Traje este texto de www.kanguras.org para guardarlo con todo el cariño, por ser de una amiga y porque al estar escrito con el corazón, logra hacer las veces de espejo en donde se reflejan muchos de mis sentimientos de madre.
Gracias Marta/Ledi.
Ilustra: Patricia Metola.
Nació mi primer hijo. Y fue un desastre. Yo no entendía nada. Ni sus llantos, ni sus reclamos, nada. Como imagen surrealista me viene a la cabeza una mañana que me encontré a mí misma dándo vueltas a una glorieta con mi hijo recién nacido en el capazo, en la parte de atrás del coche, a grito pelado, y sin saber qué hacer. Seguir dándo vueltas. Esa era yo.
Nació mi segunda hija quince meses después. Y el desastre se multiplicó por dos. Seguía sin entender absolutamente nada. ¿Pero no se suponía que la maternidad era una de las épocas más plena, felices? ¿Porqué para mí se había convertido en una pesadilla infinita?
En este punto, como en una revelación, me encontré a mí misma, con mis hijos a cada lado, en la puerta de casa, a las siete y media de la mañana de un desastroso día cualquiera... cagados hasta las orejas por mi estréss, me dije que en aquello, algo estaba fallando estrepitosamente, y que hasta aquí habíamos llegado.
En unos meses, y como agua de Mayo, apareció Jean Liedloff y su continuum, y empecé mi proceso de acercamiento, en principio a mí misma y a mi instinto dormido, y en final a mis chicos y sus necesidades primarias tan olvidadas en la inercia occidental.
¡Cómo me ayudó entender que veníamos preparados “de serie” o antropológicamente, o como se quiera llamar, para el bienestar, y que era primordial procurar ese bienestar desde el puro nacimiento!
En primera instancia hemos olvidado de dónde vienen los bebés. Tan simple. Del útero. De la oscuridad, el calor, las necesidades inmediatas cubiertas en su totalidad, el sonido de nuestro cuerpo, el movimiento rítmico de nuestros cuerpos. Vienen de habitarnos. Y eso es lo que necesitan al nacer, seguir habitándonos en sus primeros meses. El puro y duro contacto físico, calor, mamá, y teta.
Así sobran pues, carritos, hamacas, capazos, cunas, sillas, y hacen falta bandoleras, fulares, mochilas y cualquier ayuda que haga que el bebé permanezca en nuestro cuerpo, y al tiempo podamos seguir con nuestra vida cotidiana, con los cambios justos. La famosa “fase en brazos” que aparece en el libro.
Esa fase contribuirá para que de forma natural, y sin cargarles con la pesada mochila de “ser el absoluto centro”, se incorporen a nuestras vidas. Al principio, en brazos, después, investigando su alrededor, sabiendo que mamá-puerto-seguro está ahí, cerca, siempre dispuesta.
Para con esta tranquilidad, y esta naturalidad llegar a la edad en la que les apetezca socializar, interactuar con otros niños, sin demasiada presión adulta, por no decir, con la mínima vigilancia que vaya en su seguridad, y aún así, dejando a la experimentación su máxima amplitud.
Mucho reflexioné después de leer “El concepto del continuum” en la falta de verdadera sensación de bienestar a la que estamos acostumbrados en Occidente. Y en la cantidad de personas que nos pasamos la vida buscando, buscando, algo que no sabemos bien qué es, y era tan simple como mamá, en toda su extensión de la palabra.
Este libro pues, apareció mesiánicamente en mi vida, y así os lo quería contar. Nunca sentiréis igual la necesidad de un bebé, después de leerlo.
Mi tercera hija es, afortunadamente, el ejemplo viviente.
Marta.
Nació mi segunda hija quince meses después. Y el desastre se multiplicó por dos. Seguía sin entender absolutamente nada. ¿Pero no se suponía que la maternidad era una de las épocas más plena, felices? ¿Porqué para mí se había convertido en una pesadilla infinita?
En este punto, como en una revelación, me encontré a mí misma, con mis hijos a cada lado, en la puerta de casa, a las siete y media de la mañana de un desastroso día cualquiera... cagados hasta las orejas por mi estréss, me dije que en aquello, algo estaba fallando estrepitosamente, y que hasta aquí habíamos llegado.
En unos meses, y como agua de Mayo, apareció Jean Liedloff y su continuum, y empecé mi proceso de acercamiento, en principio a mí misma y a mi instinto dormido, y en final a mis chicos y sus necesidades primarias tan olvidadas en la inercia occidental.
¡Cómo me ayudó entender que veníamos preparados “de serie” o antropológicamente, o como se quiera llamar, para el bienestar, y que era primordial procurar ese bienestar desde el puro nacimiento!
En primera instancia hemos olvidado de dónde vienen los bebés. Tan simple. Del útero. De la oscuridad, el calor, las necesidades inmediatas cubiertas en su totalidad, el sonido de nuestro cuerpo, el movimiento rítmico de nuestros cuerpos. Vienen de habitarnos. Y eso es lo que necesitan al nacer, seguir habitándonos en sus primeros meses. El puro y duro contacto físico, calor, mamá, y teta.
Así sobran pues, carritos, hamacas, capazos, cunas, sillas, y hacen falta bandoleras, fulares, mochilas y cualquier ayuda que haga que el bebé permanezca en nuestro cuerpo, y al tiempo podamos seguir con nuestra vida cotidiana, con los cambios justos. La famosa “fase en brazos” que aparece en el libro.
Esa fase contribuirá para que de forma natural, y sin cargarles con la pesada mochila de “ser el absoluto centro”, se incorporen a nuestras vidas. Al principio, en brazos, después, investigando su alrededor, sabiendo que mamá-puerto-seguro está ahí, cerca, siempre dispuesta.
Para con esta tranquilidad, y esta naturalidad llegar a la edad en la que les apetezca socializar, interactuar con otros niños, sin demasiada presión adulta, por no decir, con la mínima vigilancia que vaya en su seguridad, y aún así, dejando a la experimentación su máxima amplitud.
Mucho reflexioné después de leer “El concepto del continuum” en la falta de verdadera sensación de bienestar a la que estamos acostumbrados en Occidente. Y en la cantidad de personas que nos pasamos la vida buscando, buscando, algo que no sabemos bien qué es, y era tan simple como mamá, en toda su extensión de la palabra.
Este libro pues, apareció mesiánicamente en mi vida, y así os lo quería contar. Nunca sentiréis igual la necesidad de un bebé, después de leerlo.
Mi tercera hija es, afortunadamente, el ejemplo viviente.
Marta.
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