jueves, 23 de diciembre de 2010

Creer o no creer...

En esta cama hemos encontrado una palabra que resuelve algunas de las situaciones peliagudas creadas por el dilema creer o no creer: Leyenda.
Gracias a la lectura los niños identifican que una leyenda es una historia en la que podemos creer. Que algunas personas creen mientras que otras no; e incluso que en algunos momentos de la vida podemos creerlas y luego cambiar de parecer.

Y, de alguna manera, unos antes y otros después, cayeron en el mismo saco, por propio peso y sin intervención de nosotros los adultos: los dragones, las hadas, el ratón Pérez, Santa y Los reyes magos.

Creo que San, gracias a su espíritu científico inquisitivo, comienza a distinguir entre realidad y fantasía. Pero aún, prefiere la fantasía.

El otro día me abordaron los dos juntos:
S- Mamá, mira los dragones son una leyenda pero yo sí creo que existieron. Entonces existieron? o no?
Yo- Tú que crees?
S- Que sí
Yo- Pues existieron para ti.

A- Pero, mamá. verdad que los reyes magos también son una leyenda?
Yo- tú que crees?
A- que si, pero si existen ¿o no?
Yo- ustedes creen que existen?
S- si, porque nos traen juguetes!
Yo- aja
S- pero tú que crees mamá? que son una leyenda o que existen?
Yo- algunas personas creen que existen y otras que no, por eso se le llama
S- Leyenda! Pero yo si creo en esa leyenda.
A- Y yo!

Así está la cosa. Dos niños de cinco y cuatro años han elegido el camino de la ilusión, al igual que se dejan llevar por historias fantásticas como la de "La bruja diminuta" o la historia del monstruo de calabaza de Franny K Stein... La imaginación toma caminos insospechados para quienes ya habitamos casi permanentemente en este mundo de realidad... Yo no me atrevo a seguir la tradición de los reyes magos a pies juntillas: no voy a hacer un teatro de mentiras en torno al tema con los niños y eso lo tengo claro desde siempre. Incluso pienso que no es mala idea decirles de una vez que los papás compramos los regalos con la misma ilusión que ellos los piden, y que nos da tanta alegría como a ellos levantarnos el seis de enero en medio de regalos, galletas y leche caliente...

Pero después de aquella conversación lo he pensado un poco mejor: si ellos deciden creer, que así sea, como creen en los dragones, como entran en cada uno de los mundos otros que descubrimos cuando abrimos un libro. Muchas, las más de las veces esos mundos han quedado abiertos en casa por un tiempo, y ahora que lo pienso detenidamente nunca me ha molestado su presencia sino todo lo contrario... Tal vez por eso nos gusta tanto la lectura, porque abrimos puertas por donde entra lo inesperado, ahora mismo estoy leyendo la vida de Isabel Allende en "la suma de los días" y si logro sustraerme del vaivén de la rutina de pronto hasta puedo ver caminar en la banqueta contraria a la familia de la autora ;)
Así que, Queridos reyes magos, e incluso Santa, leyendas y tradiciones bellas de cualquier tiempo y cualquier lugar, si quieren venir a casa e instalarse un rato en nuestras ilusiones, sean bienvenidos =)

Sigo sintiéndome incómoda cuando a sus cabecitas llegan destellos de realidad y preguntan por ejemplo que cómo hacen los reyes para saber dónde es la casa del Santiago que mandó el globo con su carta desde la escuela. Pero estoy segura que cuando estos acosos de realidad me tengan contra la pared vamos a encontrar juntos la forma de terminar de buen modo la fantasía que ahora reina porque tengo la conciencia tranquila, nunca he hecho o dicho nada que no sea la verdad; y principalmente porque les dejaré a ellos la batuta como hago desde ahora: que cada uno crea en lo que quiera creer.

Yo -Y qué escribiste en tu carta Azu? Qué le pediste a los reyes?
A - Una moto para papá, porque quiere una moto...
A propósito, Felices fiestas.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Rabietas maternas/paternas

“Algunos los padres se permiten el privilegio de tener sus berrinches (rabietas) y castigar los de sus hijos”

**Ilustración de Quentin Gréban

Uno de los capítulos más interesantes de “El niño feliz, su clave psicológica” sin duda es el referente al manejo de los sentimientos negativos. Muy completo el análisis que hace sobre los berrinches y sobre la manera en que los padres podemos trabajar constructivamente la ira de nuestros hijos aceptando todas las partes de su ser sin juicios de valor como base del autorrespeto.

Pero aún más valiosa me parece la aportación de la autora en cuanto a los párrafos dirigidos a la Ira de los padres. La mayoría de libros de crianza cuando hablan de resolución de conflictos se dirigen hacia los sentimientos del niño, cómo enseñarlos a expresar los sentimientos negativos sin recurrir a actos violentos, cómo modelarlos a nuestra conveniencia (o a la conveniencia social); y de pronto me parece que están dirigidos a padres de cartón, que están dispuestos a seguir como receta de cocina los “pasos para sobrellevar una rabieta”. Nada más lejos de la realidad, nuestros sentimientos propios también se están cocinando en el caldo de emociones del momento.

Y más que eso, la forma en que yo acepto y manejo mis propios sentimientos negativos es un modelo para que ellos mismos manejen los suyos. Sería muy fácil desear tener hijos llenos de virtudes pero ¿qué tan virtuosos somos los padres? ¿cuánto estamos dispuestos a trabajar en nuestra propia persona para servir como modelo a los hijos que deseamos?

Las madres y los padres también somos capaces de albergar ira, hay que aceptarlo. A pesar de que se nos haya enseñado a relegarla a un segundo plano.

El código de la ira:

Con frecuencia los seres humanos transformamos en ira nuestros sentimientos primarios de preocupación, culpa, decepción, rechazo, injusticia, choque, incertidumbre o confusión. Rara vez se presenta la ira en primer término.

El saber que la ira cubre una emoción anterior nos ayuda a manejarla con mayor eficiencia, tanto en nosotros mismos como en nuestros niños.

A la mayoría de nosotros le enseñaron que la ira es “mala”, y que no debiera existir. Por nuestra parte, enseñamos a nuestros hijos que es inaceptable. Y así, ellos se sienten menos valiosos en los momentos que están iracundos.

La ira es uno más de los hechos de la vida: una de las muchas emociones que los seres humanos hemos heredado.

Manejo de la propia ira.

El primer paso es aceptar ese sentimiento en nosotros mismos. La vergüenza y la negación de nuestra hostilidad nos harán prácticamente imposible manejar las iras de nuestros hijos, ya que, en estas condiciones, sus impulsos agresivos detonarán nuestros propios arsenales prohibidos de animosidad.

El segundo paso a seguir cuando la ira se presenta en nosotros será el de verla como lo que es: un código que a la vez oculta y delata la presencia de una emoción anterior. La próxima vez que nos enfademos, busquemos la emoción subyacente. Tomemos ese primer sentimiento y compartámoslo, a él, no al código.

El hábito de manejar así la propia ira nos transforma en modelos positivos para nuestros hijos. Además si compartimos los sentimientos primarios, causaremos menor daño a la autoestima que con ataques verbales agresivos. La ira atemoriza a los niños.

Para compartir esos sentimientos primarios, debemos enviar “reacciones del yo” y no “juicios del tú”. Concepto al que hace referencia en capítulos anteriores:

Para evitar los juicios, hable con su hijo de lo que pasa dentro de usted, pero sin emplear rótulos.

Las palabras que rotulan –adjetivos y sustantivos que describen a las personas- causan problemas. Palabras tales como: haragán, desordenado, lerdo, desaliñado, grosero, mezquino, egoísta, pícaro, agradable, bueno, malo, desvergonzado, etc. Son enjuiciatorias por naturaleza. Tales rótulos no tienen cabida en el vocabulario de los adultos que dan a sus hijos una crianza positiva.

En general las frases que se centran en el niño y lo describen con sustantivo y adjetivos constituyen juicios. En cambio la mayoría de las que se refieren a uno y a lo que pasa en su interior son reacciones ante determinada conducta. Veamos algunos mensajes, enviados primero como juicios y luego como reacciones:

Juicios del tú:

1. ¡eres tan lento!

2. ¡no seas sucio!

3. ¡qué desordenado eres!

4. ¡eres mentiroso!

5. Tienes buen gusto

6. ¿No se te ocurre algo mejor que jugar en la calle?

Reacciones del yo:

1. Temo que llegues tarde a la escuela

2. No quiero tener que barrer las migas de ese bizcocho que dejas caer

3. Este desorden me aburre

4. No puedo contar con tu palabra cuando no coincide con lo que haces

5. Me gusta el vestido que elegiste

6. ¡Me siento tan frustrado que no lo soporto! Te he hablado una y otra vez sobre los peligros del juego en la calle. ¡Tengo terror de que te accidentes!

El secreto de la seguridad psicológica consiste en reaccionar, pero omitir los juicios.

El aprendizaje de la omisión de los juicios dista de ser fácil, ya que la mayoría de nosotros ha pasado la vida siendo juzgado… Para librarnos de este hábito , tendremos que empezar por advertir que estamos juzgando. Y cuando nos oigamos hacerlo deberemos transformar el juicio en reacción.

Es obvio que la mera toma de conciencia no bastará para eliminar años de hábito. No obstante, la vigilancia y la práctica constantes pueden convertirlo a uno, y la recompensa bien vale el esfuerzo.

Es cierto que todo niño acabará por ser rotulado en el mundo exterior (amigos, maestros, empleadores). Pero es más probable que pueda pasar por alto los juicios de los ajenos si la gente importante en su vida no lo ha ahogado en evaluaciones personales, particularmente durante los años de su formación. La falta de enjuiciamiento por los familiares próximos le ayudará a transformar los rótulos de los demás en reacciones. De este modo su autoimagen se ahorrará flechazos innecesarios.

Los “juicios del tú” invitan al niño a ponerse a la defensiva y no prestarnos atención. Y por supuesto que si ese niño cree en tales juicios, estos dañarán su autoestima.

Por otra parte, cuando uno no hace el papel de juez, los niños se sienten en mejores condiciones para compartir sus sentimientos con uno. Además, nuestras “reacciones del yo” les brindan ejemplos constructivos que ellos pueden emplear.

martes, 7 de diciembre de 2010