por un tiempo), pero es muy diferente a trabajar con los niños – por ejemplo, entablar una conversación con ellos a cerca de qué es lo que hace a una clase (o a una familia) funcionar sin problemas, o cómo otras personas son afectadas por lo que hemos hecho – o dejado de hacer. Este último enfoque no solo que es más respetuoso si no que no es efectivo para ayudar a los niños a convertirse en personas reflexivas.
La razón por la cual los elogios pueden funcionar a corto plazo es que los niños pequeños están hambrientos de aprobación. Pero nosotros tenemos la responsabilidad de no aprovecharnos de esta dependencia para nuestra propia conveniencia. Un “¡Muy bien!” para reforzar algo que hace nuestras vidas un poco más fáciles puede ser un ejemplo de tomar ventaja de la dependencia de los niños. Los niños también pueden empezar a sentirse manipulados por esto, incluso si ellos no pueden explicar a ciencia cierta por qué.

2. Creando adictos a los elogios. De seguro, no todo uso de elogios es una táctica calculada para controlar el comportamiento de los niños. Algunas veces felicitamos a los niños solamente porque estamos genuinamente complacidos por lo que han hecho. Sin embargo, incluso en esos casos, vale la pena poner más atención. En lugar de aumentar la auto estima de un niño, los elogiados pueden incrementar su dependencia hacia nosotros. Mientras más decimos “Me gusta la forma en que tú....” o “Muy bien hecho...”, incrementa la dependencia de los niños hacia nuestras evaluaciones, nuestras decisiones acerca de lo que está bien y mal, en lugar de aprender de sus propios juicios. Esto los lleva a medir su valor en términos de lo que a nosotros nos hará sonreír y darles un poco más de aprobación.
Mary Budd Rowe, una investigadora de la Universidad de Florida, descubrió que los estudiantes que eran elogiados profusamente por sus profesores eran más indecisos en sus respuestas, más proclives a responder en un tono de voz de pregunta (“mm, ¿siete?”). Tendían a retractarse de una idea propuesta por ellos tan pronto como un adulto mostraba su desacuerdo. Además, tenían menos tendencia a perseverar en tareas difíciles o compartir sus ideas con otros estudiantes.
En resumen, “Buen trabajo!” no les da seguridad a los niños; en última instancia, los hace sentirse menos seguros. Este tipo de frases puede incluso crear un círculo vicioso en el que mientras más recurrimos a los elogios, más parecen los niños necesitarla, por lo que los elogiamos aún un poco más. Penosamente, algunos de estos niños se convertirán en adultos que continúan necesitando a alguien que les dé una palmada en la espalda y les diga si lo que hicieron estuvo bien. De seguro, esto no es lo que queremos para nuestros hijos e hijas.

3. Robando el placer de un niño. Aparte del problema de dependencia, un niño merece disfrutar de sus logros, sentirse orgulloso de lo que ha aprendido a hacer. También merece decidir cuándo sentirse de tal o cual forma. Pero, cada vez que decimos, “¡Muy bien!”, le estamos diciendo al niño cómo sentirse.
De seguro, hay momentos en los que nuestras evaluaciones son apropiadas y nuestra guía es necesaria – especialmente con niños que ya caminan y de edad pre-escolar. Pero una corriente constante de juicios de valor no es ni necesaria ni útil para el desarrollo de los niños. Desafortunadamente, seguramente no nos hemos dado cuenta de que “¡Muy bien!” es una evaluación tanto como lo es “¡Mal hecho!” La característica más notable de un juicio positivo no es que este sea positivo, si no que es un juicio. Y a la gente, incluyendo a los niños, no les gusta ser juzgados.
Yo disfruto y guardo las ocasiones en las que mi hija logra hacer algo por primera vez, o hace algo mejor de lo que lo había hecho hasta ahora. Pero trato de resistir al reflejo de decir “¡Muy bien!” porque no quiero diluir su alegría. Quiero que ella comparta su placer con migo, no que me mire buscando un veredicto. Quiero que ella exclame, “¡Lo hice!” (lo que ocurre regularmente) en lugar de preguntarme con incertidumbre, “¿Estuvo bien?”

4. Perdiendo el interés. "¡Muy bonita pintura!” puede hacer que los niños sigan pintando por el tiempo que nos mantengamos mirando y elogiándolos. Pero, advierte Lilian Katz, una de las principales autoridades nacionales de educación en la temprana infancia, “una vez que se quita la atención, muchos niños no volverán a esa actividad nuevamente.” Efectivamente, una cantidad impresionante de investigaciones científicas han mostrado que mientras más recompensamos a la gente por hacer algo, más tiende a perder el interés por cualquier cosa que deban hacer para obtener recompensas. Ahora el punto no es dibujar, leer, pensar, crear – el punto es tener el regalo, sea este un helado, un sticker o un “¡Muy bien!”.
En un estudio de problemas conducido por Joan Grusec de la Universidad de Toronto, los niños pequeños que fueron elogiados frecuentemente por muestras de generosidad, tendían a ser un poco menos generosos en el día a día, de lo que eran los otros niños. Cada vez que ellos han oído “¡Muy bien por compartir!” o “Estoy muy orgulloso de ti por ayudar”, ellos perdían el interés por compartir o ayudar. Estas acciones vinieron a verse no como algo valioso en su propio sentido de lo justo, si no como algo que deben hacer para obtener nuevamente esa reacción del adulto. La generosidad se convierte en el medio para un fin.
Motivan los elogios a los niños? Por supuesto. Los motivan a obtener elogios. Desgraciadamente, esto sucede frecuentemente a expensas del compromiso hacia cualquier cosa que ellos estaban haciendo y que provocó un elogio.

5. Disminuyendo el Desempeño. Como si no fuera suficientemente malo que un “¡Muy bien!” pueda menoscabar la independencia, el placer y el interés, puede también interferir con cuán bien los niños hacen una tarea. Los investigadores continúan hallando que los niños que son elogiados por hacer bien un trabajo creativo tienden a tropezar en la siguiente tarea- y no les va tan bien como a los niños que no fueron elogiados al principio.
¿Por qué sucede esto? En parte porque los elogios crean una presión de “continuar el buen trabajo”, llegando a interponerse en el camino de lograrlo. En parte porque su interés en lo que hacen puede disminuir. En parte porque ellos se vuelven menos propensos a tomar riesgos – un prerrequisito para la creatividad- una vez que comienzan a pensar sobre cómo hacer que esos comentarios positivos continúen viniendo.

En forma general, “¡Muy bien!” es un vestigio de un enfoque que reduce toda la vida humana a comportamientos que pueden ser vistos y medidos. Desafortunadamente, esta ignora los pensamientos, sentimientos y valores que yacen detrás de los comportamientos. Por ejemplo, un niño puede compartir un refrigerio con un amigo como una forma de atraer un elogio, o como una forma de asegurarse de que otro niño tenga suficiente para comer. Los elogios por compartir ignoran estos diferentes motivos. Peor aún, estos de hecho promueven el motivo menos deseable, haciendo a los niños más proclives a tratar de pezcar elogios en el futuro.
Una vez que usted empieza a elogiarlo por lo que es – y lo que hace – estas pequeñas y constantes explosiones de evaluación de los adultos comienzan a producir los mismos efectos que unas uñas rasgadas lentamente sobre un pizarrón. Usted comienza a alentar a un niño a dar a sus maestros y padres un bocado de su propia melaza, volteándose a responderlos diciendo (en el mismo tono de voz dulzón), “¡Muy buen elogio!”
Sin embargo, no es un hábito fácil de romper. Dejar de elogiar, al menos al principio, puede parecer extraño,. Se puede sentir como si estuviese siendo frío o guardándose algo. Pero eso, (y pronto se vuelve evidente) sugiere que nosotros elogiamos más porque necesitamos decirlo que porque nuestros niños necesitan oírlo. Siendo esto así, es tiempo de reconsiderar lo que estamos haciendo.

Lo que los niños necesitan es apoyo incondicional, amor sin compromisos. Eso no solo que es diferente a un elogio – es lo opuesto al elogio. “¡Muy bien!” es condicional. Significa que estamos ofreciendo atención, reconocimiento y aprobación por saltar a través de nuestro aro, es decir, por hacer algo que nos place a nosotros.
Este punto, usted lo notará, es muy diferente a una crítica que mucha gente ofrece al hecho de dar a los niños mucha aprobación, o dársela muy fácil. Ellos recomiendan que nos hagamos más tacaños con nuestros elogios y demandemos que los niños “los ganen”. Pero el problema real no es que los niños de esta época esperen ser elogiados por todo lo que hacen. Lo que sucede es que nosotros estamos tentados a tomar atajos, a manipular a los niños con recompensas en lugar de explicar y ayudarlos a desarrollar las habilidades necesarias y los buenos valores.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? Eso depende de la solución, pero cualquier cosa que decidamos decir tiene que ser en el contexto del afecto genuino y amor por lo que los niños son en vez de por lo que han hecho. Cuando está presente el apoyo incondicional, un “¡Muy bien!” no es necesario; cuando no está presente, un “¡Muy bien!” no ayudará.
Si estamos elogiando acciones positivas como una forma de desalentar un mal comportamiento, esto tiene poca probabilidad de ser efectivo por mucho tiempo. Incluso cuando esto funciona, no podemos afirmar que el niño ahora “se esté comportando”; sería más preciso decir que los elogios lo hacen comportarse. La alternativa es trabajar con el niño, para descubrir las razones por las que él está actuando de esa manera. Podríamos tener que reconsiderar nuestros propios requerimientos en vez de simplemente buscar una forma de que los niños obedezcan. (En lugar de usar “¡Muy bien!” para hacer que un niño de cuatro años se siente callado durante una larga clase o cena familiar, tal vez deberíamos preguntarnos si es razonable esperar que un niño haga esto).
También debemos encaminar a los niños hacia el proceso de tomar sus propias decisiones. Si un niño está haciendo algo que molesta a otros, entonces sentarse posteriormente con él y preguntarle, “¿Qué piensas que podemos hacer para solucionar este problema?” podría ser más efectivo que chantajes o amenazas. Esto también ayuda al niño a aprender cómo resolver problemas y le enseña que sus ideas y sentimientos son importantes. Por supuesto, este proceso toma tiempo y talento, cuidado y coraje. Lanzar un “¡Muy bien!” cuando el niño actúa en una forma que nosotros estimamos apropiada no toma ninguna de estas cosas, lo que explica por qué las estrategias de “hacer algo a” son más populares que las estrategias de “trabajar con”.
¿Y qué podemos decir cuando los niños hacen algo impresionante? Considere estas tres posibles respuestas:
* No diga nada. Algunas personas insisten en que un acto servicial debe ser “reforzado” porque, secreta o inconscientemente, ellos piensan que fue una casualidad. Si los niños son básicamente malos, entonces se les debe dar una razón artificial para ser buenos (a saber, recibir una recompensa verbal). Pero si este cinismo es infundado-y muchas investigaciones sugieren que lo es-entonces los elogios no serían necesarios.
* Diga lo que vio. Un enunciado simple, sin evaluación (“Te pusiste los zapatos por ti mismo” o incluso solamente “Lo hiciste”) dice a su hijo que usted se dio cuenta. También le permite a él sentirse orgulloso de lo que hizo. En otros casos, puede tener sentido hacer una descripción más elaborada. Si su hijo hace un dibujo, usted podría ofrecer unas observaciones –no un juicio-sobre lo que usted ve: “¡La montaña es inmensa!” “¡Hijo, de seguro usaste mucho color morado hoy día!”
Si un niño hace algo cariñoso o generoso, usted podría atraer su atención sutilmente hacia el efecto de esta acción en la otra persona: “¡Mira la cara de Abigail! Ella parece muy feliz ahora que le diste un poco de tu comida”. Esto es completamente diferente a un elogio, en el que el énfasis está en cómo usted se siente acerca de la acción hecha por su hijo.
* Hable menos, pregunte más. Incluso mejores que las descripciones son las preguntas. Por qué decirle a él qué parte de su dibujo le impresionó a usted cuando puede preguntarle qué es lo que a él le gusta más de su dibujo? El preguntar “Cual fue la parte más difícil de dibujar?” o “¿Cómo hiciste para hacer el pie del tamaño correcto?” es probable que alimente su interés por el dibujo. Decir “¡Muy bien!”, como lo hemos visto, puede tener exactamente el efecto contrario.
Esto no significa que todos los cumplidos, todos los agradecimientos, todas las expresiones de gusto sean dañinas. Debemos considerar los motivos por los que los decimos (una expresión genuina de entusiasmo es mejor que un deseo de manipular el futuro comportamiento del niño) así como los efectos verdaderos de decirlos. ¿Están nuestras reacciones ayudando al niño a percibir un sentido de control sobre su vida—o de buscar constantemente nuestra aprobación? Están estas expresiones ayudándolo a volverse más entusiasta en lo que está haciendo por derecho propio, o convirtiendo en algo que él solo quiere hacer para recibir una palmada en la espalda.
No es cuestión de memorizar un nuevo guión, si no de tener presentes nuestros objetivos a largo plazo para nuestros hijos y estar alerta sobre los efectos de lo que decimos. La mala noticia es que el uso de refuerzos positivos no es realmente algo positivo. La buena noticia es que usted no tiene que evaluar para poder motivar.


__________________
Traducido por www.FamiliaLibre.com (Mónica Salazar), con autorización expresa del autor.
Copyright © 2001, 2007 por Alfie Kohn. Este artículo puede ser bajado de Internet, reproducido, y distribuido sin permiso siempre y cuando cada copia incluya este anuncio juntamente con la información de las citas (i.e., nombre del periódico en el que apareció originalmente, fecha de publicación, y nombre del autor). Se debe pedir permiso para reimprimir este artículo en un trabajo publicado o para ofrecerlo de venta en cualquier otra forma. Por favor escriba en Inglés a:
http://www.alfiekohn.org/contactus.htm


La ilustración es de Patricia Metola.

El riesgo de las Recompensas


Hoy me encontré este artículo sobre las recompensas en el sistema escolar, me da escalofríos pensar en que pronto dejaré a mi hijo en una escuela donde pasará medio día en manos de extraños...y luego pienso ¿y en casa? ¿cuántas veces me he ido por el camino corto del conductismo? ¿qué tanto los recompensamos "sin querer"? Especialmente porque yo me reconozco como hija de las recompensas (en la casa y en la escuela).

Lo guardo aquí para ir masticándolo.

Gracias a Ana, mi hermana virtual ;)



ERIC Digest
Diciembre 1994
ERIC Identifier: ED376990

El Riesgo de las Recompensas
Por Alfie Kohn


Muchos educadores están acertadamente concientes de que los castigos y amenazas son contraproducentes. Haciendo sufrir a los niños para alterar su comportamiento futuro se puede muchas veces obtener complicidad temporal, pero esta estrategia no los ayuda a convertirse en personas que tomen sus decisiones en forma ética y compasiva. El castigo, incluso referido eufemísticamente como consecuencias, tiende a generar ira, desafío, y deseo de venganza. Más aún, proporciona un modelo del uso del poder en lugar de la razón y rompe la importante relación entre el adulto y el niño.
Del grupo de maestros y padres que hacen un compromiso de no castigar a los niños, una proporción significante se inclina por el uso de recompensas. La manera en que las recompensas son usadas, al igual que los valores que son considerados importantes, difieren entre (y dentro de) cada cultura. Sin embargo, este artículo tiene que ver con las típicas prácticas de las aulas de clase en los Estados Unidos, donde los stickers, estrellas, As y halagos, premios y privilegios, son usados rutinariamente para inducir a los niños a aprender o a cumplir con las demandas de un adulto (Fantuzzo et al., 1991). Al igual que con los castigos, el ofrecimiento de recompensas puede causar complicidad temporal en muchos casos. Desafortunadamente, las zanahorias no son más efectivas que los palos para en ayudar a los niños a convertirse en personas cuidadosas, responsables o personas que aprendan por sí mismas por el resto de su vida.

RECOMPENSAS VS. BUENOS VALORES
A lo largo de los años, los estudios han hallado que los programas de modificación del comportamiento son raramente exitosos en producir cambios duraderos en actitudes o incluso en el comportamiento. Cuando las recompensas paran, la gente generalmente regresa a la manera en que actuaba antes de que el programa empezara. Aún más perturbante, los investigadores han descubierto recientemente que los niños cuyos padres hacen uso frecuente de recompensas tienden a ser menos generosos que sus compañeros. (Fabes et al., 1989; Grusec, 1991; Kohn 1990).
Efectivamente, las motivaciones extrínsecas no alteran los compromisos emocionales o cognitivos que están detrás del comportamiento 紡l menos no en la dirección deseable. A un niño al que se le ha prometido algo a cambio de aprender o de actuar responsablemente, se le han dado todas las razones para dejar de hacer esto cuando ya no exista una recompensa a obtener.
Las investigaciones y la lógica sugieren que el castigo y las recompensas no son realmente opuestos, si no dos caras de la misma moneda. Ambas estrategias se convierten en formas de tratar de manipular el comportamiento de alguien. En el primer caso, se provoca la pregunta, ¿Qué es lo que ellos quieren que yo haga, y qué me pasará si no lo hago?, y en el otro caso, llevando al niño a preguntar, Qué es lo que ellos quieren que haga y qué recibiré por hacerlo? Ninguna de estas estrategias ayuda a los niños a tratar de resolver la pregunta, Qué tipo de persona quiero ser?.

RECOMPENSAS VS. LOGROS
Las recompensas no son más útiles para incentivar los logros de lo que lo son para promover buenos valores. Al menos dos docenas de estudios han mostrado que la gente que espera recibir una recompensa por completar una tarea (o hacerla con éxito) simplemente no la hace tan bien como quienes no esperan nada (Kohn, 1993). Este efecto es fuerte en los niños pequeños, niños más grandes y adultos; para hombres y mujeres; para recompensas de todos los tipos; y para tareas que van desde la memorización de hechos hasta diseñar collages o resolver problemas. En general, mientras más pensamiento con sofisticación cognitiva y final abierto se requiera para hacer una tarea, peor tiende a actuar la gente, cuando han sido llevados a realizar la tarea a cambio de una recompensa.
Existen varias explicaciones plausibles para este hallazgo enigmático pero remarcablemente consistente. La más convincente de estas es que las recompensas producen la pérdida de interés de la gente en cualquier cosa por la que sean recompensados por hacer. Este fenómeno, que ha sido demostrado en los resultados de estudios (Kohn, 1993), tiene sentido, ya que la “motivación” no es una característica singular que un individuo posea en mayor o menor grado. Por el contrario, la motivación intrínseca (un interés en la tarea por su propia satisfacción) es cualitativamente diferente de la motivación extrínseca (en la cual el cumplimiento de la tarea es visto sobre todo como un pre-requisito para obtener algo más) (Deci & Ryan, 1985). Por lo tanto, la pregunta que los educadores necesitan hacerse no es cuán motivados están sus estudiantes, si no cómo sus estudiantes están motivados.
En un estudio representativo, se presentó a niños pequeños una bebida no conocida llamada Kefir. A algunos solamente se les pidió que la bebieran; a otros se les halagó excesivamente por hacerlo; a un tercer grupo se les prometió regalos si bebían suficiente. Aquellos niños que recibieron ya sea la recompensa verbal o tangible consumieron más bebida que los otros niños, como se puede predecir. Pero una semana más tarde, estos niños la hallaron significativamente menos gustosa que anteriormente, mientras que los niños a los que no se les ofreció recompensa gustaron de ella tanto, si no más, de lo que lo hicieron anteriormente. (Birch et al., 1984). Si sustituimos beber Kefir por leer o hacer matemáticas, o actuar generosamente, empezamos a vislumbrar el poder destructivo de las recompensas. Los datos sugieren que mientras más queremos que los niños quieran hacer algo, más contraproducente será recompensarlos por hacerlo.
Deci y Ryan (1985) describen el uso de recompensas como control a través de la seducción. Control, ya sea mediante amenazas o sobornos, conducen a hacer las cosas a los niños en lugar de trabajar con ellos. Esto al final debilita las relaciones, tanto entre estudiantes (llevando a reducir el interés por trabajar con los compañeros) y entre estudiantes y adultos (en la medida en que pedir ayuda puede reducir las probabilidades de recibir una recompensa).
Más aún, los estudiantes a los que se les incentiva a pensar en notas, stickers, u otros regalos, se vuelven menos inclinados a explorar ideas, pensar en forma creativa, y tomar riesgos. Por lo menos diez estudios han mostrado que las personas a quienes se les ha ofrecido una recompensa generalmente escogen la tarea más fácil (Kohn, 1993). En la ausencia de recompensas, por el contrario, los niños están inclinados a escoger las tareas que están justo dentro de su nivel de habilidad.

IMPLICACIONES PRÁCTICAS DEL FRACASO DE LAS RECOMPENSAS
Las implicaciones de este análisis y estos datos son preocupantes. Si la pregunta es ¿Motivan las recompensas a los estudiantes?, la respuesta es, Absolutamente: estas motivan a los estudiantes a obtener recompensas. Desafortunadamente, ese tipo de motivación generalmente surge a expensas del interés y excelencia en cualquier cosa que estén haciendo. Lo que se necesita, entonces, es nada menos que una transformación de nuestras escuelas.
En primer lugar, el manejo de los programas de clase basados en recompensas y consecuencias deben ser evitados por cualquier educador que quiera que sus estudiantes tomen responsabilidad por sus propio comportamiento (y de los otros)- y por cualquier educador que coloque la internalización de valores positivos por encima de la obediencia ciega. La alternativa a los sobornos y amenazas es trabajar para crear una comunidad solidaria, cuyos miembros resuelvan sus problemas colaborando y decidiendo juntos sobre cómo quieren que sea su clase (DeVries & Zan, 1994; Solomon et al., 1992).
En segundo lugar, se ha visto que particularmente las notas tienen un efecto perjudicial en el pensamiento creativo, retención a largo plazo, interés en aprender, y preferencia por tareas desafiantes. (Butler & Nisan, 1986; Grolnick & Ryan, 1987). Estos efectos perjudiciales no son el resultado de muchas malas calificaciones, ni muchas buenas calificaciones, o de la fórmula equivocada para calcular las notas. Por el contrario, son el resultado de la práctica de evaluar en sí misma, y la orientación extrínseca que esta promueve. El uso de recompensas o consecuencias por parte de los padres para inducir a los niños a desempeñarse bien en la escuela tiene un efecto similarmente negativo sobre el gusto de aprender y, finalmente, en el desempeño (Gottfried et al., 1994). El evitar estos efectos requiere de prácticas de evaluación orientadas a ayudar a los estudiantes a experimentar el éxito y el fracaso no como una recompensa o castigo, si no como información.
Finalmente, esta distinción entre recompensa e información podría ser aplicada también a la retroalimentación positiva. Aunque puede ser de utilidad escuchar sobre el éxito de uno mismo, y muy deseable el recibir soporte y ánimos por parte de los adultos, la mayor parte de halagos es equivalente a una recompensa verbal. En lugar de ayudar a los niños a desarrollar su propio criterio para el aprendizaje efectivo o comportamiento deseado, los halagos pueden crear una dependencia creciente a asegurar la aprobación de alguien más. En lugar de ofrecer apoyo incondicional, los halagos hacen que la respuesta positiva esté condicionada a hacer lo que el adulto demanda. En vez de aumentar el interés por una actividad, el aprendizaje es devaluado en la medida en que viene a ser visto como un pre-requisito para recibir la aprobación del profesor (Kohn, 1993).

CONCLUSIÓN
En breve, los buenos valores tienen que ser cultivados desde adentro. Los intentos de acortar el camino en este proceso, colgar recompensas frente a los niños es en el mejor de los casos ineficaz, y en el peor, contraproducente. Los niños tienden a volverse estudiantes entusiastas y con gusto por el aprendizaje por el resto de su vida, como resultado de haber sido provistos de un currículo atractivo, una comunidad segura y solidaria, en donde descubrir y crear, y un grado significativo de elección sobre qué (y cómo y por qué) ellos están aprendiendo. Las recompensas ・como los castigos- son innecesarias cuando estas cosas están presentes, y son por último destructivos en cualquier caso.

PARA MÁS INFORMACIÓN
Birch, L.L., D.W. Marlin, and J. Rotter. (1984). Eating as the 'Means' Activity in a Contingency: Effects on Young Children's Food Preference. CHILD DEVELOPMENT 55(2, Apr): 431-439. EJ 303 231.
Butler, R., and M. Nisan. (1986). Effects of No Feedback, Task-Related Comments, and Grades on Intrinsic Motivation and Performance. JOURNAL OF EDUCATIONAL PSYCHOLOGY 78(3, June): 210-216. EJ 336 917.
Deci, E. L., and R. M. Ryan. (1985). INTRINSIC MOTIVATION AND SELF-DETERMINATION IN HUMAN BEHAVIOR. New York: Plenum.
DeVries, R., and B. Zan. (1994). MORAL CLASSROOMS, MORAL CHILDREN: CREATING A CONSTRUCTIVIST ATMOSPHERE IN EARLY EDUCATION. New York: Teachers College Press.
Fabes, R.A., J. Fultz, N. Eisenberg, T. May-Plumlee, and F.S. Christopher. (1989). Effects of Rewards on Children's Prosocial Motivation: A Socialization Study. DEVELOPMENTAL PSYCHOLOGY 25(4, Jul): 509-515. EJ 396 958.
Fantuzzo, J.W., C.A. Rohrbeck, A.D. Hightower, and W.C. Work. (1991). Teachers' Use and Children's Preferences of Rewards in Elementary School. PSYCHOLOGY IN THE SCHOOLS 28(2, Apr): 175-181. EJ 430 936.
Gottfried, A.E., J.S. Fleming, and A.W. Gottfried. (1994). Role of Parental Motivational Practices in Children's Academic Intrinsic Motivation and Achievement. JOURNAL OF EDUCATIONAL PSYCHOLOGY 86(1): 104-113.
Grolnick, W.S., and R.M. Ryan. (1987). Autonomy in Children's Learning: An Experimental and Individual Difference Investigation. JOURNAL OF PERSONALITY AND SOCIAL PSYCHOLOGY 52: 890-898.
Grusec, J.E. (1991). Socializing Concern for Others in the Home. DEVELOPMENTAL PSYCHOLOGY 27(2, Mar): 338-342. EJ 431 672.
Kohn, A. (1990). THE BRIGHTER SIDE OF HUMAN NATURE: ALTRUISM AND EMPATHY IN EVERYDAY LIFE. New York: Basic Books.
Kohn, A. (1993). PUNISHED BY REWARDS: THE TROUBLE WITH GOLD STARS, INCENTIVE PLANS, A'S, PRAISE, AND OTHER BRIBES. Boston: Houghton Mifflin.
Solomon, D., M. Watson, V. Battistich, E. Schaps, and K. Delucchi. (1992). Creating a Caring Community: Educational Practices That Promote Children's Prosocial Development. In F.K. Oser, A. Dick, and J.L. Patry (Eds.), EFFECTIVE AND RESPONSIBLE TEACHING: THE NEW SYNTHESIS. San Francisco: Jossey-Bass.
__________________________________________
Traducido por
www.familialibre.com/ (Mónica Salazar) con autorización expresa del autor.

Copyright © 1994 por Alfie Kohn. Este artículo puede ser bajado de Internet, reproducido, y distribuido sin permiso siempre y cuando cada copia incluya este anuncio juntamente con la información de las citas (i.e., nombre del periódico en el que apareció originalmente, fecha de publicación, y nombre del autor). Se debe pedir permiso para reimprimir este artículo en un trabajo publicado o para ofrecerlo de venta en cualquier otra forma. Por favor escriba en Inglés a:
http://www.alfiekohn.org/contactus.htm


La imagen es de Patricia Metola.

martes, 6 de mayo de 2008

Dar de leer a los niños

Hay gente que se sorprende de que pasemos la mañana del sábado en la biblioteca, y aún más, que mis hijos estén fascinados con ello...Me temo que no conocen el lugar y por supuesto, que no tienen ese gusto por leer que tratamos de cultivar en casa. Porque Leer es una herramienta mágica, para ser, para crecer, para viajar, para volar...
Afortunadamente encontramos este artículo hace mucho tiempo, cuando mi niño aún leía con los dientes, descubriendo así una gran oportunidad, cómo plantarles la semilla del amor por la lectura, la semilla que nosotros mismos tuvimos y cuyos frutos en su tiempo fueron regados o deshojados...nos esmeramos para que en ellos crezca en mejores condiciones.

Dar de leer a los niños

Por: Yolanda Reyes

No importa si los adultos son lectores compulsivos o si poco o nada leen. El hecho es que cuando tienen hijos, se hacen las mismas preguntas: ¿Qué dar de leer a los niños? ¿Cómo volverlos lectores? ¿Con cuál libro comenzar?
Se trata de preguntas aparentemente difíciles pero ya lo dice el dicho: las apariencias engañan. Porque, en sentido profundo, la cuestión es más sencilla de lo que suele creerse. Yo me arriesgo a contestar que a los primeros lectores no les importan demasiado los títulos ni el orden de aparición. Lo que definitivamente sella la relación de un pequeño con la lectura es aquello que circula por debajo y que no está escrito en los renglones de un libro: la pareja adulto-niño, amarrada con palabras. La revelación de que ese libro cualquiera –sin páginas o con páginas– es una suerte de encantamiento que logra lo más importante en la infancia: la certeza de que, mientras dure la historia, papá o mamá no se irán. Papá o mamá volcados, todo voz, rostro y palabra, a la orilla de la cama. De cierta forma, sujetos, en el fluir del lenguaje. Sus ocupaciones adultas y sus prisas cotidianas, de las que nada entiende el niño pero que tan honda inquietud le causan, de repente se postergan. (Que no me pasen llamadas hasta que se acabe el cuento. Que la comida se enfríe o que se caiga el país). Entretanto, Rizos de Oro va corriendo por el bosque o Hansel y Gretel despiertan, en el terror de otro bosque. Y mientras dura la historia, el tiempo se ha detenido como en La bella durmiente . Las ruecas y los relojes y hasta el cochino en el fuego han dejado de dar vueltas. Y ese “Tiempo Otro”, el tiempo de las historias, le ha ganado la batalla al de la vida real.
¿Qué más se puede pedir? ¿Qué otra cosa es la lectura sino la revelación de que existe ese “Tiempo Otro” y de que existe también, “en un país muy lejano”, un “Reino Otro” en donde somos los amos, como el “pequeño tirano” que tiene cautivo al padre en el fluir de una historia? La exploración de ese mundo paralelo donde las cosas nos hablan, con un lenguaje cifrado, de nosotros y los otros, comienza en la primera infancia y los padres son El Libro de Cabecera: el primer texto que leen los niños. Indaguen en los vericuetos de su más antigua memoria y si no la creen confiable, busquen biografías ajenas, testimonios de escritores o incluso, vidas de santos. Todos les dirán lo mismo. Que han olvidado, quizás, el título de la historia o que el tiempo borró también sus personajes y hazañas. Pero que, entre la nebulosa, persiste inalterable la misma fascinación de haber vislumbrado aquel “Reino Otro”. Tal vez seguimos leyendo para recuperar el encantamiento de las voces que nos arrullaban y que espantaban las sombras. Y, paradójicamente también, para el efecto contrario que consiste en convocar aquellos miedos terribles que poblaban nuestra infancia y que era posible conjurar con palabras. (Los miedos y los conjuros van cambiando con los años pero, en el fondo, son los mismos hilos los que nos atan a los libros). De modo que la respuesta sobre qué dar de leer a un niño está inscrita en el fondo de los padres y nadie puede contestarla con palabras más certeras. Cuando nacen los bebés, empezamos a evocar aquellos “libros sin páginas” que alguien escribió en nosotros hace mucho, mucho tiempo. En los dedos de una mano diminuta o en los pliegues de unos brazos regordetes, las palabras primordiales reviven antiguos relatos. (Este, que compró un huevito...y éste que se lo comió. Otro que fue a comprar carne y otro que amasó arepitas). Las hormigas de palabras van encontrando caminos. Y a medida que entregamos a nuestros hijos esos primeros poemas, descubrimos, asombrados, todo aquello que no sabíamos que sabíamos. Del fondo de la memoria, emergen cantos y arrullos, muchas veces sin sentido. Poco importa lo que dicen: importa lo que suscitan. (Voz, palabra, encantamiento. Ritmo que mece y conforta). ¿Qué otra cosa, sino ésa, es la experiencia poética?
Junto a los “libros sin páginas”, surgen también otros libros. Sus páginas son de hule para la hora del baño, o de cartón resistente, para leer con los dientes. Los niños se comen los libros y así van probando el mundo. Y de nuevo, los adultos, en el rito de nombrar, van diciendo que, entre páginas, está condensado el mundo. “Mira que aquí está mamá y mira que aquí está papá. Y aquí apareció el abuelo. Y este gato que hace miau”. Y así, mira que te mira, mirando una y otra vez, ese pequeño descubre otra gran revelación: que ese conjunto de líneas y de colores no es “la realidad de verdad”. Pero que, en el espacio del libro, parece “como si” fuera, porque la representa. ¿Que otra cosa es la lectura, sino esa operación simbólica de “hacer de cuenta” que, en esas convenciones, está simulado el mundo? Poco a poco las historias se van haciendo más complejas. Los bebés salen corriendo a explorar tierras lejanas y ya no les basta con ver reflejados los objetos cotidianos. Entonces aparecen los “álbumes” que cuentan historias valiéndose de un diálogo creativo entre imagen y palabra. Si al comienzo el bebé leía con las orejas y luego, con la boca y con las manos, ahora se vuelca, todo ojos, para imaginar las infinitas formas que puede tomar el mundo. (No sólo el mundo visible, sino el otro: el invisible). Los álbumes se constituyen en un universo nuevo, tanto para los pequeños como para sus maravillados padres. Por mucho que hayan leído los adultos, descubrirán otras formas de leer gracias a la mirada sensible y lúcida con la que los pequeños interpretan un álbum. Olivia de Ian Falconier, Las pinturas de Willy de Anthony Browne, Donde viven los monstruos de Maurice Sendak y otras joyas de los maestros del género como Arnold Lobel, David McKee, Chris Van Alsburg, Satoshi Kitamura o Peter Sís, por citar sólo algunos, demostrarán que los libros ilustrados son museos, abiertos a cualquier hora, a mil interpretaciones. Así van pasando los años, con el rumor de las páginas. Y entre poemas, álbumes, cuentos, novelas y toda clase de libros que revelan los secretos de la ciencia, del arte y del interior de los seres humanos, los niños construyen, con el material que les damos, esa “habitación propia”, de la que –ahora debo decirlo– expulsarán a sus padres. Una optimista mamá me dijo que le leía a su pequeña con la secreta intención de que luego, cuando ella se hiciera mayor, la siguiera dejando entrar de noche a su cuarto para compartir esas deliciosas conversaciones que se hilaban alrededor de los libros. No quise decepcionarla: para entonces, mis hijos habían cerrado sus puertas y habían escondido las llaves. Ya no leían, en privado, los libros que yo recomiendo. (Roald Dahl, Gianni Rodari, Chisthine Nöstlinger, Lygia Bojunga, Anthony Horowitz y tantos otros autores, clásicos y contemporáneos, eran cosa del pasado). Ahora leen –debo decirlo también– libros que yo desconozco o que juré no leer. Y basta con que les diga que ya están en edad de leer tal o cual...Saki, Stevenson, Cortázar... para que me miren por encima del hombro, con una mezcla de prepotencia y de lástima, y escojan otras opciones, en contravía de los cánones: ¡la libertad del lector!
Y aunque a veces he pensado que dar de leer a los niños puede ser como criar cuervos, creo que esa optimista mamá tiene un poco de razón. Quizás cuando mis adolescentes abran de nuevo las puertas de sus habitaciones, podamos volver a pasar algunas temporadas en aquellos “Reinos Otros” que construimos juntos durante su infancia. (Ellos saben que ahí están.). Por ahora, me conformo con evocar las noches eternas cuando pendíamos, encantados, del hilo de alguna historia.
-Mamá, léeme otro cuento...El último, por favor. -Está bien. ¡El último y ni uno más! El tiempo suspendido entonces. (La rueca dejaba de hilar). Lo más extraño de todo es que uno jamás intuye que algún día se va a acabar. Pero también es extraño: al mismo tiempo uno sabe que, en esos cuartos con llave, persiste el encantamiento. Y que permanece intacto, así duerma por cien años.


Imagen: Pati Metola